Túnez: 8 días / 7 noches (Primera Parte)

Túnez: 8 días / 7 noches (Primera Parte)

Más de una vez he contratado un paquete vacacional de esos que te lo dan todo hecho. No es el tipo de viajes que me gustan porque te llevan a golpe de pito, apenas tienes tiempo libre, los horarios son muy estrictos y ese largo etcétera de inconvenientes que todos conocemos. Pero cuando, de repente, te cae del cielo una semana con la que no contabas y no quieres complicarte la vida, la cosa cambia. Eso fue lo que nos pasó hace un par de años, así que nos fuimos a una agencia de viajes y, tras mucho mirar y comparar, decidimos que nuestro destino sería un circuito por Túnez. Un paquete de 8 días, tres de circuito y cuatro en la costa en el hotel Vincci Taj Sultan situado en Yasmine Hammamet. Perfecto. Primero veríamos lo más importante del país más pequeño del Magreb y luego a nuestro aire. Pues no. Ya en el aeropuerto, resultó que nuestra agencia había cambiado alegremente el orden del viaje y haríamos el circuito al final. A mi pareja le vino de perlas porque lo que realmente le apetecía era relajarse en la playa y poco más. Pero como yo soy un culo inquieto, me las ingenié para combinar su sed de mar con mis ganas de ver cuanto más mejor. La crónica de esos días en Túnez a continuación.

El primer día ya te lo puedes imaginar: vuelo, traslado al hotel y reunión con la representante de la agencia para darnos la bienvenida al país y ofrecernos si queríamos contratar alguna excursión adicional. Como Sidi Bou Saïd quedaba fuera de nuestro circuito y a mí me apetecía muchísimo conocerlo, nos apuntamos a una salida que incluía, además, la visita al Museo del Bardo y a Cartago.

Hotel Vincci Taj Sultan. Yasmine Hammamet. Circuito por Túnez

Circuito por Túnez: Hammamet, Nabeul, el Museo del Bardo, Cartago y Sidi Bou Saïd

El segundo día pasamos la mañana paseando por Yasmine Hammamet, un complejo vacacional lleno de hoteles como el nuestro en el que no hay mucho que hacer ni ver salvo disfrutar de sus playas de arena fina, bañadas por un Mediterráneo de color turquesa que no puedes dejar de mirar. Después de comer en el hotel, cogimos un taxi para ir a Hammamet que nos dejó justo a la entrada de las murallas de la medina. Como nos habían recomendado, fijamos el precio de antemano. Seis dinares, unos 3€, por un trayecto de cinco kilómetros.

Ya en la ciudad turística más importante de Túnez (su nombre procede de la palabra hamman que en árabe significa baño), lo primero que hicimos fue visitar el Fuerte de Hammamet. Lo mejor de esta fortaleza es, sin duda, sus murallas desde donde puedes ver toda la ciudad. En la torre más alta hay una pequeña cafetería turca.

Vista de Hammamet desde el Fuerte. Circuito por Túnez

Cafetería turca del Fuerte de Hammamet. Túnez

Hammamet desde la fortaleza. Circuito por Túnez

Cuando empezamos a recorrer la medina serían las cinco de la tarde y estaba prácticamente vacía a excepción de los vendedores de los pequeños zocos que íbamos encontrando por el camino. A pesar de no ser una medina muy grande, el paseo por sus pequeñas y estrechas calles blancas, rodeadas de altas murallas, estaba siendo muy agradable hasta que en una de esas callejuelas vi a una hermosa mujer apostada a la entrada de lo que parecía una pequeña tienda. La rana Gustavo que llevo dentro pensó «qué foto más estupenda, entramos en la tienda así me inicio en la técnica del regateo y después de comprar algo quizá sea más fácil que me deje fotografiarla». ¡Qué mala idea! La pequeña tienda resultó ser un laberinto enorme y claustrofóbico que parecía no tener fin. Estábamos solos, la mujer más que hablar parecía que gritaba y yo me iba poniendo cada vez más nerviosa. Tanto que en un momento dado, con la vendedora insistiendo en que compráramos algo y yo sin ver nada que llamará mi atención, me agobié como nunca. Yo solo quería salir de allí y respirar aire fresco así que cogí una figurita de un dromedario que olía fatal, regateamos lo mínimo y salimos pitando de la que en ese momento bauticé como «la tienda de los horrores». Sé que fue culpa mía porque la situación me sobrepasó pero salí de la medina de Hammamet pensando que en Túnez no iba a ser capaz de comprar ni un triste juego de té. A no ser, claro, que acudiera a las tiendas de precio fijo de la Oficina Nacional de Artesanía de Túnez.

Medina de Hammamet. Circuito por Túnez

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La tienda de los horrores. Medina de Hammamet. Circuito por Túnez

Al salir de la medina nos sentamos en la terraza del Café Sidi Bou Hadid, un local encantador situado al lado de las murallas del fuerte. Fue allí, con la vista perdida en el mar y esperando la puesta del sol, cuando me reconcilié con Hammamet y conmigo misma por el numerito de la tienda.

Café Sidi Bou Hdid. Hammamet. Circuito por Túnez

De regreso al hotel y después de cenar, el azar quiso que conociéramos a tres chicas simpatiquísimas con las que congeniamos enseguida. Cuando les conté mi fiasco como compradora novata en Túnez casi se mueren de la risa y con razón. Al día siguiente querían ir a Nabeul y nos invitaron a ir con ellas para que «me espabilara en el arte del regateo». Además, ya tenían el teléfono de un taxista que conducía una furgoneta de seis plazas así que podríamos ir todos juntos. Dicho y hecho. A las 12 de la mañana -ellas ya habían hecho el circuito y no tenían ganas de madrugar- nuestro taxi nos estaba esperando en la puerta del hotel.

No dejes de leer esta guía práctica de Túnez con toda la información y consejos que necesitas para preparar tu viaje: requisitos de entrada, transporte, moneda, idioma, etc.

Nabeul. Circuito por Túnez

Recuerdo ese día como el más divertido de todo el viaje. Llegamos enseguida porque Nabeul está a solo 10 km de Hammamet. Una vez allí, nos dedicamos a perdernos sin rumbo por las calles y pasajes de la medina. Nabeul está considerada la capital tunecina de la alfarería y muchas tiendas lucen en su fachada preciosos platos de cerámica de alegres colores. Cuando las vi entrar en acción me quedé impactada. Eran el ejemplo perfecto de cómo se debe encarar el regateo con un vendedor tunecino: con actitud positiva, sin prisa, teniendo muy claro cuánto se quiere pagar por el producto y, sobre todo, pensando que no deja de ser un juego, un divertido toma y daca que nos permite interactuar con la gente del país. Con la lección aprendida, por fin pude comprar mi ansiado juego de té, un bol de madera de olivo y varios frasquitos de khol, un polvo muy negro y fino que usan tanto mujeres como hombres como máscara de ojos para protegerlos del sol y las bacterias.

Callejeando por Nabeul. Túnez

Slow shopping en Nabeul. Circuito por Túnez

Después de la mañana de slow shopping, fuimos a comer a comer a un modesto restaurante. Pedimos cuscús, unos briks, tajines y cordero a la menta. Por la tarde, dimos un paseo por la playa que rematamos fumando una shisha en uno de los cafés del centro. Un día redondo, sin duda.

Preparando un shisha en Nabeul. Túnez

El cuarto día de nuestra estancia en Túnez hicimos la excursión que contratamos en el hotel para visitar el Museo del Bardo, Cartago y Sidi Bou Saïd. La pena es que el día amaneció encapotado y amenazando lluvia.

El Museo del Bardo, a unos seis kilómetros de la capital, es el más importante del país ya que contiene la mejor colección de mosaicos romanos del mundo. Recorrer cada una de las plantas y salones de este hermoso palacio es recorrer tesela a tesela la historia de Túnez: la época púnica, griega, cartaginesa, cristiana e islámica. La visita guiada merece mucho la pena aunque dura 2 horas y al final se acaba haciendo un poco larga.

Museo del Bardo. Túnez

Del Museo del Bardo nos llevaron a Cartago para visitar lo poco que queda de la antigua capital púnica. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el enclave más  importante en su día del Mediterráneo es hoy un conjunto de ruinas diseminadas. Los restos arqueológicos que se conservan en mejor estado son las Termas de Antonino de época romana. Al lado de las termas se encuentra el Palacio Presidencial de Túnez por lo que ni se te ocurra disparar tu cámara en esa dirección porque está absolutamente prohibido.

Termas de Antonino. Cartago. Circuito por Túnez

Detalle de las Termas de Antonino. Circuito por Túnez

Cuando llegamos a Sidi Bou Saïd ocurrió lo que me temía. Estaba lloviendo a cántaros, tanto que la mayoría de nuestro grupo corrió a refugiarse en el Café des Nattes, uno de los más típicos y bonitos del lugar. Por suerte, nuestra guía, muy profesional, dijo que ella iba a hacer el recorrido que tenía previsto y que quien quisiera la siguiera.

Así, bajo un paraguas y acompañados por un intenso olor a jazmín, fue como empezamos a ascender por las calles de Sidi Bou Saïd, confirmando a cada paso que todos los piropos que recibe son más que merecidos. Sus casas blancas inmaculadas, con las puertas y ventanas pintadas de azul y resguardadas por misteriosas celosías para mirar sin ser visto, sus intrincadas y empedradas callejuelas, las vistas al Mediterráneo… Arquitectura y paisaje se dan la mano para dar forma a Sidi Bou Saïd, un pueblo encantador que, en lo alto de un acantilado, dominando el golfo de Túnez, me enamoró bajo la lluvia.

Sidi Bou Saïd. Circuito por Túnez

Tienda en Sidi Bou Saïd. Túnez

Café des Nattes. Sidi Bou Saïd. Túnez
  • Sigue leyendo la segunda parte de este circuito por Túnez aquí.
Un recorrido por la costa asturiana (II)

Un recorrido por la costa asturiana (II)

Despierta un nuevo día en la Casa Vieja del Sastre y lo primero que hacemos es mirar por la ventana de nuestra habitación. El sol lucha por hacerse un hueco entre la maraña de nubes que cubre el horizonte. ¿Lloverá? Una ducha rápida, bajamos a desayunar y nos ponemos en marcha. Tenemos solo un día para recorrer la costa oriental y para acabar de completar nuestro particular puzzle de paisajes, pueblos y sabores por tierras asturianas.

Un recorrido por la costa asturiana: Llanes

Ya en la carretera ponemos rumbo a Llanes, nuestro primer destino. Una vez allí logramos aparcar sin problemas en los alrededores de la playa del Sablón e iniciamos la subida al Paseo de San Pedro para contemplar esta villa monumental y marinera desde lo alto. La imagen que discurre a nuestros pies es increíble. Por un lado, Llanes y la Sierra del Cuera, antesala de los Picos de Europa. Por el otro, el Cantábrico. Y en medio, una senda verde de césped que bordea los acantilados sobre el mar. Un escenario de película… Al final de este paseo está el Mirador de San Pedro que nos regala una bonita panorámica de los coloridos bloques de hormigón que protegen el muelle pesquero de Llanes. Son Los Cubos de la Memoria de Agustín Ibarrola.

Llanes desde el Paseo de San Pedro

Los Cubos de la Memoria, Llanes. Asturias

A pesar de los incendios que sufrió en la edad media y del derribo de parte de su muralla, en el casco antiguo de Llanes, declarado conjunto histórico-artístico, aún se respira el legado de su ilustre pasado. La historia de Llanes se materializa en rincones como la Plaza de Santa Ana, con el austero Palacio de Castañaga, en las casonas de indianos de la calle Concepción, en el Casino o en la Basílica de Santa María, uno de los principales hitos del Camino de Santiago a su paso por este concejo. Si vas en busca de la oficina de turismo, te llevarás una grata sorpresa. Está ubicada en el interior del torreón de defensa que forma parte de la antigua muralla medieval de la villa.

Palacio de Gastañaga, Llanes. Asturias

Casino y Ayuntamiento de Llanes. Asturias

Sidrería El Almacén, Llanes. Asturias

En nuestro caso la sorpresa fue doble porque resultó que justo al lado está la Sidrería El Almacén. Una sidrería típica asturiana a la que llegamos, una vez más, siguiendo los consejos de TripAdvisor. Queríamos tapear algo y, sobre todo, tomarnos una sidra en condiciones. Fue una buena elección. Las raciones que pedimos (ensalada, chorizo a la sidra, revuelto de setas y parrochas) estaban muy buenas y la sidra que nos ofrecieron para acompañarlas -del lagar de Viuda de Palacio-, con alma y cuerpu, como debe ser. Lo mejor de todo, sin duda, fue comprobar la maestría de los camareros que nos escanciaban la sidra sin mirar ni la botella ni el vaso. ¡Qué cracks!

Tomando sidra en Llanes, Asturias

Parrochas de la Sidrería El Almacén, Llanes

Después de comer -y para bajar un poco la sidra, todo hay que decirlo-, decidimos acercarnos a la cara más marinera de Llanes así que atravesamos el Puente de las Barqueras en dirección al paseo de San Antón. Este pequeña ruta es muy interesante porque te permite tener una visión global de la ría de Llanes, con el puerto deportivo y el pesquero, y una perspectiva distinta de Los Cubos de la Memoria. Al final de este paseo está el Faro Punta de San Antón y muy cerquita otra de las playas urbanas de Llanes: Puertu Chicu.

Puerto deportivo de Llanes. Asturias

Hablando de su litoral, he olvidado mencionar que el concejo de Llanes tiene más de 30 playas, repartidas a lo largo de sus 56 kilómetros de costa. Muchos de estos escenarios naturales han servido de platós para el rodaje de películas como Remando al viento y You’re the one (playa de Borizu), El Abuelo y El detective y la muerte (playa de Toró), Marianela (acantilados de Buelna), Historia de un beso y El Portero (playa de Barru) o El Orfanato (senda costera de Poo). Si no quieres perderte ninguna de estas localizaciones, puedes seguir los itinerarios cinematográficos que el ayuntamiento ha diseñado dentro del proyecto Llanes de cine. Tienes toda la información aquí.

Un recorrido por la costa asturiana: Ribadesella, Lastres y Tazones

De nuevo en la carretera pusimos rumbo a Ribadesella, a 31 kilómetros de Llanes. Lo que más nos gustó es la entrada al pueblo ya que vas bordeando el río Sella hasta su desembocadura. Además, nos apetecía ver en directo -y no por la tele como cada año- el escenario donde se realiza el Descenso Internacional del Sella. Si, como nosotros, no dispones de mucho tiempo, quédate con estas sugerencias: los palacetes indianos de la playa Santa Marina, las vistas panorámicas desde la Ermita de Guía y el paseo de la Grúa, en el que el gran Mingote dejó plasmada la historia del puerto de Ribadesella en seis murales de cerámica. Nota mental para la próxima escapada: visitar la Cueva de Tito Bustillo, uno de los grandes santuarios del arte paleolítico de Europa.

Ribadesella, Asturias

Después del paseo por Ribadesella nos acercamos a Lastres, un pequeño pueblo marinero que muchos ubicaron en el mapa gracias a la serie Doctor Mateo. Pertenece al concejo de Colunga y buena parte de su encanto, al igual que en Cudillero, reside en su emplazamiento: un caserío blanco de calles estrechas y empinadas que se desliza por la ladera de la montaña hasta llegar al mar. Dejar el coche no es tarea fácil, así que ármate de paciencia. Nosotros conseguimos aparcarlo en las inmediaciones del puerto por lo que nos tocó subir para disfrutar del centro de la villa  hasta que las piernas dijeron basta (todo el día dando brincos acaba pasando factura). De vuelta al puerto, nos tomamos un café en la terraza del restaurante La Rula y nos relajamos un buen rato viendo pescar a las gentes del lugar.

Lastres desde el puerto. Asturias

Pescador en Lastres, Asturias

Para despedirnos de Asturias (no un adiós definitivo sino un rotundo hasta la próxima), escogimos Tazones, un encantador pueblecito de la costa del concejo de Villaviciosa en el que mar y montaña se dan la mano. Sus sencillas casas blancas de arquitectura tradicional con coloridas ventanas y balcones de madera, sus calles empedradas, su arteria principal llena de restaurantes que huelen a pescado y marisco fresco, el pequeño puerto, la lonja… Puede sonar a topicazo, sí, pero, sinceramente, puso el broche de oro a nuestra ruta por el litoral asturiano.

Tazones, Asturias.

Rincón de Tazones, Asturias

Sigue descubriendo Asturias:

 

Un recorrido por la costa asturiana (I)

Un recorrido por la costa asturiana (I)

Por fin he podido cumplir uno de los objetivos viajeros que tenía pendientes en mi agenda desde hace tiempo: recorrer la costa asturiana. Una parte al menos porque aunque explotamos nuestro tiempo al máximo, soy consciente de lo mucho que nos dejamos por el camino. ¿Qué he traído en mi maleta de vuelta? Un pedacito de Asturias condensado en un puñado de pueblos marineros, la fuerza del Cantábrico, el increíble verdor de su paisaje, el calor y la cercanía de sus gentes y la firme decisión de que quiero volver. Esta es la crónica de mi escapada a tierra astur.

Puerto de Cudillero. Asturas

Como ya comenté en mi anterior entrada, montamos nuestra base de operaciones en Soto de Luiña, una pequeña parroquia situada a solo del 10 km de nuestro primer destino: Cudillero.

La primera impresión que nos transmitió Cudillero fue la de un pueblo marinero de postal. Un lienzo natural que la mano del hombre ha ido moldeando entre las montañas que lo abrazan dando forma a uno de los pueblos más bonitos de la costa asturiana. Mi consejo es que lo recorras con calma para no perderte ninguno de sus rincones: callejea sin rumbo, pasea por el muelle viejo hasta el faro, siéntate a tomar algo en alguna de las terrazas de la Plaza de la Marina y, sobre todo, sigue la estela de las barandillas azules para acceder a los diferentes miradores de la villa. Son escaleras de piedra muy empinadas, sí, pero el esfuerzo trae como recompensa unas vistas de Cudillero sencillamente espectaculares.

Cudillero. Asturias

Plaza de la Marina, Cudillero

En la subida a uno de estos miradores, el de Cimadevilla, me encontré con un marinero ya jubilado que se sorprendió al verme llegar casi sin resuello. ¡Si esto lo subo y lo bajo yo veinte veces todos los días! No sé cuánto tiempo pasamos charlando con Cudillero a nuestros pies pero recuerdo con especial cariño este momento. Hablamos sobre la estrecha vinculación del pueblo y del mar, sobre el «pixueto» -un dialecto del asturiano que solo se habla en Cudillero- y sobre la rabia que a este buen hombre le dan los turistas que «hacen la foto típica y salen corriendo sin ver nada más».

Panorámica de Cudillero desde el mirador de Cimadevilla.

Rincón de Cudillero, Asturias.  Marineros en tierra

Tras pasar toda la mañana en el que en su día fue el puerto más importante de Asturias, pusimos rumbo a Luarca. La entrada en la capital del concejo de Valdés fue un poco caótica. Nuestro GPS perdió el norte y nos tuvo dando vueltas hasta que decidimos apagar su voz metálica y buscar un parking como se ha hecho toda la vida: siguiendo los cartelitos. Al final conseguimos aparcar al lado de la playa. Se imponía un momento de relax frente al Cantábrico.

El Cantábrico en Luarca. Asturias

Con los ánimos más relajados empezamos a visitar la Villa Blanca de la Costa Verde. Lo primero que hicimos fue perdernos por los alrededores del puerto, recorriendo barrios de marcado carácter marinero como el Cambaral o la Pescadería, con sus estrechas callejuelas y casas blancas. En esta zona está uno de los siete puentes de Luarca que cruzan el río Negro: el Puente del Beso. Como ya habrás imaginado, detrás de su nombre hay una leyenda. La del amor imposible entre el temido pirata Cambaral y la hija del noble luarqués que logró capturarlo.

Puente del Beso, Luarca. Asturias.

  El río Negro a su paso por Luarca. Asturias

Cuando nos dimos cuenta ya eran las dos y media y estábamos sin comer así que nos dirigimos al centro, hacia la Luarca más burguesa, para comprobar si la fabada asturiana del restaurante Brasas era tan buena como la pintan en la Red. Lo es. Te dejan la sopera en la mesa y el compango que acompaña a las fabes además de generoso está buenísimo: morcilla, chorizo, tocino, lacón… Lo mejor de todo, forma parte de su menú de 10 euros así que, si tienes buen saque, puedes seguir disfrutando con los segundos y los postres. Yo solo fui capaz de probar un poco de mis escalopines al cabrales.

Fabada asturiana. Rte. Brasas. Luarca

Con el café y mapa en mano discutimos qué veríamos a continuación. Las casas de indianos del barrio de Villar, el mirador del Chano, el cementerio blanco cuya silueta nos llamó la atención nada más bajar del coche… Como suele pasar siempre que viajas, demasiadas opciones y poco tiempo. Al final optamos por despedirnos de Luarca desde su campo santo. Como ya nos había apuntado nuestra camarera, es un lugar increíble. Está prácticamente colgado sobre el mar y solo el rumor del Cantábrico se atreve a perturbar la calma que allí se respira.

Nuestro siguiente alto en el camino nos llevó hasta Puerto de Vega, un pintoresco pueblecito del concejo de Navia en el que el tiempo parece haberse detenido. Si te dejas caer por aquí, no olvides estos imprescindibles: la lonja, el mirador de la Riva -que nos recuerda su pasado como puerto ballenero-, la Iglesia de Santa Marina, la centenaria Plaza de Cupido y la Ermita de la Virgen de la Atalaya.

Puerto de Vega, Asturias.

  Estampa marinera en Puerto de Vega, Asturias.

¿Con qué imagen me quedo de este día que pasamos recorriendo la costa occidental asturiana? Me lo pones muy difícil pero seguramente escogería el Cabo Vidio, nuestra última parada en el camino de vuelta a Soto de Luiña.

El Cabo Vidio es el saliente más septentrional del concejo de Cudillero. Nosotros llegamos atravesando el pueblo de Oviñana. Una vez allí te encuentras un paisaje difícil de olvidar. No solo por sus impresionantes acantilados de casi 100 metros de altura. Con la mirada puedes recorrer el litoral occidental asturiano desde el cabo Busto hasta el cabo Peñas e incluso, según cuentan, en días despejados se ve hasta la coruñesa Estaca de Bares. Las vistas más espectaculares están detrás del faro. Eso sí, no es una senda muy recomendable si tienes vértigo porque el camino es bastante estrecho y no hay barandillas. Si te animas, podrás ver el islote del Horrión del Cabo con sus colonias de gaviotas y cormoranes.

Cabo Vidio, Asturias.

  Horrión del Cabo, Cabo Vidio. Asturias

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Tierra adentro: en busca del auténtico espíritu dominicano

Tierra adentro: en busca del auténtico espíritu dominicano

Quedarse en los complejos turísticos al abrigo del todo incluído, entre baños de sol, partidas de golf y actividades náuticas, es lo más fácil. El camino directo a unos días de relax sin preocupaciones ni estrés en los que disfrutar de la cara más amable y convencional de la República Dominicana. Pero es sólo tierra adentro, más allá de las playas y los magníficos resorts, donde el viajero puede compartir el día a día dominicano y conocer, realmente, la tierra que pisa.

Tratando de captar esta imagen, partimos hacia el interior de la provincia de La Altagracia, una tierra habitada originariamente por los indios taínos, que nos permite acercarnos al mundo del tabaco dominicano, de la caña de azúcar y de las plantaciones de café.

En una de las haciendas que se cruzan a nuestro paso, conocemos a Nicolás. A sus 71 años, está al frente de una pequeña finca que mantiene gracias a las visitas de los que no se quedan dormitando en la playa. «Los que se acercan al interior vuelven encantados. Aquí les explicamos cómo nos ganamos la vida, nuestras costumbres, el origen del cacao, el cultivo de la caña de azúcar y del tabaco, y cómo se prepara una auténtica mamajuana”, sentencia Nicolás sin perder la sonrisa ni por un instante. “Lo de la mamajuana les resulta muy curioso y aunque muchos dudan de la eficacia de la viagra dominicana siempre apuntan la receta. El secreto es hacerse con unos buenos palos (raíces) de canela, marabeli, maguei, guayacán, clavo dulce y anís, y dejarla curar con cariño».

Tras saborear una típica comida criolla con nuestro anfitrión (habichuelas rojas, arroz, sancocho, mangú y dulce de coco), seguimos ruta. En el camino encontramos grupos de colegialas uniformadas que regresan a casa, pequeñas tiendas de artesanía, niños que nos saludan desde cualquier rincón y pueblos prefabricados en los que la pobreza no se esconde. Son los bateyes, poblaciones de trabajadores agrícolas que se sitúan alrededor de las plantaciones de caña de azúcar. Barracones y casuchas de madera en los que malviven las comunidades más pobres del país y los llegados de la vecina Haití en busca de una vida mejor. Y es que son miles los haitianos que entran cada año en la República Dominicana huyendo de la pobreza absoluta de su país. Para la mayoría, el gran sueño de una vida mejor queda reducido a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar o en la construcción. Al atardecer, esta mano de obra temporera, barata, y en la mayoría de los casos explotada, regresa exhausta tras una dura jornada de trabajo. Su única esperanza: no ser expulsados del país antes de cobrar la paga.

Así, mecidos por un baile incesante de sensaciones enfrentadas, aromas y colores, llegamos a Higüey, capital de la provincia de La Altagracia. Sus más de 160.000 habitantes la convierten en la ciudad más grande de la zona, en un hervidero humano que trabaja en su mayoría en los cercanos complejos hoteleros de Punta Cana o en el comercio de productos turísticos. El día a día en Higüey no tiene nada que ver con la tranquilidad que se respira en las pequeñas poblaciones que hemos dejado atrás. Para comprobarlo, solo hay que armarse de un poco de valor -el tráfico es bastante caótico-y contratar los servicios de un motoconcho. Estas motocicletas que funcionan como un  taxi son el modo más rápido y económico para desplazarse por las calles de la bulliciosa Higüey.

Para los creyentes Higüey tiene un significado muy especial ya que aquí se alza el Santuario de la Milagrosa Virgen de la Altagracia, patrona del pueblo dominicano. La romería del que se conoce como el primer santuario de América tiene lugar el 21 de enero y congrega a millares de devotos que si es necesario recorren toda la isla para rendirle culto a su virgen, representada en una pintura al óleo del siglo XVI. El impresionante edificio, construido sobre un antiguo santuario, es obra de los franceses Dunover de Segonazc y Pierre Dupré y fue inaugurado en 1971.

Cae la noche y tras comprobar que el país tiene más páginas que leer de las que salen en los folletos, es hora de regresar al hotel, al mundo de lujo y confort que hemos comprado a golpe de tarjeta de crédito. Allí nos espera de nuevo un traguito de vitamina R, unos pasos de merengue y esa sensación agridulce de que volvemos a ser turistas, no viajeros.