Hay ciudades a las que les das la mano y se quedan con parte de ti. O tú de ellas. Como Avilés, la villa medieval más bonita de Asturias. Y no, no es una opinión subjetiva. Todo aquel que se lanza a traspasar el cinturón de chimeneas sucumbe a su encantador casco antiguo, al ambiente de provincias, a calles que parecen lienzos, a obras como el Niemeyer, que simbolizan el renacer de su ría, y a una oferta gastro que confirma que estás en la tierrina. A continuación, qué ver en Avilés en siete citas imprescindibles.
Callejea por el casco antiguo
Nada de preámbulos. Viste tu imaginación con ropajes de otras épocas y camina sin prisa por un casco antiguo de origen medieval cuajado de soportales, plazas y casonas señoriales. Declarado Conjunto Histórico Artístico y uno de los mejor conservados de Asturias.
A tu paso encontrarás calles como La Ferrería, la arteria principal del Avilés amurallado y medieval, que nos obliga a detenernos frente al Palacio de Valdecarzana o ante la iglesia de los Padres Franciscanos donde reposa su vecino más ilustre, Pedro Menéndez, Adelantado de la Florida y Gobernador de Cuba. O Rivero, que a lo largo de sus cinco siglos de historia ha visto y ve desfilar a los peregrinos del Camino del Norte.
O mi favorita, la calle Galiana. 252 metros de soportales que hilvanan la plaza Álvarez Acebal y el parque del Carbayedo. Y es que, aunque ya no hay artesanos refugiándose del orbayu ni el ganado pisa su suelo empedrado, su estampa apenas difiere de la que lucía en el siglo XVII como abanderada de la expansión de la ciudad. Lo que sí ha cambiado es el paisanaje que se cita en sus terrazas para picar algo, tomar unos vinos o unas copas. En Galiana, la eterna Galiana.
Calles que enamoran de día y seducen al caer el sol, cuando la luz de las farolas despierta a los que no descuelgan la llamada de Gijón, dueña y señora de la Asturias más canalla. Gente que se mueve por Carbayedo, Rivero y Sabugo, se toma un cóctel de autor en el Meeting Point (Alfonso VII, 3) y se va de conciertos a Le Garage (Plaza del Carbayedo, 50). Gente que se resiste a que las grandes noches de Avilés sean solo un recuerdo de los dorados noventa.
Tómate unas sidras en Sabugo
Si crees que tu retina aún no ha sucumbido al efecto Avilés, acércate al marinero barrio de Sabugo, el único que vivió el Medievo fuera de las murallas. En este antiguo arrabal todo pasaba y pasa por la plaza del Carbayo. Siéntate en una de sus terrazas como un paisano más, culín en mano y al abrigo de la delicada armonía de la iglesia vieja de Sabugo.
Vieja porque en el XIX se quedó pequeña y porque la burguesía emergente de la época quiso plasmar su poder en una nueva: la neogótica y monumental Santo Tomás de Canterbury. Pero no vayas aún a verla porque desde este mentidero vecinal parte otro túnel del tiempo, la calle Bances Candamo. Si la recorres en soledad, podrás pintar de historias su pasado. Las de los pescadores y mareantes que desde aquí salían a la mar, y la de las mujeres que al grito de sardines fresques ponían rumbo al Avilés de intramuros para vender su mercancía.
¿Dónde comemos?
Pues depende de lo que te apetezca. Si quieres empezar por los contundentes clásicos de la gastronomía asturiana, tu sitio es Tierra Astur Avilés (San Francisco, 4). El ambiente está asegurado y, como el resto de sidrerías de este grupo, la carta se basa en productos locales de calidad: quesos, embutidos, ternera asturiana, tortos, rapas… Si buscas cocina de autor, deberías dejarte caer por Apiñon Bistro para catar las originales propuestas del chef Pablo Pérez. Platos, como la merluza agridulce o el salteado de panceta al estilo thai, inspirados en la street food internacional que entran por los ojos y estallan en el paladar (Galiana, 30). Otra plaza fuerte de la nueva cocina avilesina es Brujería, un rincón del barrio de Sabugo en el que Jacobo Rodríguez y compañía hacen auténtica magia a la vista de todos. Imprescindibles: los chipirones, el taco de lomo ibérico y el coulant de zanahoria con helado de coco (La Estación, 18).
Aunque a priori puede parecer imposible hacerse un hueco en territorio sidrero, lo cierto es que en Avilés el mundo del vino siempre ha estado muy presente. ¿Dos recomendaciones para comprobarlo? Sal de Vinos, una agradable vinoteca que también funciona como bar de tapas y restaurante -ojo a la deliciosa longaniza de Avilés (La Muralla, 36), y la enoteca Syrah con excelentes vinos que maridan a la perfección con su selección de tapas (Alfonso VII, 12). En ambos, lo mejor es que te dejes aconsejar para disfrutar del arte del buen beber.
ACTUALIZACIÓN → Aquí tienes un artículo dedicado exclusivamente a dónde comer en Avilés con mis recomendaciones.
Visita el Niemeyer, el gran escenario de Avilés
Óscar Niemeyer le regaló a la ciudad mucho más que su principal obra en Europa, la puso en el mapa cuando pocos la conocían fuera de Asturias. Y lo hizo plasmado su universo creativo en el Niemeyer, un centro cultural multidisciplinar que se articula alrededor de “un gran palco de teatro sobre la ría y la ciudad vieja de Avilés”. Lo comprobarás recorriendo la pasarela que a modo de grapa une el pasado y el presente de la ciudad. A tu espalda, casas bajas con balcones acristalados. Enfrente, las curvas y colores primarios que el arquitecto brasileño soñó para bañar de luz la antes agónica ensenada avilesina.
Una vez allí, juega a descubrir las formas de la naturaleza que encierran las toneladas de hormigón blanco que te rodean. La enorme plaza central, la Cúpula, el Auditorio, la Torre-Mirador… Niemeyer creía que todas las artes estaban unidas y lo rubricó cosiendo, sin apenas líneas rectas, los diferentes edificios que componen su única obra en España. Espacios para la música, el cine, la danza o el teatro que te recomiendo descubrir en una visita guiada. Y sí, mi rincón favorito es la escalera de la Cúpula. Solo este genio de la arquitectura moderna podía dibujar, peldaño a peldaño, unas curvas femeninas que bien podrían desfilar por la arena de Copacabana.
Descubre el arte funerario del cementerio de La Carriona
¿Un cementerio en una lista de imprescindibles de Avilés? Como lees, pero no uno cualquiera, el cementerio de La Carriona, un camposanto en el que la escultura funeraria alcanza la categoría de arte como demuestra su inclusión en la Red Europea de Cementerios Significativos. Inaugurado en 1890, este museo al aire libre atesora la memoria colectiva de la ciudad. La de la burguesía que alzó panteones, capillas y criptas para que su poder económico, fruto del comercio con América, no cayese en el olvido, la de personajes ilustres de distintas disciplinas, y la del pueblo, enterrado en modestas sepulturas. Un consejo: para conocer mejor su patrimonio artístico y monumental, visita antes el Centro de interpretación.
¿Qué ver en Avilés? Sube al mirador del barrio de La Luz
Si quieres hacerte una idea de las dimensiones reales de Avilés y ver cómo luce su silueta desde la distancia, acércate al barrio de La Luz. En concreto al monte de la Xungarosa, una atalaya natural desde la que podrás contemplar una espectacular panorámica que abarca todo el concejo. Deja que tu mirada sobrevuele el horizonte de este a oeste. Los prados ponen el verde, la ría, el azul. No hay duda. Estás en Asturias.
Antes de iniciar el descenso al centro, entra en la preciosa ermita que precede al mirador. Un pequeño templo situado a casi cien metros de altitud en el que se venera a la patrona de la ciudad, la Virgen de la Luz.
Explora la comarca de Avilés: playa de Salinas y Museo de Anclas Philippe Cousteau
Arena dorada, surferos cabalgando sobre las olas, un ecosistema de dunas con especies vegetales únicas, un paseo marítimo y el más hermoso tributo a las gentes del mar que he visto nunca. Si tuviera que escoger uno de los muchos atractivos turísticos de la comarca de Avilés, este sería, sin duda, la playa de Salinas. La playa y su magnífico colofón: el Museo de Anclas Philippe Cousteau. ¿Uno de mis rincones favoritos de Asturias? Sin duda porque cuanto el asfalto me asfixia mi mente suele volar a este promontorio rocoso en el que la naturaleza estrecha la mano del hombre. Anclas y velas varadas en tierra, el fiero Cantábrico golpeando los acantilados, el viento en la cara, la mirada en el horizonte y el pensamiento libre, a la deriva… Mágico. Sí, esa sería la palabra.
¿Necesitas más ideas sobre qué ver en Avilés? Aquí las tienes. Un paseo por la ría al atardecer, asistir a la subasta de pescado en La Rula, conocer la evolución la que fue la primera villa costera del Cantábrico en el Museo de la Historia Urbana de Avilés, un momento de paz en el parque de Ferrera, contemplar el conjunto de galerías acristaladas que enmarcan la plaza Hermanos Orbón y entrar en el mercado de abastos… Empieza y acaba por donde desees. El resultado será el mismo: terminarás enamorándote de Avilés. A mí me pasó.
¿Dónde dormir en Avilés? Si buscas un alojamiento con encanto en pleno casco histórico, te recomiendo el Hotel Don Pedro. Está situado en la calle de La Fruta, a tan solo 30 metros del Ayuntamiento y cuenta con habitaciones espaciosas y luminosas. A destacar: la amabilidad de su personal.
Completa tu escapada a Avilés con estas visitas guiadas
Si quieres aprovechar al máximo tu estancia en Avilés, aquí tienes una serie de actividades y experiencias muy bien valoradas por otros viajeros:
Tour de quesos y sidra: Conoce la elaboración tradicional del Afuega’l Pitu y participa en una espicha con sidra natural, quesos y chorizos.
Tour de los misterios y leyendas de Avilés: El centro de Avilés tuvo en su día su particular “Jack el destripador”. Atrévete a descubrir leyendas como esta en este tour nocturno.
Tour indiano por Avilés: Cuando volvieron a Asturias tras “hacer las Américas”, los indianos de Avilés dejaron su impronta en la ciudad. Anímate a conocer su historia en este paseo guiado.
315 días de sol al año, playas eternas, islas volcánicas, recogidas calas, ecosistemas únicos, deportes náuticos, buena gastronomía, temperaturas medias que superan los 19º…. Gracias a mi reciente viaje a la Costa Cálida, he podido saldar la cuenta pendiente que tenía con la Región de Murcia descubriendo todos los atractivos que encierra el Mar Menor, una preciosa laguna de aguas tranquilas y poco profundas separada del Mediterráneo por los extensos arenales de La Manga. Si te preguntas qué ver en el Mar Menor, aquí tienes ocho experiencias perfectas para desconectar en este tramo del litoral murciano. ¿Habrá momentos de sol y playa? Por supuesto, pero también irresistibles tentaciones que guiarán tus pasos a San Pedro del Pinatar, San Javier, Los Alcázares, Cartagena y La Manga del Mar Menor.
Antes de empezar con mi lista de experiencias imprescindibles en el Mar Menor, situémonos. Nos encontramos en el sureste de la Región de Murcia, en pleno levante, y rodeados de la albufera salada más grande de Europa. Una laguna en la que reina un agradable microclima que no entiende de calendarios, y que esconde rincones que merecen ser preservados como reclaman las organizaciones ecologistas y vecinales que se oponen a cualquier plan urbanístico que pueda perjudicar a este delicado entorno.
Tomar el timón de un velero y navegar por el Mar Menor
Cornamusa, botavara, foque, puño de amura, punto de flameo… Aprender a navegar a vela en el Mar Menor es una potente experiencia que puedes realizar en el Centro de Actividades Náuticas de San Pedro del Pinatar con SeaWord Pinatar.
Jugar a cazar el viento, ver cómo el color ocre de la tierra se difumina en los azules y verdes de la laguna, descubrir técnicas ancestrales de pesca en las encañizadas, sentirte patrón por unas horas, comprobar la calidez del agua y su escasa profundidad, experimentar lo intensa que puede resultar la tranquilidad… Sin duda, pasar una mañana navegando es la mejor formar para empezar a conocer este destino que, por sus características geofísicas y su amplia infraestructura de escuelas y centros, resulta perfecto para disfrutar de los deportes náuticos en cualquier época del año. Windsurf, kayak, paddle surf, buceo, piragüismo.. Tú solo decide qué quieres aprender o practicar. El Mar Menor se encarga del resto.
Respecto a la sostenibilidad, debes saber que todas las actividades que se llevan a cabo en este CAN son respetuosas con este valioso ecosistema de la costa mediterránea que ha sido declarado Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo (ZEPIM).
Si prefieres ser tripulante y no patrón, puedes contratar una excursión para navegar entre las islas volcánicas del Mar Menor (El Ciervo, Rondella, Perdiguera, Sujeto y Mayor o del Barón) y las del Mediterráneo (Isla Grosa, Islas Hormigas y El Farallón).
Avistar aves en el Parque Regional Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar
Con una extensión de 856 hectáreas y seis kilómetros de arenales, el Parque Regional Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar es un humedal protegido en el que nidifican y descansan numerosas especies de aves antes de migrar a África.
Aunque por su belleza y abundancia los flamencos atraen todas las miradas, en este parque también hay importantes colonias de avocetas, cigüeñuelas, chorlitejos, garzas y cormoranes, entre otras especies. Acércate a uno de los observatorios prismáticos y guía de aves en mano, guarda silencio y desconecta practicando birdwatching, otra relajante opción que nos brinda el Mar Menor muy ligada a la conservación de espacios protegidos como este.
CONSEJO VIAJERO → En la web de Murcia Turística puedes reservar esta y otras visitas guiadas gratuitas.
Pasear entre salinas en San Pedro del Pinatar
¿Otra experiencia en la que el estrés no tiene cabida? Dar un tranquilo paseo junto a las salinas de San Pedro del Pinatar, una explotación en activo que demuestra que la convivencia entre el hombre y la naturaleza es posible si se hace de forma equilibrada. Te aseguro que, solo por el ver las diferentes pozas que componen el circuito salinero, merece la pena visitarlas. Sobre todo, cuando te sorprendes al descubrir los espectaculares tonos rosáceos de las charcas cristalizadoras, y cómo esta singular paleta de colores contrasta con el blanco de las montañas de sal. Y sí, los flamencos del parque regional son rosas por el grado de concentración salina del agua.
CONSEJO VIAJERO → Si te apetece caminar unos doce kilómetros, toma el sendero circular de Las Encañizadas que empieza en el canal de agua que rodea las salinas. Verás de cerca las encañizadas, dos antiguos molinos salineros y los populares baños de lodo del Mar Menor.
Encontrar tu playa ideal en el Mar Menor
La que fue hace diez millones de años una gran bahía abierta al Mediterráneo, o como dicen los murcianos al Mar Mayor, cuenta con una gran variedad de zonas de baño. Playas urbanas, para ir con niños o para practicar deportes náuticos, nudistas, certificadas con la «Q» de Calidad Turística y también playas naturales y calas en las que el ladrillo, afortunadamente, aún no ha dejado su huella.
Así que no pienses solo en arenales masificados porque, si lo que buscas son momentos de paz a la vera del mar, los encontrarás en lugares como la protegida y salvaje playa de la Hita -situada entre Los Alcázares y San Javier-, en Las Amoladeras con sus humedales y especies de flora y fauna endémicas, o en la casi virgen playa de Calblanque, integrada en el Espacio Natural Protegido del Parque de Calblanque y considerada por muchos como la más bonita de la Región de Murcia.
Otro lugar tranquilo con un grado de ocupación bajo es Punta de Algas, una playa en la que el Mediterráneo se funde con el Mar Menor situada dentro del Parque Regional de Las Salinas y Humedales de San Pedro del Pinatar. También en esta zona está la ya mencionada playa de la Torre Derribada que destaca por sus praderas de posidonia oceánica, una planta marina que libera oxígeno y absorbe el CO² disuelto en el mar y que solo se encuentra en las playas más limpias del Mediterráneo.
CONSEJO VIAJERO → Si optas por este tipo de playas, sé responsable y practica el turismo sostenible para que tu impacto en estos espacios sea el menor posible. Recuerda que protegerlas es cosa de todos.
Probar el caldero, un imprescindible de la gastronomía del Mar Menor
Aunque la Región de Murcia es conocida por los saludables productos de su huerta y por la calidad de sus salazones, en el Mar Menor la estrella es el arroz caldero, un plato de origen humilde que se preparaba con los pescados que no resultaban aptos en el mercado y que hoy reina en las cartas de todo restaurante que se precie.
Esta apetitosa receta, elaborada con arroz, ñora y diferentes tipos de pescados, se sirve en dos tandas. Primero el arroz, acompañado de alioli, y después el pescado sobre una base del caldo en el que se ha cocinado. Para acompañarlo, nada mejor que un buen vino de Jumilla, Yecla o Bullas.
Yo lo probé en dos ocasiones y te aseguro que en su sabor he encontrado una excusa más para volver al Mar Menor. ¿Quieres saber dónde?
El Rubio 360º: En este restaurante la cocina y el entorno se alían para dar forma a una experiencia gastronómica inolvidable. Pescados de temporada, los famosos langostinos del Mar Menor y arroces marineros como el caldero o el arroz a banda, rodeados de unas vistas de escándalo que comienzan en las Salinas de San Pedro y se extienden por toda la laguna (Calle Magallanes, 1. Lo Pagán).
El Pez Rojo: Tampoco andan faltos de vistas en este restaurante en el que Pepe García aporta su particular toque de magia al caldero y a los pescados y mariscos del día. Escojas el menú que escojas, disfrutarlo en su terraza, frente al mar y con el sol como un comensal más, te dejará un grato recuerdo en la retina y en el paladar (Paseo Marítimo 3, Cabo de Palos).
Un baño de salud en los lodos del Mar Menor
Otro de los rincones del parque regional que no debes pasar por alto es la playa de la Mota ya que aquí están los famosos baños de lodo del Mar Menor. Y es que las singulares condiciones climatológicas de esta laguna -con 2.800 horas de sol al año- y su elevada salinidad generan en el fondo de la albufera lodos y arcillas cuyas propiedades terapéuticas se conocen desde la antigüedad.
Ya que estás en la mayor zona de lodoterapia al aire libre de Europa, ¿por qué no darte un baño de salud? Yo solo he me he dado baños de lodo en el Mar Muerto pero la cara de felicidad de los allí presentes se parecía mucho a la mía en Israel o Jordania.
Si te animas, solo tienes que entrar en las charcas y embadurnarte de arriba abajo. Espera en los muelles de madera a que el lodo se seque bien -una hora aproximadamente- y vuelve a meterte en el agua para aclararte. No se te ocurra cruzar el paseo y hacerlo en el Mar Menor porque está prohibido. La razón: los lodos que cubren tu piel contaminarían sus aguas.
CONSEJO VIAJERO → Si quieres experimentar los efectos de estos lodos de una forma más íntima y personalizada, puedes acudir a alguno de los centros de talasoterapia del Mar Menor.
Disfrutar de los festivales de verano del Mar Menor
Cada verano el Mar Menor se convierte en el escenario cultural de Murcia gracias a sus famosos festivales así que, si quieres aderezar tu escapada con música, danza o teatro, busca un hueco en tu agenda para estas citas:
Festival Internacional de Jazz de San Javier:The Mavericks, Pat Metheny, Maceo Parker y Vonda Shepard encabezan el programa de la XXI edición de este festival que también contará con la presencia del pianista Chick Corea con su Akoustic Band. ¿Cuándo? Del 30 de junio al 28 de julio.
Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro: Lo que en su día nació como una velada musical en esta aldea del campo cartagenero es hoy una cita imprescindible para los aficionados al flamenco. Este año actuarán Farruquito, Sorderita, Capullo de Jerez y Miguel de Tena, entre otros. ¿Cuándo? Del 21 al 29 de julio.
La Mar de Músicas:Música, cine, arte y literatura se dan cita en este festival que se celebra en diferentes espacios de Cartagena y que este año tendrá a Dinamarca como país invitado. De entre las casi cien actividades programadas destacan los conciertos que ofrecerán Texas, Rubén Blades, Morcheeba o The Human League. ¿Cuándo? Del 20 al 28 de julio.
Festival Internacional del Cante de Las Minas: Vicente Amigo, Diana Navarro o Pitingo son algunos de los artistas que pisarán las tablas de este festival que se celebra en La Unión, y que está considerado uno de los encuentros de cante jondo y flamenco más importantes del mundo. ¿Cuándo? Del 1 al 11 de agosto.
Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier: En su 49 edición este certamen, declarado de Interés Turístico Regional, apuesta por la danza con espectáculos como El Jardín de las Delicias, de la coreógrafa canadiense Marie Chouinard, o Sombras, el último trabajo Sara Baras. ¿Cuándo? Del 1 al 24 de agosto.
Sentir la fuerza de la naturaleza en el Cabo de Palos
Hasta donde alcanza la vista, un pequeño pueblo de pescadores, preciosas calas como Las Escalerillas o Calafría, y un soberbio faro que domina el horizonte. Bajo el agua, cristalina como pocas, una de las mejores reservas marinas del Mediterráneo que destaca por su extraordinaria biodiversidad y que atrae a submarinistas de todo el mundo.
He dejado para el final el que posiblemente sea mi enclave favorito del Mar Menor y que, curiosamente, coincide con su límite inferior, el Cabo de Palos. Un rincón con alma custodiado por un vigía silencioso que desde 1865 alertó de ataques piratas, presenció el naufragio de numerosos barcos y que hoy sigue plantándole cara al levante y al jaloque. Un faro, bonico donde los haya, que espero siga proyectando su haz de luz por mucho tiempo. Porque forma parte de la historia de nuestras costas y ese patrimonio no debería venderse ni comprarse.
¿DÓNDE ALOJARTE? Si buscas un lugar agradable en el que relajarte y con todos los servicios que uno espera de un hotel de cinco estrellas, mi recomendación es La Torre Golf & Resort & Spa. Está situado en Torre Pacheco, a pocos kilómetros de la playa y rodeado de campos de golf. A sus fantásticas instalaciones se le suma un plus gastronómico: las creaciones del chef Tony Pérez que desfilan por las mesas del restaurante La Vinoteca. Creatividad, productos de calidad, buena técnica y sabores sorprendentes que respetan las bases de la cocina tradicional.
Y hasta aquí mis sugerencias. Ahora que ya sabes qué ver en el Mar Menor, ¿nos vemos en la Región de Murcia? Yo estoy deseando volver para desconectar en este rincón de la Costa Cálida.
Nota: Este artículo forma parte del blogtrip #MiMarMenorconDestinia organizado por el Instituto de Turismo de la Región de Murcia y Destinia.
En la costa, Pontevedra, Marín, Poio y Vilaboa; en el interior, Campo Lameiro, Cotobade y Ponte Caldelas. En conjunto, Terras de Pontevedra, una atractiva mancomunidad gallega que recoge lo mejor de las Rías Baixas. Conócela a través de este paseo fotográfico que muestra su diversidad. Extensos arenales, arte rupestre, paisajes rurales, espacios protegidos… Olvida el reloj. Viajamos a Terras de Pontevedra, tu próximo destino.
NAVEGAR POR LA RÍA. Subir a un barco y recorrer la ría de Pontevedra durante unas horas es una de las mejores formas de empezar a conocer este geodestino turístico que tanto le debe a su litoral. Un mini crucero que nos muestra la fachada marítima de poblaciones y parroquias como Combarro, Marín, Bueu o Raxó, nos acerca a la singularidad natural de las islas de Tambo y Ons, y que, entre bateas y barcos de bajura, nos sumerge en la cultura de la ría.
Súmale un delicioso tentempié a bordo donde no faltan mejillones, navajas y vino, ver cormoranes surcando el cielo y, si hay suerte, delfines nadando a tu vera, y ya tienes al completo la fórmula que convierte esta experiencia náutica en algo único.
COMBARRO (POIO). La primera vez que la visité me guiñó un ojo. Esta, me sacó a bailar y terminamos brindado por la vida. A ti te pasará lo mismo así que obvia a los turistas que se agolpan en sus calles y céntrate en descubrir la esencia de esta encantadora villa pesquera declarada Conjunto de Interés Artístico y Pintoresco.
Hórreos que se asoman a la ría, cruceiros, casas de arquitectura popular, redes secándose al sol… Cada rincón de Combarro es un cuadro esbozado en piedra, teja y mar. Cada paso, un encantador escenario por descubrir. No busques más, aquí sigue latiendo la Galicia marinera de siempre.
ATARDECERES EN LA PLAYA. Puestas de sol que inspiran, relajan e invitan a soñar con los pies en la arena. Cualquiera podría imaginar que la ría de Pontevedra esculpió su fisonomía para enmarcar impresionantes atardeceres. Dos ejemplos bastarán para convencerte. El primero lo contemplé en la playa de Mogor, el segundo, en Lourido, un virginal arenal rodeado de vegetación que ya se ha convertido en mi rincón favorito de estas tierras.
La brisa, el suave descenso del sol hasta fundirse con el mar, la cambiante paleta de colores que tiñe el cielo… Tú decides dónde quieres ver este espectáculo de la naturaleza. Las playas de Marín, Poio y Vilaboa harán el resto.
CARBALLEIRA DE SAN XUSTO (COTOBADE). Un manto verde tejido por robles centenarios que hunden sus raíces al pie de un cruceiro y una pequeña ermita. Así es la Carballeira de San Xusto, un lugar en el que desearás detener el tiempo.
Camina sin prisa entre los árboles, inunda tus pulmones de aire puro y paladea la calma que brota en esta loma sobre el río Lérez. Si agudizas el oído, tal vez puedas escuchar el eco de antiguas leyendas o versos de canciones populares como este: «Carballeira do San Xusto, carballeiriña famosa, naquela carballeiriña perdín eu a miña rosa».
ARTE RUPESTRE: EN BUSCA DE PETROGLIFOS. Reserva un hueco en tu agenda para descubrir una de las mayores concentraciones de petroglifos de Europa. Un viaje a la Edad de Bronce que te aconsejo iniciar en Campo Lamerio donde podrás desentrañar los secretos que esconden sus grabados en piedra realizados entre los siglos III y II a. C.
Tras conocer la “capital gallega del arte rupestre”, puedes continuar la ruta de los petroglifos en el Área Arqueológica de Tourón, el Centro Arqueológico de A Caeira y en otros enclaves que también conservan interesantes grabados como Mogor, Viascón, Fentáns, Chan dos Areeiros y Salcedo. Una recomendación: visítalos a primera o a última hora del día ya que las sombras acentúan su relieve y se aprecian mucho mejor.
A CALZADA Y LOS PAISAJES FLUVIALES DEL RÍO VERDUGO (PONTE CALDELAS). Aguas cristalinas rodeadas de robles, abedules y fresnos. Es lo que encontrarás si te acercas a A Calzada, la primera playa fluvial de España con bandera azul. Desde esta zona de baño, perfecta para ir con niños, parten varias rutas de senderismo que recorren los parajes naturales de Ponte Caldelas.
El llamado Sendero Azul, que enlaza con los tradicionales pasos de piedra en A Fraga y Portasouto, es uno de ellos. Una muestra más de los paisajes ribereños que dibuja el río Verdugo hasta desembocar en la ría de Vigo. Si has sentido un soplo de paz al contemplar estos poemas gráficos, he cumplido mi objetivo.
SALINAS DE ULLÓ (VILABOA):Cuatro ecosistemas son los culpables de la armonía de estas antiguas salinas situadas en la pequeña Vilaboa: el bosque de ribera, las tupidas masas de carrizos, la marisma y la ensenada de San Simón que da cobijo a un gran número de aves durante su migración invernal.
Cardenales, garzas reales, ánades, espátulas… Si te interesa el turismo ornitológico, acércate hasta este espacio protegido. Uno de los mejores lugares de Terras de Pontevedra observar aves te espera.
SABORES QUE CONQUISTAN. En el litoral, mariscos y pescados. En el interior, excelentes carnes. En tu paladar, sabor, calidad y frescura. Si decides visitar Terras de Pontevedra, cada concello te ofrecerá lo mejor de su despensa: pulpo, almejas, mejillones, cigalas, zamburiñas, rodaballos, besugos, truchas, quesos, filloas, arroz con leche… ¿Mis últimos gastro descubrimientos?
Loaira Xantar: Céntrica tapería que destaca por su cuidada cocina. No olvides probar las croquetas, la tempura de verduras y la tabla de quesos que marida a la perfección con una copa de Xión, impecable albariño de ATTIS Bodega y Viñedos (Praza da Leña, 2).
TintaNegra: Acertada relación calidad-precio junto al puerto deportivo de Combarro. Toma como ejemplo mi menú: almejas a la sartén, bacalao con natas, postre, bebida y café por 12€ (Av. Francisco Regalado, 44).
Padal da Santiña: Muy recomendables las innovadoras propuestas de Toño Mora que fusionan la cocina gallega con la japonesa. Imprescindibles: el pulpo tempurizado con panko y espuma de tortilla de patata, y el tartar de atún con chutney de ciruela. (Av. Santa María, 20, Pontevedra).
PONTEVEDRA, BOA VILA. No conozco a nadie que haya visitado la ciudad del Lérez y no guarde de ella un grato recuerdo. El que se forja caminado por su casco histórico, sin tráfico que interrumpa su serena belleza. De terraza en terraza en plazas como la de la Leña o la de la Verdura. Escuchando un ‘buen camino’ a los pies de la iglesia de la Virgen Peregrina. Reconociendo su hidalga historia blasón a blasón o disfrutando de espacios verdes como la Isla de las Esculturas que decora con su arte contemporáneo la parte final del río.
Pontevedra, una pequeña capital de provincia, compacta y amable, que sustituye los planos de metro por un Metrominuto que señala las distancias caminado -nunca más de media hora. Viva, sostenible, sin radares ni grandes centros comerciales. Donde se cuida su pasado medieval y su presente. ¿Una ciudad modelo? No lo digo yo, lo dice el premio Hábitat que le concedió la ONU.
Y hasta aquí esta aproximación fotográfica a Terras de Pontevedra que espero haya despertado en ti el deseo de conocerla. No lo dudes, es una apuesta segura.
No hace falta viajar muy lejos para disfrutar de excepcionales enclaves naturales y playas eternas, de buena gastronomía, de senderos trillados por los peregrinos del Camino de Santiago, de arte e historia. Simplemente hay que desplazarse a la provincia de A Coruña y recalar en Cabanas, un municipio costero de las Rías Altas que junto a las Fragas do Eume resume cuanto es Galicia.
La Galicia amable, cercana y hospitalaria que tienes en mente. La Galicia azul y verde que te sorprende con sus espectaculares paisajes y su patrimonio arquitectónico. La que te conquista por el paladar. Esa Galicia a la que sueñas volver antes de haberte ido.
Cabanas, a fraga feita mar
A fraga(bosque atlántico) hecha mar. Así es Cabanas, un encantador concello unido a un río, el Eume, a una ría, la de Ares, a zonas de montaña y entornos de ribera. El lugar donde las fragas se encuentran con el mar creando un bello escenario natural.
Un rincón de las Rías Altas que nos narra la historia de sus habitantes a través de su patrimonio en el que destacan el puente medieval que nos da la bienvenida a Cabanas -construido en 1380 y que en su día contó con un hospital para los peregrinos del Camino Inglés-, sus cruceiros, pazos como el de Fraián o Rioboo -levantado por el arzobispo D. Francisco Seixas en el siglo XVII-, y las iglesias de San Martiño do Porto y San Andrés de Cabanas. Un legado que descubrirás caminando sin brújula por las calles de Cabanas y recorriendo el resto de parroquias que conforman este concello donde no faltan vestigios de época megalítica.
Días de playa, senderismo y actividades náuticas en Cabanas
Tú decides cómo prefieres disfrutar del entorno natural de Cabanas. Descansado en sus tranquilos arenales -perfectos para familias con niños-, conociendo sus paisajes a través de su red de rutas o practicando deportes náuticos como el piragüismo o el kayak.
Si vas en busca de largas jornadas de playa que culminan presenciando hermosos atardeceres, tienes a tu disposición tres arenales: la playa de A Madalena -más de un kilómetro de arena blanca flanqueado por un frondoso pinar-, la playa de Chamoso -ubicada en una zona de acantilados- y Río Castro, una pequeña playa situada en el límite de los municipios Cabanas y Fene.
Mi consejo es que combines estos momentos de relax con las experiencias que nos propone Cabanas KDM Ocio Activo, especialistas en rutas en kayak por el Río Eume y la Ría de Ares, y senderismo por las Fragas do Eume. Su actividad estrella es la ruta A Fraga Feita Mar, una jornada de aventura y conocimiento de la zona que incluye un recorrido a pie por algunas de las sendas más singulares de las fragas por la mañana y una ruta en kayak hasta la playa de A Madalena por la tarde. Además, también organizan campamentos de verano en el Pinar da Madalena en los que la diversión para los más pequeños está asegurada.
Marco de Salto, historias de meigas que marcan lindes
Además de seguir cumpliendo su función de mojón que delimita las parroquias de Salto, Laraxe e Irís, según la tradición, el marco del Salto es una piedra que posee propiedades curativas contra los meigallos.
Encantamientos, sortilegios… Cualquier hechizo realizado por una meiga se puede deshacer si se cumple un ritual que finaliza depositando una moneda encima del marco o tirándola junto a él.
Algunos consideran que puede tratarse de un monumento megalítico, otros acuden en busca de remedio a sus males y a otros, como yo, les encantan estas leyendas que perviven ajenas al paso del tiempo. Sea como fuere, ¿qué sería de Galicia sin sus trasgos, fadas y meigas?
Fragas do Eume, el gran imán turístico de Cabanas
Imagina un entorno en el que la naturaleza es dueña y señora de cuanto sucede alrededor. Un manto verde cuajado de robles, castaños y fresnos. Un río que antes de desembocar en la ría de Ares da vida a exuberantes riberas. Un profundo cañón de abruptas laderas. Senderos que demandan ser recorridos. Líquenes, musgo y helechos de la Era Terciaria. Aire puro. Silencio. Paz.
Ahora, deja de soñar despierto porque este mágico lugar existe. Su nombre, Parque Natural Fragas do Eume, uno de los bosques atlánticos costeros mejor conservados de Europa.
9.125 hectáreas que abracan cinco municipios, entre ellos Cabanas, que revelan la riqueza natural de las Rías Altas. Porque fraga significa bosque con árboles de diferentes especies. Y, si añadimos do Eume, un motivo de peso para viajar a esta zona en la que Galicia nos muestra cómo era su fisonomía hace millones de años.
Un viaje en el tiempo, a su pasado más primigenio, que deberás recorrer sin prisa, olvidando el reloj y agudizando los sentidos. Solo así descubrirás por qué Las Fragas do Eume son el mayor reclamo turístico de Cabanas.
Para ello cuentas con una red de senderos señalizados. Uno de ellos es el llamado Camino dos Encomendeiros, un tramo de dificultad baja que parte del Centro de Interpretación y nos acerca a puentes colgantes como Cal Grande antes de llegar al Monasterio de San Xoán de Caaveiro.
Absolutamente sorprende y romántica. No encuentro mejor definición para expresar la visión de este antiguo cenobio benedictino que aparece entre la espesura del bosque, despuntando entre la vegetación y atrayendo todas las miradas.
Su bucólica ubicación, en un promontorio rocoso entre los ríos Eume y Sesín, nos ofrece una impresionante panorámica de las Fragas muy similar a la que contemplaron desde el siglo X San Rosendo y otros eremitas.
Un paseo en barco por el río Eume
Si quieres disfrutar de la imponente belleza de las Fragas do Eume desde otra perspectiva, deberás embarcarte en el Anduriño, un barco de pesca artesanal que remonta el río Eume hasta al alcanzar este espacio protegido.
Te puedo asegurar que, si te gusta navegar, es una experiencia que difícilmente olvidarás. Milla a milla, las tranquilas aguas del estuario van quedando atrás y la travesía se interna en el cañón que el río esculpe antes de su desembocadura. Los sauces, alisos y abedules que protegen las riberas intensifican el verdor de un entorno salvaje no exento de leyendas. Como la que cuenta que Dios prometió la ofrenda de un hombre cada año al río que llegase antes al océano. Los otros dos convocados a este reto, el Landro y el Masma, traicionaron al Eume que respondió enfurecido a esta ofensa salvando con bravura cuantos valles y montes encontró en su ruta.
Leyendas al margen, lo cierto es que esta ruta fluvial muestra perfectamente el significado de la marca turística Cabanas, a fraga feita mar: un bosque virginal que acaba fundiéndose en el mar.
Reservar plaza en el Anduriño
Si quieres realizar esta travesía por el Eume a bordo de la gamela Anduriño, puedes reservar tu plaza en la Oficina de Turismo de Cabanas (Parque del Areal), por teléfono (981 434 566) o bien vía e-mail (oficinadeturismocabanas@gmail.com). La ruta está operativa de mediados de julio al 15 de septiembre con un mínimo de tres viajes al día y parte del embarcadero Día Oito. No olvides llevar calzado cómodo, un chubasquero por si la lluvia hace acto de presencia y unos prismáticos.
Los sabores de Cabanas: Meu deus que comida máis rica
La gastronomía es otro de los grandes atractivos de Cabanas. No podía ser de otra manera tratándose de Galicia donde el mar y la tierra se alían para nutrir un recetario que toma forma en platos de marcado carácter tradicional y en innovadoras propuestas culinarias. En ambos casos, la apuesta está asegurada porque, además de maridar a la perfección con los vinos gallegos, en este concello se come muy bien y en abundancia. Aún así, es probable que cuando acabes tu festín escuches un “seguro que quedaches con fame”. Tu respuesta, reflejo de un estómago satisfecho, debería ser “comín coma un rei” o “non me cabe nin unha cereixa”.
¿Dos recomendaciones que reflejan la calidad de los fogones de Cabanas?
Chiringuito Los Pinares: Los productos locales son la base de la carta de este establecimiento en el que la chef Chus despliega todo su talento. Pulpo á feira, almejas a la marinera, mejillones al vapor, raxo, parrillada de verduras, merluza de pincho, churrasco, empanadas… Todo ello en un espacio comprometido con el medio ambiente en el que la categoría de chiringuito alcanza otro nivel. ¿Mis imprescindibles? Las zamburiñas a la plancha, la tortilla hecha con huevos camperos, y sus filloas, toda una tentación que se torna pecado cuando las catas aquí, en la playa y con la ría como telón de fondo (Praia da Madalena, s/n).
Restaurante La Solana: La Solana se ha convertido en todo un referente en la zona gracias a su cocina de raíces gallegas, su cuidada técnica y su extensa carta de vinos que complacen a los comensales en un ambiente moderno y elegante. No olvides probar el pulpo a la plancha con crema de patatas, las filloas rellenas de puerros y langostinos, y la brocheta de rape y vieiras. El dulce remate final, la tarta de queso con mermelada de frutos rojos. Inmejorable relación-precio (Paseo de la Magdalena, 2).
Para finalizar, otras dos sugerencias para los amantes del vino: Mi mamá me mima, un magnífico albariño afrutado de Bodegas y viñedos Don Olegario, y El canto del cuco, gran tinto de la D.O. Ribeiro elaborado por la bodega Lagar do Merens.
Aunque espero que este artículo haya despertado en ti el deseo de conocer Cabanas, te dejo con un vídeo que muestra los grandes atractivos de este municipio gallego.
Nota: Estas experiencias forman parte del blogtrip #Cabanas#AFragaFeitaMar organizado por la Universidad de Santiago de Compostela y el Concello de Cabanas.
Si estás pensando en viajar a Zanzíbar, toma nota de esta guía práctica. En ella encontrarás toda la información y consejos que necesitas para planificar tu escapada a uno de los destinos turísticos más famosos del Índico africano. Requisitos de entrada y vacunas, qué visitar, cómo desplazarte por la isla, dónde alojarte…
Para muchos, esta paradisíaca isla suele ser la escala final tras un safari en Tanzania. Si es tu caso y aún no has decidido qué parque nacional visitar, aquí te dejo unas cuantas sugerencias que se realizan siempre con un guía que habla español. Más sencillo y cómodo imposible.
Si lo que buscas es un safari por el norte de Tanzania, esta espectacular ruta de 8 días te llevará a emocionarte con la vida salvaje y los paisajes que atesoran el Parque Nacional del lago Manyara, Arusha, el increíble Serengeti, Ngorongoro y Tarangire.
Otra aventura con mayúsculas en Tanzania es hacer la Ruta Marangu. Siete días inolvidables de trekking hasta alcanzar la cumbre del Kilimanjaro. ¿Nunca has soñado con ver el amanecer desde el pico más famoso de África?
Y ahora sí, vamos con todo lo que tienes que saber para viajar a Zanzíbar.
GUÍA DE VIAJE ZANZÍBAR: CONSEJOS PARA VIAJAR A ZANZÍBAR
Situación de Zanzíbar
Zanzíbar es un archipiélago formado por las islas de Zanzíbar y Pemba y varios islotes que se encuentra situado en el océano Índico, a unos 36 kilómetros de la costa de Tanzania. La isla de Zanzíbar -conocida localmente como Unguja- también da nombre al conjunto del archipiélago.
A nivel político, Zanzíbar es una región semiautónoma integrada dentro de la República Unida de Tanzania y tiene su propio gobierno.
Cuándo ir a Zanzíbar
Gracias a su clima ecuatorial se puede viajar a Zanzíbar durante todo el año. De marzo a mayo es época de lluvias y la menos masificada ya que algunos hoteles cierran. De julio a septiembre, las temperaturas rondan los 28 grados, y al ser temporada alta, los precios suben y hay muchos turistas. De noviembre a diciembre suele llover de forma ocasional.
Cómo llegar a Zanzíbar
Desde el aeropuerto Dar es Salaam parten a diario vuelos a Zanzíbar. La duración del vuelo es de unos 20 minutos y se realiza en pequeñas avionetas que suelen tener una ocupación máxima de 12 plazas. Yo volé con la compañía Auric Air (75$ por trayecto).
Otra opción son los transbordadores que parten del puerto de Dar es Saalam. Los ferries rápidos tardan unas 2 horas y en clase economy cuestan 35$. Los lentos son un poco más económicos pero la travesía dura 4 horas. Las taquillas oficiales se encuentran en el edificio Azam Marine-Coastal Fast Ferries. Consulta su webpara más información o para hacer tu reserva online.
TIP DE VIAJE → Si no quieres complicarte con los traslados, aquí puedes reservar un transfer privado, puerta a puerta y al mejor precio. Un chófer te esperará en el aeropuerto, en el hotel o dónde estés para llevarte a tu destino de forma rápida y segura.
Visado, vacunas y recomendaciones sanitarias
Para entrar en Zanzíbar hay que tener el pasaporte en vigor con al menos seis meses de validez desde la fecha de entrada y un visado que puede tramitarse en los principales aeropuertos y fronteras terrestres (50$).
Según la fuente que consultes, verás que la vacuna contra la fiebre amarilla no es obligatoria, salvo si llegas procedente de una zona infectada. En cambio, Turismo de Tanzania dice que es indispensable para viajar a Zanzíbar. Mi consejo es que te vacunes ya que la enfermedad está muy extendida en África Oriental y que lleves tu Certificado Internacional de Vacunación contigo.
La Organización Mundial de la Salud recomienda estar vacunado además contra la difteria, tétano, sarampión, paperas, rubeola, poliomelitis, hepatitis A y B, tifus y rabia.
No olvides viajar a Zanzíbar con un botiquín básico en el que no falten analgésicos, antihistamínicos, laxantes, antidiarréicos, antiinflamatorios, protectores estomacales, materiales de cura, crema solar y, sobre todo, repelente de insectos que contenga DEET. Para evitar problemas, come fruta o verduras peladas y bebe siempre agua embotellada. Si sigues un tratamiento, lleva medicamentos suficientes para toda la estancia.
Viajar a Zanzíbar: seguridad
La situación política en Zanzíbar es considerablemente estable y en general es una zona segura salvo por algunas manifestaciones de protesta que se producen de forma ocasional.
No obstante, se deben tomar las precauciones habituales: evitar lugares aislados, tener especial cuidado con los objetos de valor y si es posible dejarlos en la caja fuerte del hotel, usar el taxi para desplazarse por la noche, no regatear con la cartera en la mano, nada de mochilas a la espalda…
En Stone Town hay que tener especial cuidado con los guías no oficiales que presionan a los turistas para «ayudarles». Se les conoce como papasi (garrapata en suajili) y suelen llevar credenciales falsas. Aunque pueden llegar a ser muy pesados, lo mejor es rechazar sus servicios educadamente. ¿Mi consejo? Contratar los servicios de un guía que esté registrado en la Zanzibar Tourist Corporation (ZTC).
En cualquier caso, para confirmar la situación actual, te recomiendo que consultes las recomendaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores y te inscribas en su registro de viajeros para que puedas ser localizado y asistido en caso de emergencia.
Embajada de España en Dar es Salaam: 99 B Kinondoni Road. P.O.BOX.: 842. Tel.: (00 255) 22 266 69 36
Llamar a Zanzíbar desde España:00 255 24 + número del destinatario. Llamar a España desde Zanzíbar: 00 34 + número del destinatario.
Seguro de viaje para viajar a Zanzíbar
Tu seguridad es lo primero, así que, si vas a viajar a Zanzíbar o a cualquier otro destino extranjero, haz como yo y contrata un seguro de viajes con Chapka. Para estancias inferiores a 90 días, te recomiendo el Cap Trip Plus por su amplia cobertura COVID-19: gastos médicos derivados de la enfermedad, PCR prescrita por un profesional sanitario, prolongación de estancia, regreso anticipado… Además, si lo contratas a través de mi web, obtendrás un 7% de descuento usando el código OBJETIVOVIAJAR. No lo dudes, contrata aquí tu seguro de viajes y disfruta de una aventura asegurada.
Moneda y tarjetas de crédito
La moneda de Zanzíbar es el chelín tanzano (TSZ). Hay billetes de 500, 1000, 5000 y 10000, y monedas de 50, 100 y 200 chelines. En los bancos y casas de cambio se pueden cambiar euros y dólares americanos.
La moneda más aceptada es el dólar. Eso sí, ten en cuenta que los dólares deben ser posteriores al 2006 para que los acepten. Aprovecha tu paso por Stone Town para cambiar moneda ya que fuera de la capital los cajeros automáticos (ATM) escasean. Las tarjetas de crédito más aceptadas son Visa y MasterCard.
En mi caso, opté por pagar con chelines las compras pequeñas y usar los dólares para pagar los desplazamientos y algunas facturas de restaurantes.
Al abandonar el país, los chelines pueden cambiarse a euros o dólares. El mejor sitio para hacerlo es el aeropuerto de Dar es Salaam. Conserva algunos recibos de cambio para no tener problemas.
Electricidad
La corriente eléctrica es de 220-250V/50Hz y los enchufes son de tres clavijas. No olvides llevar un adaptador universal. El suministro de electricidad en las islas no es muy bueno e incluso en los mejores hoteles se producen pequeños cortes de luz esporádicos.
Cómo desplazarse por Zanzíbar
El estado de las carreteras en Zanzíbar es bastante deficiente. Las vías de circulación no están en buenas condiciones y son especialmente malas en época de lluvia.
Moto o coche: Si quieres moverte por tu cuenta, puedes alquilar una moto o un coche a precios asequibles pero, además del permiso de conducir internacional y el de tu país, necesitarás una licencia local. Ten en cuenta que se conduce por la izquierda y que hay muchos controles de policía en las carreteras que paran a los vehículos para comprobar la documentación y cazar alguna «propina».
Dalla-dalla: Las principales ciudades de la isla están conectadas por una red de dalla-dallas que son mini buses o camiones que van parando en los pueblos para ir recogiendo gente. Los destinos a los que van se indican en la luna frontal del vehículo. Viajar en ellos no suele costar más de 2$ por persona pero siempre van abarrotados, no respetan los horarios y los trayectos pueden ser interminables.
Microbuses privados: Circulan por las playas de la costa norte y este. Conviene reservarlos el día anterior en una agencia de viajes.
Taxi: Sin duda, es la opción que te recomiendo. Resulta un poco más caro que el coche pero todo son ventajas: es más rápido y cómodo, y el precio del trayecto siempre se puede negociar. Como referencia, por un traslado desde el norte de la isla a Stone Town te pueden pedir 50$.
Otra opción a tener en cuenta es contratar los servicios de un chófer-guía. Los encontrarás en las playas y a base de regatear puedes conseguir la ruta que quieres hacer a buen precio. ¿Un ejemplo? Traslados desde/a el hotel situado en el norte, visitar Stone Town e ir a comer a The Rock costó 100$ (2 personas).
Idioma
Aunque el suajili es el idioma oficial, el inglés está muy extendido sobre todo en las zonas más turísticas. Para ir un poco más allá del Hakuna matata! (no hay problema) que todos solemos traer aprendido, aquí tienes algunas expresiones que pueden ayudarte en tu día a día:
Hola / Buenos días: Jambo
Sí: Ndiyo. No: Hapana.
Por favor: Tafadhali. Muchas gracias: Asante sana. Perdón: Pole
Y, recuerda, en Zanzíbar todo funciona en modo “pole-pole”, o lo que es lo mismo, poco a poco, despacio. Las prisas aquí no son bienvenidas.
Qué ver y hacer en Zanzíbar
Además de disfrutar de su idílico litoral y de atardeceres de escándalo, no deberías abandonar la isla sin:
Recorrer con calma Stone Town,el barrio antiguo de su capital declarado Patrimonio de la Humanidad.
Navegar a bordo de un dhow por la bahía de Menai, una reserva marina salpicada de islotes desiertos, arrecifes de coral y bancos de arena.
Practicar snorkel o submarinismo en el atolón de Mnemba.
Adentrarte en el bosque de Jozani, el último reducto de bosque tropical que queda en la isla y el único lugar del mundo en el que habita el mono colobo rojo.
Visitar una plantación de especias (spice-tour).
Ver cómo los pescadores reparan sus redes y cómo se construyen los dhowsen Nungwi.
La gastronomía de Zanzíbar
La cocina de Zanzíbar, como no podía ser de otra manera, es una sabrosa combinación de influencias árabes, indias y británicas que se sazonan con las especias que tan famoso hicieron al archipiélago: clavo, cilantro, cardamomo, canela… Un variado abanico gastronómico que incluye mariscos, carnes, pescados y ensaladas así como platos típicos que te recomiendo probar. Si te gusta la cerveza, opta por las dos marcas locales: Safari y Kilimanjaro. Los vinos que se sirven en los restaurantes suelen ser sudafricanos y europeos. En cuanto a los postres, olvida los dulces y degusta frutas exóticas y zumos naturales. Están deliciosos.
TIP DE VIAJE → ¿Quieres saber por qué Zanzíbar es la isla de las especias? Descúbrelo con este tour gastronómico en el que probarás frutas tropicales y otras delicias tanzanas. Esta excursión se realiza exclusivamente en español e incluye la visita a una plantación de especias, las ruinas de los baños persas de Kidichi y el Palacio de Maruhubi.
¿Algunas especialidades de la cocina suajili? Sambusa: una especie de empanadillas rellenas de carne especiada o verduras. Mchicha Wa Nazi: espinacas con leche de coco. Ugali: bolas de harina de maíz que a modo de pan acompañan a verduras y carnes. Nyama choma: carne asada. Urojo: sopa con patatas picantes, mango y lima.
Una recomendación muy personal: si tienes opción, date un pequeño lujo y reserva mesa en The Rock, un pequeño restaurante enclavado en una roca solo accesible por barca con marea alta. Un entrante, dos platos de pasta y dos refrescos: 62$. Muy turístico, sí, pero se come bien y solo por su emplazamiento, frente a la playa Michanwi Pingwe y rodeado de las aguas turquesas del Índico, merece la pena.
TIP DE VIAJE → Si no quieres perderte este famoso enclave, puedes contratar una excursión a la península de Michamvi. En este tour de cinco horas te acompañará un guía multilingüe que habla español y podrás practicar snorkel para explorar el fondo marino del océano Índico, relajarte en la preciosa playa de Pingwe y, cómo no, acercarte al afamado restaurante The Rock. ¡Ni lo dudes!
Viajar a Zanzíbar: dónde alojarse
Lo primero que debes saber es que Zanzíbar cuenta con una amplia oferta de alojamientos que no se limita a los resorts de lujo para millonarios o parejas de luna de miel. También hay hoteles, pensiones y B&B que se adaptan a todo tipo de bolsillos.
En la zona norte destaca el pueblo de Nungwi, uno de los principales destinos turísticos de la isla, donde encontrarás un buen número de pensiones y hoteles de precio medio y bajo. En la costa este, además de preciosas playas como Matemwe, Jambiani o Pongwe, hay muchos hoteles asequibles con precios que van desde los 60 a los 100$ aproximadamente. Por su parte, en la costa sur y suroeste es donde están situados los hoteles más exclusivos.
Si optas por quedarte en Stone Town, te sugiero dos alojamientos que tienen muy buenas críticas: el Stone Town Cafe B&B (habitaciones con baño desde 70$) y el Tembo House Hotel (en primera línea de mar desde 100$).
Para ahorrar tiempo en los desplazamientos, yo decidí pasar tres días en el norte de la isla y otros tres en el sur. Mis opciones fueron el Essque Zalu Zanzibar, un magnífico hotel boutique situado en Nungwi, y el no menos espectacular The Residence ubicado en la costa suroeste.
Religión y costumbres
La población de Zanzíbar es mayoritariamente musulmana conservadora. Para no herir la sensibilidad local en materia de vestimenta, se recomienda que las mujeres eviten las camisetas de tirantes y los escotes pronunciados, y que la falda o pantalón llegue hasta la rodilla.
En Tanzania las relaciones entre personas del mismo sexo son delito y están legalmente perseguidas, especialmente en Zanzíbar, donde se imponen penas que pueden llegar hasta 25 años de prisión, en el caso de los hombres, y 7 para las mujeres. Para evitar malentendidos con las autoridades locales, es aconsejable evitar todo tipo de demostraciones afectivas en público.
Las mejores excursiones que puedes hacer en Zanzíbar
¿Quieres saber cuáles son las mejores excursiones y actividades que puedes hacer en Zanzíbar con un guía que habla español? Toma nota:
Parasailing en Zanzíbar: si tienes sed de aventura, este es tu plan ideal. Harás parasailing sobrevolando el Índico, nadarás en aguas turquesas y te relajarás en la playa de Kendwa. La edad mínima para realizar esta actividad es de 18 años.
Excursión a la isla Kwale: arena blanca, aguas cristalinas, arrecifes de coral y una laguna de manglares. Explora los encantos de la isla Kwale con esta excursión inolvidable.
Visita guiada por Stone Town: conoce los rincones más emblemáticos de la seductora Stone Town, la ciudad de piedra Patrimonio de la Humanidad.
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Y hasta aquí esta guía práctica para viajar a Zanzíbar, un paraíso africano cuyo nombre nos remite a playas de arena blanca, acantilados de coral y vacaciones de ensueño. Si necesitas más información, déjame un comentario y trataré de resolver tus dudas. ¡Feliz viaje!
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Safari Blue, una de las excursiones marítimas más populares de Zanzíbar
En plena Costa del Sol se alza el Kempinski Hotel Bahía, un magnifico 5 estrellas GL en el que la impronta de excelencia, personalización y exclusividad que distingue a la marca Kempinski se siente y disfruta en todo momento.
No podría ser de otra manera si tenemos en cuenta que forma parte del grupo hotelero de lujo más antiguo de Europa, y su privilegiada ubicación en primera línea de playa, rodeado de exuberantes jardines y a un paso de las encantadoras localidades de Estepona y Marbella. Si la Costa del Sol es sinónimo de días soleados frente al Mediterráneo, este hotel es el lugar perfecto para relajarse, desconectar y experimentar sensaciones únicas. ¿Un paraíso en el corazón de Andalucía? Exacto.
Desmontando el Kempinski Hotel Bahía, un complejo hotelero que hace honor a su categoría
Lo primero que sorprende del Kempinski Hotel Bahía es la moderna y acogedora atmósfera que preside cada uno de los rincones de este hotel diseñado por Melvin Villarroel, el arquitecto más premiado de la Costa del Sol. Un buen ejemplo es su amplio hall en el que destaca la escultura de Olly, el enorme toro creado Pedro Rodríguez, uno de los artistas que embellecen con sus obras los diferentes espacios del hotel.
A pesar de la elegancia que reina en la recepción, enseguida la mirada se dirige hacia el exterior para posarse en lo que podría ser una típica estampa caribeña. Por un lado, sus tres piscinas que a modo de cascada parecen perderse en el mar. Una de ellas climatizada y otra reservada solo para adultos. Por el otro, la playa y 40.000 m² de jardines subtropicales, césped, palmeras, tumbonas y confortables chill-outs en los que desearías perder la noción del tiempo. ¿El toque definitivo? La antigua torre almenara, una construcción defensiva de 1575 junto a la cual los huéspedes pueden disfrutar de una cena privada o de un masaje al aire libre.
A todo ello se suma la calidad del resto de instalaciones y servicios del hotel, y la atención sumamente personalizada que dispensa todo su staff.
Las habitaciones y suites del Kempinski Hotel Bahía: confort, diseño y elegancia
La oferta de alojamiento de este complejo hotelero se divide en 128 habitaciones de diferentes categorías, 17 suites y 89 apartamentos privados en régimen de alquiler. Todas ellas con terraza o balcón con vistas a los jardines y al mar, y decoradas en tonos cálidos que combinan a la perfección con el mobiliario contemporáneo.
Durante mi estancia en el Kempinski Hotel Bahía me alojé en una de sus fantásticas suites: 102 m², salón y dormitorio independiente, escritorio de trabajo, cama king size, vestidor, baño con cabina de ducha y bañera, y una amplia terraza con tumbonas desde la que podía contemplar el mar cada mañana.
Una suite confortable y funcional dotada de detalles acordes a sus estándares de calidad: acceso wifi gratuito, minibar, televisión de pantalla plana, servicio de café y té, albornoces y detalles de bienvenida como cestas de fruta fresca o dulces combinaciones de fresas y chocolates. Mi particular oasis frente al Mediterráneo.
Los sabores del Kempinski Hotel Bahía: un lujo gastronómico
Cocina mediterránea variada y saludable. Así es la propuesta gastronómica del Kempinski Hotel Bahía que se puede disfrutar en sus cuatro restaurantes y dos bares. Además, el hotel cuenta con su propio huerto ecológico que los abastece de productos recién recolectados.
El Mirador
Disfrutar del magnífico desayuno bufet del Kempinski Hotel Bahía, con más de 100 especialidades internacionales, es todo un festín para el paladar. Si además es en una bonita terraza con vistas al mar, la experiencia se convierte en sublime.
La Cabaña del Mar
Situado al borde de la playa, La Cabaña del Mar ofrece una carta mediterránea especializada en mariscos y pescados de la Bahía de Cádiz, ensaladas, verduras y arroces y paellas. ¿Dos sugerencias? Atún rojo de la almadraba y arroz con bogavante. Deliciosos.
La Cocina de mi Abuela
Tapas caseras de toda la vida con un toque moderno. Un muestrario de especialidades de las diferentes regiones españolas ideal para una cena informal.
Alminar Wine and Steak House
Carnes españolas, pescado fresco de la región y vinos de autor se dan cita en este restaurante en el que los clientes pueden disfrutar de una tranquila cena con vistas a los jardines y a la torre almenara. Su excelsa carta de vinos cuenta con más de 300 referencias.
Para complementar esta extensa oferta gastronómica, el hotel cuenta con dos bares. El Bahía Cafe & Lounge, con snacks, pasteles, cócteles y tés, y el Pool by Moët & Chandon, un exclusivo chill-out situado junto a la piscina para adultos. El mejor champagne, ostras, caviar de Riofrío, sushi…
El spa, un capricho para los sentidos
Otra de las joyas de este hotel es su spa, el lugar perfecto para conseguir el deseado equilibrio entre cuerpo y mente. Un santuario para el relax y el bienestar decorado con un gusto exquisito que incluye un club de fitness en el que se imparten clases de yoga y Tai Chi, sauna finlandesa, baño de vapor, piscina cubierta climatizada y zona de relajación con vistas al jardín. Para potenciar la calidad de sus servicios, cuenta además con un estudio de manicura y pedicura del afamado podólogo Bastien Gonzalez, todo un especialista en pedicura seca cuyas técnicas dan como resultado unos pies bellos y suaves.
Su carta de tratamientos, en los que utilizan únicamente productos naturales de prestigiosas marcas como Niance, Anne Semonin y Natura Bissé, son toda una tentación: masajes tradicionales, específicos y orientales, rituales faciales y corporales, tratamientos Signature… Cualquiera de ellos supone una magnífica forma de relajarse, cuidarse y dejarse mimar.
Y hablo, cómo no, por experiencia propia ya que pude disfrutar del Kempinski Spa Signature Massage, un masaje exclusivo de este hotel que combina las mejores tradiciones terapéuticas de los cinco continentes con el que alcancé la relajación total. Cien por cien recomendable.
Golf en la Costa del Sol
Si los huéspedes quieren aprovechar su estancia en la Costa del Sol para practicar golf, el Golf Concierge, situado en la recepción, ofrece diferentes paquetes y precios especiales en campos como el Valderrama Golf Club, el Alcaidesa Links y el Finca Cortesín Golf Club, entre otros. Además, este año la cadena Kempinski está celebrando su 120 aniversario con una serie de ofertas especiales que puedes consultar en su web.
Instalaciones de primer orden, exquisita gastronomía, atento y profesional staff… Así es el Kempinski Hotel Bahía, un referente en la hostelería de lujo de la Costa del Sol galardonado tanto por su arquitectura como por sus jardines. Un paraíso en el que la excelencia se nota y disfruta en cada detalle.
Ficha del Kempinski Hotel Bahía
Dirección: Ctra. de Cádiz, Km 159. Estepona, Málaga Teléfono: 952 809 500.
Situación: El Kempinski Hotel Bahía está situado a 3 km de Estepona y a poca distancia de Puerto Banús y Marbella. Distancia al aeropuerto de Málaga-Costa del Sol: 80 km. Distancia al aeropuerto de Gibraltar: 50 km. Coordenadas GPS: Latitud: N36.43638º Longitud: W05.10795º
Categoría: 5 estrellas Gran Lujo.
Habitaciones y suites: 128 habitaciones (Clásica, Deluxe, Premier y Premier Plus) con terraza o balcón con vistas a los jardines y al mar y 17 espaciosas y cómodas suites. Todas ellas equipadas con cama extra grande, aire acondicionado, caja fuerte, televisión de pantalla plana, escritorio, minibar, cuarto de baño de mármol con cabina de ducha y bañera, y amenities de la firma Kempinski. Además, el complejo hotelero cuenta con 89 apartamentos privados en alquiler con todos los servicios de cinco estrellas GL del Kempinski Hotel Bahía.
Servicios: Recepción y servicio de habitaciones 24 horas. Servicio de conserjería personalizado. 4 restaurantes y 2 bares. Piscina climatizada interior y tres piscinas en los jardines. Kids Club. Pista de tenis. Spa y Fitness Club. WiFi gratuito. Clases de yoga y Tai Chi. Actividades deportivas y deportes náuticos. Salas para reuniones y conferencias. Parking interior y exterior. Aparcacoches. Servicio de transfer desde el aeropuerto de Málaga o la estación de tren. Alquiler de coches, bicicletas y segway.
Cuando empecé a preparar mi viaje a Zanzíbar, recabando información sobre qué hacer y ver en este archipiélago situado a 36 kilómetros de las costas de Tanzania, encontré la posibilidad de realizar un crucero por la bahía de Menai, una reserva marina situada en el suroeste de Unguja famosa por sus islotes desiertos, sus arrecifes de coral y sus idílicos bancos de arena. Tras investigar a conciencia me decanté por la empresa Safari Blue ya que fueron los pioneros en este tipo de excursiones marítimas, proporcionan empleo a más de 80 empleados locales y su propietaria, Eleanor Griplas, es una gran defensora del turismo sostenible y responsable. ¿En qué consiste esta excursión? ¿Valió la pena? Todos los detalles a continuación.
Safari Blue: snorkel, playas desiertas, delfines y la magia del Índico
El punto de partida de esta excursión es la playa del pequeño pueblo pesquero de Fumba, a unos 30 minutos en coche de Stone Town. Allí acudimos un puñado de viajeros dispuestos a coleccionar imágenes de postal a bordo de un dhow, el tradicional barco de vela triangular que desde tiempos inmemoriales ha surcado el océano Índico y el mar Rojo facilitando el transporte de mercancías. Un navío de bonita silueta, hecho con madera tropical en el que pueden viajar hasta 16 pasajeros.
Tras una cordial bienvenida, en la que nos informaron de las normas de seguridad a seguir, dividieron el grupo en los diferentes barcos. «¿Veremos delfines?» Quien lo pregunta es Alan, un niño sueco de unos diez años. La respuesta que recibe por parte de uno de los guías es contundente: “Vamos a navegar por un área marítima protegida y aunque el 90% de las veces solemos verlos, eso solo depende de la madre naturaleza. Ellos decidirán si se acercan a nosotros o no”. En ese momento me sentí aliviada porque había leído el asedio que sufren estos cetáceos en la zona de Kizimkazi y no quería contribuir a tan nefasto espectáculo.
Aviso para navegantes → Aquella mañana de abril la marea estaba realmente baja por lo que nos tocó ir caminando por el agua hasta el dhow. Tenlo en cuenta y, además de gafas de sol, protector, toalla y gorra, no olvides llevar una mochila impermeable y chanclas cerradas.
Una vez ubicados en el barco empezamos la travesía bajo un sol radiante que avivaba aún más los mil azules del Índico. Algo de fruta fresca, bebida a discreción, la suave brisa… Todo el pasaje estaba encantado con el espectacular escenario que nos rodeaba con el mar como absoluto protagonista.
Tras una media hora de navegación, nos detuvimos para practicar snorkel en las cristalinas aguas del océano. La pena es que el último tsunami destrozó buena parte de los arrecifes de coral y nos tuvimos que conformar con ver anémonas, peces payaso y poco más.
NO VIAJES SIN SEGURO A ZANZÍBAR
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¿Un punto a favor de la tripulación? Su buen talante para ayudar a una pareja de Sudáfrica que a pesar de no saber nadar no quiso perderse la experiencia. El chaleco salvavidas, el flotador y el apoyo de varios miembros del equipo les bastaron para animarse a meter por lo menos la cabeza en el agua y nadar un par de metros. Imagina sus caras de felicidad al volver a subir al barco. We did it!, gritaban emocionados.
Y sí, los delfines hicieron acto de presencia nadando a unos metros de nuestro barco. Ni fuimos en su búsqueda, ni los importunamos. Simplemente disfrutamos de su presencia en su hábitat natural limitándonos a observarlos.
La siguiente parada nos llevó hasta un precioso banco de arena. Un islote blanco en medio del mar en el que la presencia humana se reducía a un par de toldos para protegernos del sol.
Aunque parte del grupo se fue a bucear a otro enclave cercano, yo decidí quedarme allí. En aquel pequeño paraíso deshabitado; jugando con las olas en la orilla, nadando en las cálidas aguas del Índico y buscando encuadres que reflejasen la belleza de este rincón de Zanzíbar protegido desde 1997.
Tras casi una hora de relax absoluto pusimos rumbo a nuestro último destino: la isla Kwale. Aquí es donde fondean para comer la mayoría de empresas que realizan este tipo de cruceros y eso se nota en la cantidad de puestos de souvenirs que esperan la llegada de los turistas.
En esta especie de isla-restaurante nos sirvieron un bufet que consistía en langosta a la parrilla, calamares, pollo, arroz, lentejas, curry y varias salsas. Correcto sería la calificación adecuada ya que bajo aquel sol de justicia, apenas mitigado por la sombra de los tamarindos, todo lo que salía de la parrilla acababa teniendo el mismo sabor. Lo que sí disfruté y mucho fue la degustación de frutas tropicales porque, además del clásico mango, piña, melón, guayaba o caña de azúcar, descubrí frutos exóticos como el rambután, el durian, el jackfruit o el soursap.
Con la visita a una laguna rodeada de manglares y a un baobab gigante finalizó nuestra estancia en Kwale. Eran las 16:30 y tocaba regresar. Un rápido baño, un último vistazo a aquella casi virginal playa y de vuelta al dhow.
¿Valió la pena esta jornada en el mar con Safari Blue? En mi opinión, sí. Más aún si, como en mi caso, no has podido visitar las playas de Matemwe o Jambiani y quieres conocer uno de los rostros más paradisíacos de esta isla tropical. Si te gusta navegar, practicar snorkel y colonizar arenales de ensueño, esta excursión es perfecta para ti. Si por el contrario dispones de poco tiempo y quieres empaparte de un Zanzíbar a años luz de los hoteles de lujo que jalonan su litoral, mejor empléalo callejeando por Stone Town. Recorriendo los sinuosos y decadentes callejones del casco antiguo de la capital, declarado Patrimonio de la Humanidad, no solo conocerás su historia. También su presente. Mucho menos idílico y glamuroso, cierto, pero infinitamente más real.
Precio de la excursión marítimacon Safari Blue: Si llegas por tu cuenta a Fumba: 65 dólares. Si contratas el servicio de transfer para que te recojan y te lleven de vuelta al hotel, 120 dólares aproximadamente.
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Seis de la tarde. Estoy en Dar es Salaam, en la terminal internacional del aeropuerto Julius Nyerere y me siento presa. Faltan seis horas para que salga mi vuelo y el mostrador de facturación no abre hasta las ocho. Miro a mi alrededor en busca de agua. No hay. Esta pequeña sala solo da para un puñado de sillas, una desconchada oficina de cambio y un puesto que embala maletas. Sin tarjeta de embarque no puedo pasar el control policial y sin cruzarlo no puedo acceder al único restaurante de la planta de arriba. Enjaulada entre cuatro paredes sin retorno.
La sequedad de mi boca es solo la punta del iceberg. Mi gran viaje toca a su fin y el momento que tanto he tratado de esquivar se revela asestándome un certero puñetazo en el estómago, blandiendo las esposas que me condenan de vuelta a la rutina, a ese Madrid que tanto quiero hasta que dejo de serle fiel. No. Todavía no. La gran aventura aún no ha acabado. No hasta que vea aparecer mi equipaje en la cinta de Barajas. Aquí y ahora sigo siendo una mzungu -persona blanca- que se resiste a olvidar el poco suajili aprendido: jambo, hakuna matata, asante sana, pole pole, simba, tembo…
Mi rechazo a la realidad me lleva a abrir el ordenador para seguir viviendo y sintiendo África. Funciona y encuentro en el cajón de las emociones la energía que me falta. ¿Qué tal el viaje?, ¿ha sido tan increíble como imaginabas?, ¿con qué te quedas?… Estas preguntas me esperan a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no empezar a responderlas ahora cuando todo sigue a flor de piel? Cuando todavía soy capaz de distinguir los sonidos de la sabana, el sabor de un zumo de baobab, los mil azules del Índico.
Dicho y hecho. Empiezo a teclear y al volver a alzar la mirada, los cuatro muros que hasta hace nada me encadenaban son ahora un enorme panel de imágenes que condensan todo lo vivido en el África subsahariana.
Zambia: un safari, una escuela y artesanía contra la barbarie de los furtivos
Total y salvajemente fascinada. Así me he sentido cada uno de los días que he pasado recorriendo el South Luangwa National Park, una de las reservas más importantes del continente africano en la que el hombre sigue estando en franca minoría.
Ver por primera vez un elefante en libertad, navegar por el río Luangwa hasta la puesta de sol, el increíble verdor propio de la temporada de lluvias, esperar a que un leopardo acabe su siesta y trepe a un árbol, sentirme vulnerable cuando un león cruza su mirada con la mía en medio de la oscuridad, desear que un búfalo alcance la orilla para no ser atacado por los cocodrilos, cruzarme con perros salvajes, temer por la supervivencia de una leona herida, recorrer los primeros metros a pie tras la silueta del ranger con la sangre al galope…
Si el día transcurre en un baile de continuas sorpresas, al llegar la noche las sensaciones se multiplican y los oídos toman el relevo a una vista cansada de esforzarse. Y allí estoy yo, intentando conciliar el sueño mientras escucho el rugido de un león o cómo pasta un hipopótamo al lado de la tienda. La jornada acaba para mí y el día empieza para ellos. En mi primer safari, en Zambia y de la mano de Norman Carr Safaris, una compañía que cada año copa las principales categorías de los Safari Awards por sus rutas a pie -fueron pioneros- y por su equipo de guías. A mí me tocó el mejor, Lawrence Banda, un hombretón nacido y criado en Mfuwe que adora su trabajo. Él fue quien me abrazó cuando lloré contemplando mi primer atardecer, el que me enseñó a reconocer las huellas de los animales y las señales de alerta, y el que pronunció una frase que adopté como dogma: “En coche ves África, a pie sientes África”. Gracias, Lawrence. Este safari siempre quedará unido a tu eterna sonrisa.
Además de coleccionar imágenes de postal y momentos que me hicieron sentir viva a cada paso, en Zambia también encontré historias dignas de ser contadas. Como el Kapani School Project, una organización sin ánimo de lucro, fundada por el propio Norman Carr, que trabaja para mejorar la educación de los niños de la zona de Mfuwe. Nunca olvidaré la tarde que pasé en el Club de Chicas de la escuela Yosefe, entre jóvenes de 10 a 14 años que desfilaban una a una expresando en voz alta sus esperanzas: “Mi sueño es ser enfermera, quiero ser abogada, de mayor seré profesora”. Cada viernes una voluntaria las reúne proporcionándoles un lugar privado en el que compartir sus experiencias y aspiraciones, haciéndoles ver que hay alternativas a los estereotipos que amenazan a las mujeres de la Zambia rural.
Otra amenaza que sufre este territorio son los cazadores furtivos, responsables entre otras muchas barbaries de la desaparición de los rinocerontes y de que el número de elefantes haya pasado de 156.000 a 18.000. ¿Puede un acto tan deleznable convertirse en algo bello? Sí. Lo comprobé visitando el taller de Mulberry Mongoose en el que las mujeres de los alrededores transforman el alambre que usan en las trampas en preciosas piezas de bisutería. Como este collar. Cada vez que lo luzca recordaré que una parte de mi compra se destinó a las patrullas que luchan para proteger la vida salvaje en South Luangwa.
También traigo en mi maleta el insípido sabor del nshima -una especie de gachas preparadas con maíz que son la base de la cocina zambiana-, y las horas que pasé en Lusaka y Livingstone conociendo otra realidad mucho menos amable. Infraestructuras en mal estado, precarias condiciones sanitarias, persecución de la homosexualidad, ausencia de igualdad de género… Todo ello en un país ajeno a los conflictos que se viven más allá de sus fronteras, en el conviven sin problemas más de 70 etnias y donde todo discurre sin prisa. Un país que me costó abandonar por todo cuanto me dio.
Zimbabue y las Cataratas Victoria
Siete y media de la mañana. Acabo de aterrizar en Schiphol y tengo por delante otras cuatro horas de escala en el aeropuerto de Ámsterdam. Esta vez sí encuentro a mi alrededor “todo” lo que un viajero puede necesitar: Starbucks, McDonald’s, tiendas de electrónica, hasta un spa exprés y una peluquería. No puedo con tanta globalización, tanta banda sonora de fondo y tantas maletas a la carrera. Todavía no. Sigo en mis trece de no querer despertar de mi sueño africano así que me arrellano en un cómodo asiento, cierro los ojos y…
Estoy sobrevolando en helicóptero las Cataratas Victoria y el Zambezi National Park. Durante los primeros minutos mi oficio me conduce a una nerviosa y frenética coreografía: la Nikon, el móvil, la GoPro… Me faltan manos. Hasta que me impongo un basta. No voy a volver a vivir estos 25 minutos de vuelo así que adiós tecnología. Es entonces cuando soy plenamente consciente del asombroso escenario que discurre bajo mis pies: el río Zambeze se derrumba a lo largo de una enorme grieta que quiebra la tierra dibujando una estremecedora frontera natural entre Zambia y Zimbabue. Mosi-oa-Tunya, el humo que truena que Livingstone descubrió en 1855. Uno de los paisajes más impactantes que he contemplado hasta la fecha.
A vista de pájaro me siento como una asombrada espectadora, a ras de suelo, protagonista. Desde Zimbabue y desde Zambia, en plena temporada húmeda, calada hasta los huesos por la enorme nube de vapor que provoca el desplome del gran caudal del Zambeze, escuchando el atronador ruido del agua, asomándome al abismo e imaginando qué descubre en los meses secos aquello que por momentos solo es una enorme cortina blanca.
¿Tres momentos que enmarcaron mi visita a las cataratas? Un mojito con vistas a la garganta Batoka en The Lookout Café, un tranquilo crucero al atardecer por el Zambeze y cruzar el puente que une Zambia y Zimbabue. Mi primera frontera a pie, caminando en tierra de nadie, entre largas colas de camiones que esperan sin aparente prisa salvar los trámites aduaneros.
Zanzíbar: playas paradisíacas y el decadente encanto de Stone Town
Una voz femenina me saca de mi dulce ensoñación: “This is the final boarding call for passengers...” Qué cerca y qué lejos queda ahora el rumor del Índico, la insoportable humedad del bosque de Jozani -feudo de los monos colobos-, la arena blanca, los manglares, el crucero por labahía de Menai y los amarillos, naranjas y ocres que despiden los días en este rincón africano.
Zanzíbar, paraíso de las lunas de miel, de hoteles de lujo que domestican su salvaje fisonomía, de la dolce vita a golpe de tarjeta. Un archipiélago situado a 36 kilómetros de las costas de Tanzania que cualquier viajero calificaría de edén terrenal. “Heaven on earth”, como repite el dueño del Rolex cada mañana antes de zambullirse en la infinity pool de The Residence.
Clases de cocina suajili, masajes, cócteles al atardecer, marisco a la luz de las velas… Estuve tentada pero no pude. Llegar hasta aquí desde Zambia supuso un largo camino de visados, colas interminables y calor sofocante. Demasiado esfuerzo como para quedarme encerrada en mi burbuja de cinco estrellas y limitar mi estancia a playas virginales en las que me hice la sorda para esquivar a los falsos masais que me ofrecían su “compañía”.
Quise recorrer la polvorienta y bacheada carretera principal que a modo de espina dorsal conecta el norte y el sur de la isla, conocer una plantación de especias y descubrir los otros rostros de Zanzíbar en el barrio viejo de su capital, Stone Town. Un decadente laberinto de calles estrechas, declarado Patrimonio de la Humanidad, en el que es prácticamente imposible orientarse.
Maravillarme con sus preciosas puertas de madera tallada y distinguir las muestras de arquitectura árabe, india, africana y europea me resultó fácil. Mucho más sencillo que evitar una lágrima -esta vez de dolor- al visitar las celdas en las que durante días malvivían hacinados hombres, mujeres y niños. Y es que tras las luces del idílico litoral de Zanzíbar se esconden las sombras de su terrible pasado, el abominable honor de haber sido el principal mercado de esclavos de África durante siglos.
Y sí, cuesta un mundo borrar esta imagen cuando estás disfrutando de un lugar tan especial como The Rock, el restaurante más famoso de la isla enclavado en un viejo arrecife de coral, embobada por los colores de un océano por el que no hace tanto navegaron miles de personas condenadas a la explotación.
Mi primer elefante sin zanjas ni verjas, mi primer vuelo en helicóptero y en avioneta, mi primer atardecer africano, mi primera frontera a pie, mi primer baño en el Índico… Este ha sido un viaje lleno de primeras veces, el prólogo de un libro que recién empieza a ser escrito. Porque yo, como dije antes de partir, siempre soñé con África y ahora que ya no necesito imaginármela solo deseo volver.
Miércoles, 15 de marzo de 2017. Seis de la mañana. No puedo dormir y frente a mí tengo un folio en blanco. Tras él, la oscura imagen de un Madrid que despierta poco a poco, como si se resistiera a plantarle cara a un nuevo día porque sabe el guión que le espera. Para mí es distinto. No es un miércoles más. Es la víspera de un gran viaje y me tiemblan las manos al teclear el destino: Zambia y Zanzíbar, en África subsahariana.
Tomo aire para relajar un corazón que palpita con fuerza. Ya está escrito. Dicho en alto. Ya parece más verdad. Más verdad que la molestia de una vacuna, que la confirmación de unos billetes, que la ropa amontonada junto a la maleta. África… a la vuelta de la esquina.
Y es que yo, como Kuki Gallman, Siempre soñé con África. Con ese continente que Ryszard Kapuscinski desgranó en Ébano hasta elaborar un documento imprescindible para comprender la compleja realidad africana.
La he imaginado letra a letra en cuantos libros y reportajes he leído, plano a plano en los documentales de La2 y fotograma a fotograma en cada película. Efraín, Mogambo, El cielo protector, Grita libertad, Una mujer en África, Hatari, Desgracia, Lágrimas del sol, La reina de África, Moolaadé, Gorilas en la niebla… Evocadores títulos que en clave de drama, retrato social o bajo el amparo de una gran historia de amor me acercaron a diferentes etnias, voces y culturas. Y, cómo no, Memorias de África, una de mis películas de cabecera. Imposible saber las veces que la he visto y me he emocionado viendo ese increíble vuelo en avioneta o cómo Robert Redford le lava el pelo a Meryl Streep junto al río. Piel de gallina propia de una cinéfila, soñadora y, para más inri, romántica. Servidora.
La luz del amanecer se cuela por la ventana y me devuelve a la realidad. Ahí está, como cada día, la maraña de tejados y antenas que perfila mi horizonte. El ruido del tráfico, persianas que se levantan, tacones que vuelan sobre la acera rumbo al metro… Un día más para muchos pero no para mí. ¿Cómo serán los amaneceres y atardeceres en Zambia y Zanzíbar? En un buen puñado de horas lo sabré. Aunque siga sin creérmelo.
Lo que si sé es que me sentiré brutalmente viva. Algo que de verdad necesito.
Los que padecemos el síndrome del eterno viajero conocemos bien esa cíclica sensación que aparece cuando llevamos, o creemos llevar, demasiado tiempo varados. En este caso en Madrid, un gran lugar para vivir, sí. Hasta que te quema el asfalto y la novedad se vuelve rutina por mucho que trates de levantarle la falda en busca de los secretos que encierra. Cuando eso ocurre, como ahora, me siento presa, enjaulada como una fiera en un zoo. Necesito volar, templar mi espíritu en otras latitudes, volver a conjugar el verbo viajary escribir un nuevo capítulo que se sume a la viajera que he sido, la que soy y la que quiero ser.
También sé que, como siempre, el único temor que albergo es que en mi ausencia mi mundo cambie, que en mi desconexión haga falta mi presencia, no estar si me necesitan. No hay más miedos en mi equipaje. El resto, kilos de materia intangible. Típicos y tópicos que hablan de sueños cumplidos, de expectativas, de arcoíris sobre el humo que truena. Ver esa primera puesta de sol en tierra africana, un elefante en libertad, escuchar un idioma desconocido, hundir mis pies en el Índico, buscar una gesto amable en el rostro de un desconocido, tratar de provocarlo… ¿Divago? Sin duda. Estas horas indecentes y el aviso de “de cerca” me excusan.
Zambia y Zanzíbar, tres semanas en África
A groso modo -a la vuelta ya habrá tiempo para contártelo con todo lujo de detalles- este es el itinerario de nuestro viaje. Digo nuestro porque una vez más me acompaña Sara Rodríguez que a fuerza de ser como es se ha convertido en una apuesta segura a la hora de viajar. Conexión, inquietudes mutuas y una sonrisa por bandera. Una combinación que nunca falla.
Zambia:
– Cinco días de safari en el South Luangwa National Park de Zambia, una de las reservas más importantes del continente africano en la que habitan 60 especies de mamíferos y 400 especies de aves diferentes. El reino del leopardo y de especies endémicas como la jirafa de Thornicroft o la zebra de Crawshay. Allí donde el río Luangwa va en busca del Zambeze surcando sabanas y bosques que se inundan en la estación de lluvias. Dos campamentos y más de una jornada sin wifi bajo el sugerente epígrafe “Rivers and Rainbows”.
– Visita a las Cataratas Victoria: Desde Zambia y Zimbawe, a pie, navegando por el río Zambeze y sobrevolando en helicóptero esta enorme grieta que hace de frontera natural entre ambos países.
Zanzíbar:
Unos días en el norte (Nungwi) y otros en el sur (Kizimkazi) para explorar esta isla situada a 36 kilómetros de las costas de Tanzania. Playas de arena blanca y aguas turquesas, manglares, acantilados de coral, callejear por Stone Town, un crucero en dhow por la bahía de Menai, el bosque de Jozani con sus monos colobos, una visita a una plantación de especias…
Dicho queda. Mañana salgo de viaje. Impaciencia, mariposas en el estómago y el deseo de encontrar historias que merezcan ser contadas. Próximo destino: Zambia y Zanzíbar.
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