Los murales de Belfast
por el 27 Nov, 2014 • . Actualizado 16 Sep, 2021 • 33 comentariosCuando planifiqué mi viaje a la isla Esmeralda, uno de los lugares que más deseaba conocer era Belfast. Quería ver en primera persona cómo era esta pequeña capital cuya imagen me recordaba inevitablemente el conflicto que convirtió a Irlanda del Norte en un escenario de horror y violencia durante tres largas décadas. Por eso no dudé en pasarme largas horas recorriendo algunos de los casi 2000 murales de Belfast, evidencias latentes del doloroso pasado de una ciudad que vuelve a disfrutar de una convivencia pacífica y cuyos atractivos la sitúan hoy en día en el top 5 de los destinos imprescindibles del Reino Unido.
No es fácil hablar de enfrentamientos que causan la muerte de miles de personas. De hecho me asaltaron las dudas antes de escribir sobre ello, pero tampoco creo que la solución sea mirar hacia otro lado y obviar la historia que narran los muros de Belfast a golpe de pinceladas de color. Eso sí, no esperes encontrar en estas líneas las raíces de esta oscura etapa ni el detalle de los trágicos episodios que se vivieron en sus calles. Hay cientos de libros y decenas de películas que recogen The Troubles, como se conoce al conflicto norirlandés. Simplemente voy a contarte mi experiencia, las sensaciones que me asaltaron cuando visité el oeste de Belfast.
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Los murales de Belfast
Empezaré respondiendo a la pregunta del millón. ¿Es seguro visitar esta zona? La respuesta es sí. Es más, en la oficina de turismo de Visit Belfast (9, Donegall Square North) la única recomendación que me hicieron es que evitase fotografiar a la gente. Nada más. Y así fue. En ningún momento me sentí intimidada o incómoda. Ni haciendo fotos ni preguntando mapa en mano y con el más absoluto de los respetos cada vez que me perdía.
Tal vez hayas leído que la mejor forma para visitar los muros de Belfast, también conocidos como líneas de la paz, sea a bordo de los llamados black cabs o taxis negros cuyos conductores hacen las funciones de guía mientras recorren los barrios católicos y protestantes parando en los murales más famosos. No dudo que sea la fórmula más rápida, informativa y cómoda de hacerlo, pero yo decidí ir caminando para desmarcarme de la ruta clásica y poder detenerme a mi antojo donde quisiera.
Así, desde el centro enfilé Great Victoria St. hasta llegar a la confluencia con Divis St. Una vez sobrepasada la autopista, tras unos quince minutos de caminata, la primera sensación que tuve es que parecía que ya no estaba en Belfast. El bullicio, los edificios victorianos, las tiendas, los pubs… Todo eso quedaba a atrás mientras me adentraba en la periferia de la ciudad.
Los murales de Falls Road
A aquellas tempranas horas, el inicio de Falls Road, el epicentro del barrio católico, estaba prácticamente desierto. Enseguida me llamó la atención el tramo conocido como el Muro Internacional. Allí me esperaban una veintena de murales. El I have a dream de Martin Luther King, pintadas que reclaman la expulsión de los diplomáticos israelíes de Irlanda, Nelson Mandela con el puño en alto, líderes locales, muestras de solidaridad hacia Palestina, invitaciones a unirse a Amnistía Internacional… Hasta un No pasarán en memoria de Dick y William, dos hombres que murieron en España durante la guerra civil y cuya placa preside un gran lienzo rojo, amarillo y morado.
Y rematando cada uno de los muros, metros y metros de alambre de espino que nadie retira aunque ya hayan pasado dieciséis años desde que el Acuerdo de Viernes Santo iniciara el proceso de paz. Fijándote en estos detalles, en las vallas, en los jardines enrejados, es imposible no sentir un puñetazo en el estómago. Son las cicatrices visibles y palpables de un tiempo no tan lejano en el que la disputa entre los que apoyaban la pertenencia al Reino Unido y los partidarios de la independencia o la inclusión en la República de Irlanda sesgó más de 3.500 vidas.
Esta sensación se acentúa en el Garden of Remembrance y en el resto de lugares dedicados a aquellos que murieron durante el conflicto que se cruzan a mi paso. Auténticos altares que se levantan en ambos barrios en los que no coincide el color de sus banderas pero sí la terminología que aparece en las placas: voluntarios, héroes, mártires, hombres valientes…
Sin darme cuenta me planto ante uno de los murales más fotografiados de Falls Road. Es el que rinde homenaje a la figura de Bobby Sands, un activista del IRA que falleció en 1984 tras una huelga de hambre. «Nuestra venganza será la risa de nuestros niños». Imposible quedarse impasible ante la sentencia que acompaña su retrato, situado en un lateral de la sede del Sinn Féin.
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El Muro de la Paz
Según dicen, en Belfast hay casi un centenar de muros repartidos a lo largo de 30 kilómetros. Se levantaron cuando empezaron los disturbios para separar y proteger a las comunidades unionistas y republicanas y aún siguen en pie. Uno de ellos, situado en Cuper Way, es el llamado Muro de la Paz que divide la católica Falls Road de la protestante Shankill Road. Llegar hasta allí puede resultar complicado porque en esta barriada muchas calles no tienen salida y te obligan a recular. Eso sí, si te pierdes, siempre puedes encontrarte con sorpresas como el Clonard Monastery, una iglesia católica construida en 1897.
Mi consejo es que, aunque des un pequeño rodeo, sigas caminando por Falls Road hasta encontrar Springlield Road. Continúa por esta calle y gira en Lanarnk Way. La impresionante presencia de los muros de cemento y acero, coronados por altísimas vallas, las cámaras de vigilancia y las puertas de metal te indicarán que has llegado a Cuper Way.
Cuando yo llegué, a media mañana, ya circulaban decenas de taxis negros por la zona. Y es que muchos turistas se acercan a este tramo del muro para dejar sus mensajes de paz entre una maraña de grafitis. No más asesinatos. No más pistolas. Esperamos que la paz no tenga fin. Peace, love & rock ‘n’ roll…
Los murales de Shankill Road
Como si de un macabro guiño se tratara, Shankill Road, una de las calles principales del barrio protestante, discurre en paralelo a Falls Road. Mientras llego hasta allí, callejeando por los alrededores de Conway Street prácticamente en solitario, vienen a mi mente las imágenes que hace años copaban los informativos. Parece mentira que en una zona tan tranquila a los ojos de un extraño pasara lo que pasó.
Una vez en Shankill Road, recordé las palabras del propietario de un pub que conocí en Dublín: «Si vas a ver los murales, acércate al Shankill Rest Garden». Le hice caso y descubrí un pequeño cementerio salpicado de antiquísimas tumbas situado junto a un monumento dedicado a los caídos de la Ulster Division durante la I Guerra Mundial.
El resto de Shankill Road, una avenida proletaria llena de locales de comida rápida, es una oda a la monarquía inglesa con cientos de banderas de la Union Jack decorando cada rincón u ondeando al viento.
Por cierto, si decides hacer esta ruta, debes saber que los murales más interesantes están en las urbanizaciones que hay detrás de Falls Road, donde se repiten los mismos mensajes de unionismo junto a imágenes del rey William III, del héroe celta Cúchulainn, fachadas que homenajean a grupos paramilitares como la UVF y la UDA, y cómics que nos hablan del derecho a la educación y de que todo el mundo debe ser tratado con la máxima dignidad y respeto. Es curioso que hasta los bordillos de las aceras están pintados de azul, blanco y rojo para que todo el mundo sepa qué terreno pisa.
Tras comer en un diminuto restaurante de la zona, me encontraba absolutamente agotada. Más mental que físicamente, a pesar de los kilómetros recorridos, y decidí regresar al hotel. Al día siguiente quería estar descansada para disfrutar de otro de los grandes atractivos del Condado de Antrim, la Calzada del Gigante.
Mientras volvía a cruzar la autopista y me reencontraba con el cálido y animado centro de Belfast, solo pensaba en el futuro de estos muros. Algunos los consideran la mayor galería al aire libre del mundo; son los que opinan que el arte puede ayudar a no olvidar. Otros, en cambio, luchan por derribarlos con la intención de que su desaparición contribuya a demoler otro tipo de barreras mucho más potentes, las mentales.
De momento ahí siguen pero algo va cambiando en su exterior. Los murales más beligerantes cada vez son menos y el hueco que dejan se dedica a reflejar temas culturales sin connotaciones políticas que pretenden sumar y no restar. Un buen comienzo, en cualquier caso, dirigido a la comprensión mutua, el respeto y la tolerancia.
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