Si has llegado hasta aquí buscando un artículo que recoja las mejores cosas que puedes hacer y ver en Japón, lamento comunicarte que te has equivocado. Ya habrá tiempo para contarte todo eso más adelante. Ahora lo que demanda mi pluma y sugiere mi espíritu es mostrarte aquellos instantes que fueron especiales para mí y que marcaron de una forma u otra mi percepción de un país que puede resultar una locura y una ejemplar relajación, un lugar en el que la sorpresa te acompaña a cada paso, el respeto y la cortesía es una forma de vida y donde sientes que tienes todo por aprender. Bienvenido al Japón que traje en mi maleta. Bienvenido a un viaje a Japón a través de las emociones.
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Un soplo de aire fresco en el monte Fuji
Un merecido alto en el camino. Una bocanada de tranquilidad en plena naturaleza. Así recuerdo la excusión a Kawaguchiko donde me esperaba uno de los momentos cumbre de nuestro viaje: la visión del monte Fuji y su precioso reflejo invertido en las aguas.
Aunque había leído mucho sobre la montaña más alta de Japón, sobre sus connotaciones espirituales y su estatus de lugar sagrado, y su imagen, carne de postal, no me era nueva, nada mermó mi fascinación al verlo frente a mí en una despejada y soleada mañana de agosto. Y es que alrededor de este cono volcánico perfectamente simétrico, como si de un cuadro se tratase, se extiende una región de lagos que no hacen sino magnificar su serena estampa. Entre ellos el lago Kawaguchi, situado en una zona escasamente urbanizada donde es un auténtico placer pasear, donde los escolares sacan sus pinturas para inmortalizarlo y los turistas cogen el teleférico en busca de las mejores vistas o lo recorren en barca.
Me hubiera encantado coronar su cima como hacen tantos viajeros entre el 1 de julio y el 28 de agosto pero, como comenté en su día, este fue un viaje diseñado por cuatro perfiles muy diferentes y esa opción quedó descartada. Aún así tuve ocasión de charlar con varios escaladores que me relataron lo que supone terminar la escalada antes del alba para ver salir el sol desde este enclave declarado Patrimonio de la Humanidad. De todos modos, tuve mi premio de consolación que se transformó en un momento realmente único: ver un inesperado espectáculo de fuegos artificiales con el gran símbolo de Japón como telón de fondo.
En la piel de una maiko en Higashiyama, Kioto
Un capricho que acaba convirtiéndose en una experiencia total. No encuentro mejor manera para definir lo que supuso ponerme en la piel de una maiko durante unas horas y más en Kioto donde las verdaderas aprendizas tienen que completar un riguroso y complejo entrenamiento hasta llegar a alcanzar la condición de geisha.
El lugar que escogí para mi transformación fue un estudio de maiko henshin situado en el barrio de Higashiyama donde se encuentra el famoso Templo Kiyomizudera. Mi «Studio Shoot Plan» incluía maquillaje, elección de kimono, seis fotos de estudio y 10 minutos para realizar mis propias fotos o vídeos. Con el maquillaje tus rasgos se difuminan hasta el punto que cuesta reconocerte frente al espejo, una sensación que aumenta cuando te colocan la peluca y los tintineantes adornos de la cabeza, el kimono y el obi que has elegido, y te calzas las okobo, unos zapatos de madera muy altos y difíciles de controlar para una neófita en la materia. Vuelves a mirarte en el espejo, esta vez de cuerpo entero, y la imagen que te devuelve es, sencillamente, otra persona. Sientes el peso del kimono, respiras con dificultad, te cuesta moverte… Es entonces cuando alcanzas a comprender, aunque solo sea desde un plano físico, el extraordinario esfuerzo que realizan las maikos para mantener vivo el encanto y el misterio de una tradición que perdura a lo largo de los siglos.
Protagonizando mi propia escena en Fushimi Inari
Si has visto Memorias de una geisha, esa obra de arte que nos regaló Rob Marshall y que John Williams envolvió en una banda sonora memorable, seguro que recuerdas uno de sus momentos culminantes, aquel en la que la joven Sayuri corre montaña arriba bajo un techo de torii rojos. Esta escena se rodó en el santuario sintoísta de Fushimi Inari, uno de los más antiguos del país y el rincón de Japón que más ansiaba conocer.
Deseaba subir por su colina y recorrer los cuatro kilómetros de este templo dedicado a Inari, el dios del arroz y patrón de los comerciantes, atravesando las miles de puertas que delimitan el camino y que dan forma al más espectacular de los túneles que puedas imaginar. Detenerme en cada detalle, fijándome en las inscripciones que recuerdan a aquellos comerciantes, artesanos y fieles que donaron los torii en busca de buena fortuna, en los zorros – considerados los mensajeros de Inari-, en las lámparas de piedra…
Solo puede cumplir a medias mi sueño. Al cabo de un escaso kilómetro y medio, el cielo, literalmente, se desplomó sobre mí y en pocos segundos estaba empapada. Busqué refugio en uno de sus más de 32.000 pequeños santuarios, un bunsha en el que ni recuerdo el tiempo que permanecí varada. Estaba furiosa, Fushimi Inari era mi particular meca, una meta que se esfumaba bajo la furia de un diluvio. Duró poco mi enfado. No porque cesara de llover. Porque mi mente dio un giro de 180 grados. Al fin y al cabo estaba allí, en un lugar que te derrite por su delicada y pura belleza y que existe desde el siglo VIII, disfrutando de su perfecto equilibrio entre naturaleza y arte, rodeada de una paz infinita que templó mi alma. Entonces sí, cuando sentí que ya no era la lluvia sino el propio santuario el que me calaba hasta los huesos, protagonicé mi propia escena. Corriendo montaña abajo, sorteando los charcos, sin protegerme de un chaparrón que no amainaba… Feliz.
La experiencia de alojarte en un ryokan
Indagar en las costumbres locales y revivir el Japón de la elegante época de los Daimyos. Esas eran mis expectativas al alojarme en un ryokan de Kanazawa, una posada tradicional japonesa en la que prácticamente todo era nuevo para mí. Nuestra minimalista habitación con unos cómodos futones extendidos sobre el tatami, mi vestimenta -un liviano yukata y unas zapatillas con las que me movía por los siempre silenciosos pasillos-, el precioso jardín central…
Y la posibilidad de experimentar en primera persona la arraigada cultura del baño de la sociedad nipona. Para los japoneses, el acto de bañarse es mucho más que una básica cuestión de higiene, es un momento para purificar cuerpo y mente que debe seguir una serie de normas que resultan curiosas a los ojos occidentales. Lo que más me sorprendió es que antes de entrar en la bañera, que utilizan todos los huéspedes y cuya agua debe permanecer impoluta en todo momento, debes ducharte fuera sentado en un taburete. Una vez te has lavado a conciencia, ya puedes utilizarla para el fin que aquí le dan: un placentero momento de relax que en mi caso me puso a gloria tras un largo día de turismo. El tiempo que pases en ella dependerá de tu resistencia porque la temperatura del agua oscila entre los 38 y los 42 °C.
Lost in Translation en Tokio
Los primeros días en Tokio fueron complicados. Fue la etapa final de mi viaje y el cansancio acumulado empezó a pasar factura en el peor momento, en una megalópolis que reclama toda tu energía para enfrentarte a su potencia. A un descabellado aluvión de luces de neón, pantallas de televisión gigantes y sonidos que no da tregua, a un titán en el que el silencio, por momentos, puede llegar a convertirse en el bien más preciado, a una inmensa ciudad donde las muestras físicas de cariño son una rareza y en la que a pesar de estar rodeada de millones de personas puedes sentirte más sola que en ningún lugar del mundo.
Ese es el sentimiento que me acompañó en mis primeras 48 horas en la capital de Japón. Un estado de desconcierto, turbación y asombro constante que se gestó en barrios como Akihabara, Shibuya o Kabukicho y que explotó en el mirador de la sede del Gobierno Metropolitano con mi nariz casi pegada a sus ventanales. Allí estaba yo, de noche, contemplando la hiedra de rascacielos que copaba el horizonte. Recordando la película de Sofia Coppola y haciendo mío el aturdimiento y el naufragio vital de sus protagonistas. A miles de kilómetros de casa y comprobando, compulsivamente, que el pasaporte, los yenes y la dirección de mi hostel seguían en mi mochila. Sí. Me sentí perdida, asfixiada, sola y sin fuerzas para combatir la extrema ola de calor que azotaba el país y que frenaba mis ganas de descubrir todo el potencial de de Tokio.
Por fortuna, esas emociones fueron pasajeras y pronto las piezas del gran puzzle tokiota empezaron a encajar. Me relajé y todo empezó a fluir, como debía haber sido desde el primer momento. Una travesía en barco hasta Odaiba, unas risas en un garito minúsculo de Golden Gai, un agradable paseo por Asakusa, una tarde de compras en Ginza…
Continuará…
Muy bueno y muy bien contado. Conozco bastante Japón. He estado varias veces. Siempre viajando solo, lo que te permite hacer más cosas y meterte por más sitios. Hace muchos años conseguí ser recibido en su casa por una verdadera maiko y fotografiarla a mi antojo. Una foto de ella se publicó durante años en todos los números de la revista Ronda de Iberia en su sección de destinos. Podéis encontrar una par de reportajes recientes en El Viajero de El Pais.
Muchas gracias, Francisco. Fotografiar una maiko en su propia casa debe ser una experiencia increíble. Seguro que a mis lectores les encantará viajar con tus reportajes- Un saludo
Emociones a flor de piel con este artículo!! Le tenemos muchas ganas a este país y espero que de este año no pase… ¿fuiste acompañada o sóla? Debe ser una experiencia increible y yo también quiero que me maquillen así 😉
Si he conseguido emocionarte, objetivo cumplido. En ese viaje fui con mi hermana, mi cuñado y mi sobrina. Cuatro perfiles de viajeros bastante diferentes pero al final todo salió muy bien. Y sí, si vas, no dudes en ponerte en la piel de una maiko como yo. Es una experiencia brutal. Muchas gracias por pasarte por mi rincón viajero
Me puedes pasar el contacto de la maquilladora o dónde puedo localizarla?
Por supuesto. Lo busco y te mando un e-mail. Un saludo, Pilar
El contenido y la redacción del articulo me ha parecido fantástico…he estado tres veces en Japón y estoy deseando volver porque es alucinante, no te pierdas Koya San y su cementerio, sin duda el más bonito del planeta ni la zona de volcanes del Monte Aso, un lugar idílico. Mi cuarto viaje es para conocer Hokkaido y Okinawa….
Muchas gracias por tus sugerencias, Nacho. Tomo nota de ellas. Un saludo
No coronaste el Fuji pero has bordado el artículo. Te felicito y te doy mi enhorabuena, si señor.
Muchísimas gracias, Luis Miguel 🙂
Hasta hoy no lo leí y me ha encantado. Ganas mil de volver a este país. Besos
¡Mil gracias!
Que bien lo has contado, realmente transmites desde el sentimiento. Eres buena, muy buena.
Muchas gracias por tus palabras, Juan. Espero verte de nuevo en mi rincón viajero
¡Qué chulo!!! Y qué guapísima que estás!! Qué bien te queda ser maiko 🙂
Muy buen artículo!
Un besazo!
Muchas gracias, Laura. Un besazo y a ver si coincidimos pronto 🙂
Muy bueno el artículo Alícia, singular, personal y lleno de sentimientos. Estàs molt guapa de maiko!
Salut!
Mil gracias, Daniel. Una abraçada ben forta i salut!
Espectacular y tu guapísima, no me pierdo la continuación
Gracias, Mónica 🙂
Genial, un relato yin-yang. Y por cierto, estás guapísima como maiko.
Estupenda forma de definirlo, Beatriz. Gracias por leerme 😉
Lástima que te cayera el diluvio universal en Fushimi Inari!! Pero aún así veo que disfrutaste de este precioso lugar!
Yo me quedé con ganas de transformarme en maiko pero la verdad es que me enteré tarde de que se podía hacer… Para la próxima cae si o sí!
Di que sí, Mari Carmen. Ponerte en la piel de una maiko es una experiencia brutal. Ojalá pueda verte pronto así. Un abrazo
He leído algunos post sobre Japón, pero no como este. Me ha encantado. No conozco el país y por unos instantes he estado allí mientras te leía. Gracias!! Un beso 🙂
Muchísimas gracias por viajar conmigo a Japón. Un beso 🙂
Un viaje sin emociones no es un viaje. Puede que no todas sean positivas, que no inspiren fotos en Instagram, pero si hacen vibrar el alma unos segundos, ya justifican un viaje. Espero la segunda parte 🙂
Cierto. Si el alma no vibrase, por la razón que sea, no te sentirías vivo y no sería un viaje.
Pero qué bien lo cuentas Alicia. Esas sensaciones, todas, las de los cambios de humor, la soledad, el asombro, la felicidad, los contrastes, la sorpresa…son las que convierten un viaje a Japón en una experiencia tan especial. Mis más sinceras felicitaciones.
Un abrazo
Muchísimas gracias, Antonio. Me alegra saber que te ha gustado. Un abrazo 🙂
Muy bueno Ali!! Japón deja muchas experiencias fascinantes pero qué pena que te cayera ese diluvio en Fushimi Inari aunque da igual porque el sitio es alucinante de todos modos. Y no te quejarás de esa vista del Fuji… yo me quedé sin verlo.
Un besazo
Gracias, Patricia. Lo del diluvio tuvo dos fases, ya lo has leído, del disgusto a aprovechar el momento. No quedaba otra. Besazo de vuelta 🙂
Me has recordado mis propias emociones sobre Japón y comparto algunas contigo, la visión del monte Fuji es una de esas que no creo que se me van a olvidar nunca. Espero la continuación… 😉
Un saludo
Yo tampoco olvidaré nunca estar delante del Fuji, Elena. Es de esos momentos que se quedan grabados en la retina para siempre. Un saludo
¡Qué preciosidad de fotos y relatos! Me has llevado de vuelta hasta allí y dado más ganas de volver (¡si es que eso se puede!).
Un beso, vecina.
Por cierto, me reitero en lo de que estás guapísima 🙂
Si ha sido así, objetivo cumplido. Y gracias por el piropo pero yo sólo me limité a posar. ¡Sigue comiéndote el mundo, Claudia! Un fuerte abrazo
Super bonito, Alícia.. Me has puesto la carne de gallina y me has hecho revivir un poco mi viaje a Japón
Me emociona saber que con mis palabras has revivido tu viaje a Japón, Patricia. Muchas gracias por leerme. Un abrazo
Alicia, qué gozada de post. Enhorabuena por empezar estos relatos contándonos tus emociones, que es lo que realmente nos queda del viaje. Creo que has sido muy afortunada y te agradezco la sensibilidad de tus palabras. Una gozada leerte y esperando nuevas entregas 🙂
Muchas gracias, Carolina. Coincido plenamente contigo, las emociones vividas es el mejor poso que queda tras un viaje. Un saludo
Con los pelos de punta y con ganas de más…
Gracias, Silvia
¡Qué ganas tenía de empezar a leer tus relatos sobre Japón! Y sólo puedo decir que has comenzado de la mejor forma posible. Gracias por compartir tus emociones y sensaciones. Muchas veces no contamos esos momentos de bajón que pueden estropear parte del viaje, pero cuando decidimos ver el lado positivo y disfrutar del momento, las energías y las ganas de seguir viajando se multiplican… Preciosas las fotos de tantos buenos buenos momentos. Esperando ya la segunda parte 🙂 Un abrazo grande!
Gracias a ti por leerme, Mauxi. Me alegro que este «desnudo» a la japonesa te haya gustado. Un abrazo