Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos: una experiencia inolvidable

Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos: una experiencia inolvidable

Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos, rodeada de kilómetros y kilómetros de arena. Ese siempre fue uno de mis grandes sueños viajeros. De hecho, podría apropiarme de las palabras de Antoine de Saint-Exupéry: «Siempre he amado al desierto. Uno puede sentarse sobre una duna de arena sin ver ni escuchar y, sin embargo, siempre hay algo que brilla en el silencio.» También de otra de las frases célebres del autor de El Principito: “Haz de tu vida un sueño, y de tu sueño una realidad”. Y así lo hice. Pasar la noche en el desierto marroquí dejó de ser un espejismo para encabezar el listado de los grandes momentos vividos en Marruecos.

Durante siete días recorrí este sorprendente y fascinante país, una franja norteafricana que me sedujo por sus contrastes, por el calor de sus gentes, porque me hizo sentir bien en todo momento. En su día traté de tamizar las mejores vivencias de este viaje que bauticé como el de las mil sonrisas. Hoy me centro en una de ellas. En las que tal vez fueron las catorce horas más intensas de mi viaje por Marruecos.

A las puertas del desierto. Marruecos
A las puertas del desierto

Tras una larga jornada en 4×4 recorriendo el Valle del Dades, las espectaculares Gargantas del Todra,  Erfoud  y Rissani, y disfrutando del color ocre y rojo de las kasbahs y ksours que se cruzaban a nuestro paso, llegamos a Merzouga, frente a las altas dunas de Erg Chebbi.

La primera visión de este campo de dunas móviles que pueden llegar a alcanzar los 150 metros de altura me dejó sin palabras. Justo en ese momento el sol bañaba su silueta desplegando un abanico de dorados y naranjas que difícilmente una cámara puede inmortalizar.

Erg Chebbi. Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos
Erg Chebbi

A lo lejos divisé una caravana que se internaba hacia el desierto. Ojalá que vayamos solas, pensé. Y así fue. Cuando bajamos del todoterreno, solo había dos dromedarios esperándonos al cuidado del que sería nuestro guía.

Caravana de dromedarios en Erg Chebbi
Caravana de dromedarios en Erg Chebbi

Mientras me acomodaba en mi montura, recordé la leyenda de las dunas de Erg Chebbi que había leído en alguna parte. Según cuenta la tradición oral, fueron creadas por Dios para castigar a una rica familia de Merzouga que se negó a dar cobijo a una mujer y a su hijo durante un festival local. Para condenar su falta de hospitalidad -algo impropio de un pueblo como el marroquí- sepultó a toda la familia bajo grandes montículos de arena. Bendita condena. Recorrer un tramo de esta espectacular extensión de 22 kilómetros situada en la frontera con Argelia fue uno de los mejores regalos que Marruecos pudo hacerme.

Como comenté en su día, literalmente teníamos el desierto para nosotras y allá donde posábamos la mirada iban apareciendo diferentes estampas de este hipnótico mar de dunas que iba cambiando de tono siguiendo los designios de un día que se iba apagando. Y sí, lo reconozco, también me asaltó la imagen de Peter O’Toole encarnando a Lawrence de Arabia. Trotamundos y cinéfila, así soy.

Recorriendo Erg Chebbi. Marruecos
Adentrándonos en Erg Chebbi

TE PUEDE INTERESAR Excursión de 3 días al desierto de Merzouga: en esta excursión te adentrarás en Erg Chebbi, la parte más sorprendente del desierto del Sáhara, y disfrutarás de los contrastes de Marruecos. El itinerario -con guía que habla español- incluye: la Kasbah de Ait Ben Haddou, Ouarzazate y la Kasbah de Taourirt, el Valle del Dades y las increíbles Gargantas del Todra, el palmeral de Jorf, Erfoud, Merzouga, Rissani, Tizi N’Tfrkhin y Ouarzazate.

Atardece en Erg Chebbi. Marruecos
Atardece en Erg Chebbi

La única pega, esa que sufrimos todos los viajeros que nos empeñamos en contar nuestras idas y venidas por el mundo, fue tener que romper el hechizo del momento para conseguir un soporte visual con el que acompañar estas líneas. Suerte que nuestro guía era un bendito y aguantó estoicamente cuantas paradas le obligamos a hacer. También los dromedarios, de aspecto saludable y dóciles, pusieron su granito de arena deteniéndose sin mayor problema para que pudiéramos tratar de captar la belleza que nos rodeaba. Mi sueño de dormir en una jaima en el desierto de Marruecos estaba a punto de cumplirse.

Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos

Cuando llegamos al campamento ya era noche cerrada y costaba distinguir la silueta de las tiendas que teníamos a un puñado de metros. Todo estaba en silencio, diríase que deshabitado, salvo por la tímida luz de las lámparas que iluminaban un camino de alfombras. ¿Estamos solas?, pregunté. No, hay una mujer catalana alojada aquí, obtuve por respuesta. Miré a Sara y no pude evitar sonreír. Aquella chica era Anna, una viajera de la vieja escuela, comprometida y solidaria, que por unas horas se convirtió en nuestra germana de dunes (hermana de dunas).

Tras saludar a todo el equipo de Jaimas Madu, a cual más políglota, nos acompañaron a nuestra jaima. En pleno corazón del desierto me encontré con una tienda llena de comodidades: baño y ducha privado, agua caliente, electricidad y una cama enorme que alejaba la idea de pasar frío con solo mirarla. La noche en el desierto de Marruecos prometía y mucho.

Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos
Mi preciosa jaima

De repente, el sonido de unos timbales mezclado con ininteligibles canturreos llamó nuestra atención. La cena estaba lista en una acogedora jaima. Entre animadas conversaciones sobre lo humano y lo divino fueron desfilando una sopa de verduras que nos devolvió la vida, arroz, kefta, pollo con limón…

Dormir en el desierto de Marruecos
Jaima comedor
Cenando en Jaimas Madu. Marruecos
Cenando en Jaimas Madu

Después salimos al exterior para disfrutar de un pase de música y canciones bereberes alrededor de una fogata. Ya puedes imaginar el resto. Al abrigo de la nocturnidad, la fiesta acabó entre chistes subidos de tono, refranes catalanes y con una servidora aporreando cualquier instrumento que cayera en sus manos. Un heterogéneo grupo de desconocidos convertidos en amigos por la magia del desierto.

Musica tradicional en el desierto de Marruecos
Música tradicional en el desierto de Marruecos

Cuando todo el mundo se retiró, me quedé unos minutos más sentada sobre una alfombra. Hecha un ovillo. En silencio. Saboreando la soledad y mirando al cielo que a pesar de ser un enorme manto negro dejaba entrever algún fragmento de su bóveda celeste. Estaba allí, cumpliendo mi sueño de pasar la noche en el desierto y sentí el cálido roce de la felicidad.

Pasar la noche en una jaima en el desierto de Marruecos
Disfrutando de la soledad en el desierto

Debo confesar que no dormí mucho esa noche. Más bien la pasé en una dulce duermevela, navegando entre las imágenes que asaltaban mi mente a modo de flashback. No fue el frío ni la ausencia de un lecho confortable. Era yo. Nerviosa y excitada. Como una niña pequeña en la noche de reyes esperando su regalo: el amanecer en el desierto marroquí.

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Hubiera deseado verlo en lo alto de una duna pero remolonear cinco minutos de más bajo los edredones me robó el escenario. No así el momento. Descubrí la enorme alfombra que resguardaba la jaima y allí estaba, imponiéndose sobre el horizonte, el nacimiento de un nuevo día.

Salida del sol en el desierto de Marruecos
Sale el sol en el desierto de Marruecos

Me puse lo primero que pillé sobre el pijama, cogí la cámara y salí corriendo hacia las dunas. Hacía muchísimo frío pero la sangre al galope por mis venas me dio el calor que los primeros rayos de sol me negaban. Tras dormir en una preciosa jaima en pleno desierto marroquí, un nuevo amanecer me daba los buenos días.

No sé cuánto tiempo pasé con mis pies enterrados en la arena. Ensimismada frente a las dunas. Sintiendo como mi cuerpo se iba enfriando. Al contrario que mi alma, encendida por un hervidero de sensaciones que no me canso de recordar. Y, sí, de nuevo sentí el roce de la felicidad.

Ensimismada en el desierto. Marruecos
Ensimismada en el desierto

El «yalla, yalla» de nuestro guía me devolvió a la realidad. La estancia en el desierto tocaba a su fin. Un copioso desayuno al aire libre, una cordial despedida y de vuelta al 4×4 rumbo a nuestro siguiente destino: Marrakech.

Desayunando en el desierto. Marruecos
Desayunando en el desierto

Aviso para navegantes: ten en cuenta que Erg Chebbi es un destino bastante turístico así que si quieres vivir una experiencia similar a la mía y dormir en una jaima en el desierto de Marruecos sin mucha gente, trata de ir fuera de temporada para evitar encontrarte con decenas de autobuses y auténticas caravanas de todoterrenos. Las mejores épocas son noviembre, enero y febrero.

Seguro de viajes para viajar a Marruecos

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Hotel Royal Mansour (Marrakech)

La Palma, diez experiencias para enamorarte de la Isla Bonita

La Palma, diez experiencias para enamorarte de la Isla Bonita

Hace un par de meses La Palma se cruzó en mi camino. Me retó a imaginármela a través de sus paisajes sonoros, piezas de audio captadas por toda la isla que traté de hilvanar en un guión cinematográfico que recogía lo que intuía me esperaba en ese rincón canario bañado por el Atlántico. Ahora, tras cuatro días descubriéndola, siento que La Palma ya es un poco mía, que buena parte de su magia se coló en mi maleta de vuelta. Diez experiencias bastaron para que haya vuelto enamorada. Diez experiencias que comparto contigo para que tú también sientas el efecto La Palma. Porque esta isla no es solo bonita, también es única y sorprendente.

Jugar con las olas en un playa virgen

Mi ruta palmera soñada empezaba en una playa desierta rodeada de impresionantes acantilados. Aquella estampa fruto de mi imaginación se hizo realidad en la playa de Nogales, en Puntallana. Por un instante, contemplándola desde el mirador, pensé que había regresado a la costa occidental de Irlanda. Imposible no asombrarse frente a las paredes de roca que se precipitan súbitamente hacia el mar enmarcando una lengua de arena negra que se resiste a desaparecer a manos del océano.

Playa de Nogales desde el mirador. La Palma

Para alcanzarla hay que seguir el sendero que bordea el acantilado. Sin prisas, disfrutando de esta preciosa antesala que desemboca en la playa. Una vez allí sientes la necesidad de descalzarte para experimentar el suave tacto de la arena en tus pies. Súmale la brisa marina acariciando tu rostro, el olor a mar y el sonido de las olas amplificado por los imponentes barrancos que la delimitan, y comprenderás porqué para muchos es la playa más hermosa de la isla.

El sendero que bordea el acantilado. Playa de Nogales. La Palma

Playa de Nogales. La Palma

Y es que La Palma no se distingue por ser un destino de sol y playa al uso con arenales kilométricos. Ni falta que le hace. El encanto de su litoral reside en playas y calas que nos recuerdan su pasado volcánico en forma de paisajes vírgenes. Como Echentive en Fuencaliente, una playa que se formó tras la erupción del volcán de Teneguía en 1971 y que esconde unas charcas naturales que parecen sacadas de otro mundo.

Charcas naturales. Playa de Echentive. La Palma

Adentrarte en las entrañas de la Caldera de Taburiente

La joya más preciada de esta isla, declarada en su totalidad Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO, es el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. Un espectacular entorno natural tan hermoso como abrupto, fruto de las erupciones volcánicas, la fuerza erosiva del agua y los grandes deslizamientos.

Caldera de Taburiente. La Palma

Los senderos señalizados sobre el terreno permiten bordearlo o adentrarse hasta su corazón. En mi caso, seguí una ruta de 18 kilómetros que me regaló paisajes que difícilmente podré olvidar. Te hablo de rincones como el mirador de Los Brecitos, con sus espectaculares vistas hacia el interior del parque, de escarpadas laderas verticales pobladas de pino canario, de ese spa natural que forma el río en la playa de Taburiente, de la Cascada de Colores, una pared de roca de colores naranjas, amarillos y verdes por la que se precipita el agua, y del impresionante cauce del Barranco de las Angustias.

Playa de Taburiente. La Palma

Cascada de colores. La Palma Contagiarte del ritmo de vida palmero en Santa Cruz de la Palma

Si quieres contagiarte del tranquilo ritmo de vida que se respira en la isla, nada mejor que dar un paseo por su capital, Santa Cruz de La Palma. Una coqueta ciudad, declarada Conjunto Histórico-Artístico, que fusiona con acierto su carácter marinero y su estética colonial. La mejor de las bienvenidas la hallarás en la Avenida Marítima con sus balcones repletos de flores y cubiertos de celosías que miran al mar.

Avenida Marítima. Santa Cruz de La Palma

Balcón de la Avenida Marítima. Santa Cruz de La Palma

Luego tus pasos deberán encaminarse hasta la Plaza España para contemplar el conjunto renacentista más importante de Canarias presidido por el Ayuntamiento, que ostenta con orgullo el hecho de haber sido el primer ayuntamiento de España de elección popular en 1773. La iglesia del Salvador y las casas Monteverde, Lorenzo, Massieu y Pereyra completan este centro neurálgico que aúna los poderes político, religioso y civil. A partir de aquí callejea libremente sin rumbo. Ríndete al slow travel y disfruta del calor de sus gentes.

Plaza de España. Santa Cruz de La Palma

Retroceder en el tiempo en el Bosque de los Tilos

El municipio de San Andrés y Sauces guarda con celo un auténtico tesoro. Se trata de Los Tilos, uno los bosques de laurisilva más importantes del archipiélago canario. Entrar en este exuberante ecosistema vegetal heredado de la época terciaria y que todos tus sentidos se pongan en alerta es todo uno. Es como internarte en una preciosa selva cuajada de altísimos árboles cuyas copas apenas dejan pasar la luz del sol, entre helechos, lianas, especies endémicas y cascadas. Un entorno húmedo y sombrío donde el silencio solo se ve turbado por la presencia de agua y el canto de los pájaros. No me extraña que esta cautivadora masa verde fuera la primera Reserva de la Biosfera de La Palma. Verdaderamente merece esa distinción.

Bosque de Los Tilos. La Palma

Cascada. Bosque de Los Tilos. La Palma

Disfrutar de la gastronomía palmera

 ¿A qué sabe La Palma? Sabe a papas arrugadas, a mojo rojo y mojo verde, a deliciosos quesos de cabra con Denominación de Origen, a pescados como los meros, las viejas y morenas, a gofio, a carne de cerdo, conejo o cabrito, y a platos de cuchara como la sopa de picadillo, la sopa de garbanzas y el potaje de trigo.

Papas arrugadas y queso asado. Casa Goyo. La Palma

Los deliciosos pescados de Casa Goyo. La Palma

Todo ello regado con los vinos palmeros, unos caldos únicos ya que se elaboran con variedades que ya han desaparecido otras regiones europeas. Destacan los blancos secos, tintos y rosados y, cómo no, el Malvasía, el más emblemático de los vinos de La Palma, cuya calidad lo sitúa a la altura de los grandes vinos dulces del mundo y que combina muy bien con la repostería local.

Hablando de dulces, los palmeros son muy golosos y cualquier momento es bueno para endulzar el paladar con postres como los almendrados, el bienmesabe o el Príncipe Alberto. Una última recomendación: no podrás decir que has estado en La Palma sin tomarte un barraquito, un café que lleva leche, leche condensada, canela, corteza de limón y licor. Engancha y mucho, avisado quedas.

Caminar entre volcanes y salinas

Aunque es prácticamente imposible decantarse por uno, guardo muy buenos recuerdos del municipio de Fuencaliente. Es el más meridional de la isla y en él la impronta volcánica se deja sentir a cada paso. Como en el Volcán de San Antonio, un gigante dormido que despertó en las erupciones de 1677 dando paso a uno de los lugares más bellos de la isla. Bordear su cráter supone alcanzar magníficas panorámicas que incluyen el Volcán de Teneguía y las Salinas de Fuencaliente que con su blancura rompe la paleta de marrones, ocres y rojizos que discurre hasta donde alcanza la mirada.

Bordeando el Volcán de San Antonio. La Palma

Cráter del Volcán de San Antonio. La Palma

El Volcán de Teneguía y las salinas desde la cumbre del Volcán de San Antonio. La Palma

Tocar el cielo con las manos en el Roque de los Muchachos

Subir al Roque de los Muchachos, deteniéndote a observar el mar de nubes provocado por los vientos alisios, es una experiencia increíble. Estás a 2.426 metros sobre el nivel del mar, en el punto más alto de la isla, y te invade una sensación de libertad absoluta cuando contemplas desde lo alto la Caldera de Taburiente. Tu cámara tratará de captar en vano lo que ven tus ojos. No lo conseguirá. Hay que estar allí, en el mirador por excelencia de La Palma, para sentir el vértigo frente a los barrancos, la coreografía de las montañas, el aire puro… En definitiva, el latido de la tierra.

Mar de nubes. La Palma

Mirador del Roque de los Muchachos. La Palma

Vistas desde el Roque de los Muchachos. La Palma

Roque de los Muchachos, isla de La Palma

Visitar el Observatorio Astrofísico y entrar en el GRANTECAN

Justo aquí, en el techo de La Palma, se ubica el Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos, uno de los complejos de telescopios más completos del mundo. ¿Por qué en esta isla? Porque su cielo es uno de los mejores del planeta para ver las estrellas gracias a su situación geográfica, a sus inmejorables condiciones de estabilidad atmosférica y a la aplicación de la Ley de Protección del Cielo, que vela por regular la correcta iluminación de los núcleos urbanos y reducir la contaminación lumínica. Por cierto, aprovecho para felicitar a toda la isla ya que este año La Palma celebra el octavo aniversario de su declaración como entorno ‘Starlight’ por la calidad y transparencia de su bóveda celeste.

Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos. La Palma

Uno de estos telescopios es el GRANTECAN (Gran Telescopio de Canarias), el mayor del mundo de sus características. Conocerlo por dentro era uno de mis sueños palmeros que se hizo realidad. Si te apasiona el mundo de la astronomía, debes saber que tu también puedes solicitar tu visita a través del Instituto de Astrofísica de Canarias.

GRANTECAN. La Palma

Interior del GRANTECAN. La Palma

¿Más opciones para contemplar el universo? Puedes acercarte a alguno de los 16 miradores astronómicos naturales que hay en la isla, como el Pico de la Cruz, el Llano del Jable, Puerto Naos o La Muralla entre otros, o acudir a empresas especializadas que te harán ver el cielo con otros ojos. De hecho, en los últimos años el astroturismo se está consolidando con fuerza y buena parte de la industria turística isleña está vinculando sus servicios al mundo de la astronomía.

Mirador astronómico. La Palma

Contemplar amaneceres y puestas de sol de ensueño

Se diría que hasta el astro rey, testigo mudo de cuanto acontece bajo sus pies, está prendado de esta isla. Un pasión que demuestra cada día regalándole increíbles amaneceres y puestas de sol.

Durante mi estancia lo vi desperezarse a diario, perfilando en el horizonte la silueta de Tenerife y tiñendo el océano de mil tonalidades de azul. No me importó robarle horas al sueño. En esos mágicos minutos, en la terraza de mi hotel y acompañada por el canto de los pájaros más madrugadores, La Palma era solo para mí. El frescor de un nuevo día, el rumor de las olas, las últimas luces iluminando Santa Cruz… Y allí estaba yo cada mañana, con la mirada perdida en el horizonte y embelesada ante un espectáculo de luces y colores que soy capaz de recordar con tan solo cerrar los ojos.

Vistas desde mi habitación. H10 Taburiente Playa. La Palma

Amanece en la playa de Los Cancajos. La Palma

El sol, el Atlántico y La Palma

Su adiós no le va a la zaga. Desde un mirador o a pie de playa, resaltando con sus últimos rayos la salvaje orografía de su litoral. Amarillos, naranjas, rojos y la hora azul. El sol se pone y el negro da paso al siguiente acto: la aparición de un nítido manto de estrellas que cubre toda la isla.

Puesta de sol. Playa de Echentive. La Palma

Navegar en un mar de estrellas

Otro de los grandes momentos de mi viaje a La Palma lo viví gracias a Toño González, miembro de la Agrupación Astronómica Isla de La Palma, guía Starlight y director de la empresa Cielos-La Palma. Con su ameno y didáctico recorrido por las constelaciones, salpicado de referencias mitológicas, consiguió que me quedara prendada del increíble cielo de esta isla. Imagíname tumbada en el suelo, dibujando constelaciones y viendo pasar las estrellas fugaces más impresionantes que he visto en mi vida. Es cierto lo que dicen, con esta bóveda celeste, dormir no es una opción sensata en La Palma.

Toño, además, es todo un experto en fotografía paisajística nocturna y se encargó de inmortalizar este momento tan especial.

Foto del equipo de #EscuchaLaPalma

Observación de estrellas con Cielos-La Palma

Y hasta aquí mi repaso por las diez experiencias que hicieron que regresara a Madrid prendada de esta pequeña isla marcada por la diversidad de sus paisajes. Si te ha sabido a poco, no te preocupes. Habrá más artículos dedicados a la Isla Bonita. Pienso cumplir mi objetivo: que tú también sientas el efecto La Palma.

INFORMACIÓN PRÁCTICA: Vuelos a La Palma

  • La Palma – Bilbao con Vueling. Comenzará a operar el próximo 23 de junio y contará con 1 frecuencia semanal durante los meses de julio y agosto.
  • La Palma – Barcelona con Vueling. Dos vuelos semanales confirmados hasta final de año.
  • La Palma – Madrid con Iberia Express. 6-7 vuelos semanales.
  • CanaryFly, por su parte, conecta La Palma con los aeropuertos de Gran Canaria y Tenerife Norte desde donde parten vuelos frecuentes a diferentes puntos de la península.

Nota: Este artículo forma parte de mi viaje a la isla de La Palma durante el blogtrip #EscuchaLaPalma organizado por el Patronato de Turismo de La Palma en colaboración con el Centro de Iniciativas y Turismo TEDOTE La Palma, Iberia Express, Vueling y CanaryFly

  • NO VIAJES SIN SEGURO
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Visitar el Jardín Majorelle y la Menara: Marrakech en verde

Visitar el Jardín Majorelle y la Menara: Marrakech en verde

Más allá de los zocos, de los palacios y de ese excesivo y atractivo imán que es la plaza de Yamaa el-Fna, hay un Marrakech teñido de verde. El de sus jardines, conquistados con esfuerzo a una naturaleza implacable y hostil, que sirven de válvula de escape a los locales y de refugio a los turistas que buscan un instante de tranquilidad en esta caótica y siempre sorprendente ciudad. Mi mirada se centra en dos de ellos: el Jardín Majorelle y los jardines de la Menara. Nada tienen que ver el uno con el otro pero ambos contribuyen a perfilar la imagen de esta urbe que antes de partir ya reclama tu regreso. Todos los detalles para visitar el Jardín Majorelle y la Menara, a continuación.

Jardín Majorelle

Visitar el Jardín Majorelle fue uno de mis momentos estrella en suelo marroquí. Tenía muchas ganas de ver el lugar que eligió Yves Saint Laurent para que reposaran sus cenizas. Intuía que debía ser un rincón mágico, sugerente y elegante. Como los diseños del genio que revolucionó el mundo de la moda en unos años marcados por la liberación sexual, los Beatles y Warhol. Y así es: alta costura en forma de jardín botánico. No se me ocurre mejor comparación.

Visitar el Jardin Majorelle. Marrakech
Paseando por el Jardín Majorelle

Mi historia con Yves Saint Laurent se pierde en los días de mi infancia. Imagina a una niña con gafas imposibles y pelo rizado colándose en la habitación de sus padres. Soy yo. Apenas levanto un metro del suelo y me las ingenio como puedo para llegar al estante donde mi madre atesora con celo sus perfumes. Solo me llama la atención un frasco bañado de azul y negro cuyo nombre soy incapaz de pronunciar: Rive Gauche. Sucumbo a usarlo y salgo de puntillas. Bendita inocencia. De poco sirve mi sigilo. Las notas de magnolia, jazmín, madreselva y sándalo me delatan, y otra vez me gano el «Ali, eso no se toca». Años más tarde empecé a interesarme por la figura que se escondía tras Y&L, aquel que tantas reprimendas me costó en su día, y así descubrí al que ha sido y sigue siendo mi modisto favorito.

Estanque del Jardin Majorelle. Marrakech
Agua y naturaleza se dan cita en el jardín Majorelle de Marrakech

Si hoy podemos disfrutar de este encantador edén es porque Yves Saint Laurent y su compañero, Pierre Bergé, le salvaron la vida cambiando su destino. Afortunadamente, el proyecto de construir un complejo hotelero nunca vio la luz y la pareja pudo continuar el extraordinario trabajo iniciado por su creador, el artista francés Jacques Majorelle, en 1924. Él le dio su nombre forjando entre cactus, bambús y nenúfares su obra más bella, un cuadro hecho naturaleza. Incluso le regaló su propio color, el azul Majorelle. Un azul profundo, intenso, del que cuesta apartar la mirada cuando contemplas las paredes del que fue su taller, la Villa Bou Saf Saf.

Cactus en el Jardin Majorelle. Marrakech
Cactus y más cactus ensalzan su belleza
Azul Majorelle. Jardin Majorelle. Marrakech
El icónico azul Majorelle

Tras su muerte, su jardín cayó en el abandono hasta que el tándem Saint Laurent-Bergé lo adquirió permitiendo que rebrotase, mejorándolo y mimando. Los nuevos propietarios renombraron su estudio de pintura como Villa Oasis, una encantadora casa inspirada en art déco que actualmente alberga un museo dedicado a la cultura bereber con trajes y joyas llegados de las montañas del Rif y del desierto del Sáhara que ellos mismos fueron coleccionando a lo largo de los años.

Jardin Majorelle. Marrakech
Museo bereber
Detalle del Jardin Majorelle. Marrakech
Rincones que enamoran

También aumentaron la variedad de plantas que podemos ver hoy en día. 300 especies que nos permiten recorrer los cinco continentes en un puñado de hectáreas y en los acentos que se cruzan a nuestro paso. Alemanes, japoneses, británicos, españoles… Todos los que recalan en Marrakech quieren contemplar el sueño de estos tres hombres hecho realidad. Todos hacen cola, con un respeto inusitado, frente al memorial de Saint Laurent, y comparten sin pudor sus caras de admiración recorriendo las veredas de este inspirador espacio alzado extramuros, en la Ville Nouvelle de la ciudad.

Luces y sombras en el Jardin Majorelle. Marrakech
Luces y sombras en el Jardín Majorelle
Visitar el Jardin Majorelle. Marrakech
Mi momento junto a Yves Saint Laurent en su memorial
Turistas en el Jardin Majorelle. Marrakech
Turistas en el Jardín Majorelle

Lo dijo el propio modisto: «un oasis donde los colores utilizados por Matisse se mezclan con los de la naturaleza». Los rayos de sol colándose entre los cocoteros y proyectando sombras que evocan exóticos destinos, el canto de los pájaros y el agua hacen el resto.

El pintor apasionado por la botánica falleció en París en 1962. El modisto que halló en este jardín su mejor fuente de inspiración, en 2008. No se fueron para siempre. Si abres bien los ojos, levantas la mirada al cielo y dejas que el entorno te abrace, comprobarás que sus almas siguen vivas en Majorelle.

Y ahora que ya sabes cómo visitar el Jardín Majorelle, nos vamos a otro pulmón verde de Marrakech.

Los colores del Jardin Majorelle. Marrakech
Los colores del Jardín Majorelle

Jardines de la Menara

Cambio de tercio y de escenario. Los Jardines de la Menara nos esperan en el extremo sur de la ciudad. Hay quien opina que no vale la pena desplazarse hasta allí para ver un mar de olivos reconvertido en un parque urbano. Discrepo. Es cierto que podrían estar mejor cuidados pero eso no resta interés a su visita.

La Menara con el minarete de la Kutubia al fondo. Marrakech
La Menara con el minarete de la Kutubia al fondo
Jardines de la Menara. Marrakech
Vista de los Jardines de la Menara

Este lugar, al que acuden en masa las familias marrakechíes para disfrutar de unas horas de asueto, sobre todo los fines de semana, se levantó durante el siglo XII por los almohades. Su nombre responde a la inconfundible cubierta de tejas verdes (menzeh) de su estampa más famosa: un pequeño pabellón a cuyos pies discurre un estanque artificial. El telón de fondo ya lo ves, las cimas nevadas del Alto Atlas que desde aquí parece que puedes llegar a tocar con los dedos. ¿Acaso esta vista no merece coger un taxi?

Pabellon de la Menara. Marrakech
Pabellón de la Menara
Estanque de los jardines de la Menara. Marrakech
Estanque de los jardines de la Menara

Dicen que su mejor momento llega al atardecer. Yo no tuve ocasión de comprobarlo pero sí pude imaginármelo. El frescor de las últimas horas del sol, la silueta del pabellón reflejada en las aguas procedentes del deshielo del Atlas, un cucurucho de patatas fritas y todo el tiempo del mundo por delante para contemplar la puesta de sol.

Jardines de la Menara. Marrakech
¿Un tentempié en la Menara? Patatas fritas

Información y sugerencias para visitar el Jardín Majorelle y la Menara

El Jardín Majorelle está abierto todo el año. El precio de la entrada combinada (jardín + museo) es de 75 MAD (7€ aprox.). Si tienes tiempo y te apetece, déjate caer por el Café Bousafsaf. Su ubicación se paga, pero merece la pena. Tampoco olvides entrar en la Galerie Love donde encontrarás los carteles que cada año Yves Saint Laurent diseñaba y enviaba a los amigos y clientes de su firma.

Galeria Love de Yves Saint Laurent. Majorelle
Galería Love de Yves Saint Laurent
Jardin Majorelle. Marrakech
Mi año por Yves Saint Laurent

Para llegar a ambos jardines lo más rápido y cómodo es coger un ‘petit taxi’. Son de color beige y llevan taxímetro aunque a veces los conductores «olvidan» ponerlo en marcha. Otra opción es desplazarte en calesa desde la Place Foucald, al lado de Yamaa el-Fna. Te marearán hasta decir basta y tendrás que regatear lo indecible pero… ¿qué esperas? Estás en Marrakech.

Excursiones y actividades en y desde Marrakech

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Tour privado en español por Marrakech: descubre todos los secretos de la Medina de Marrakech.

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Seguro de viajes para viajar a Marrakech

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Mi ruta palmera soñada en 35 mm.

Mi ruta palmera soñada en 35 mm.

Hace poco oí en boca del cineasta Juan Antonio Bayona una frase que, con su permiso, hago mía: «En España podría rodarse perfectamente La vuelta al mundo en 80 días«. No puedo estar más de acuerdo. Cada vez que visito un destino de nuestro país se confirma; tenemos el mejor plató para enmarcar cualquier tipo de escena.

¿A qué viene esta introducción tan cinematográfica? Sencillo. Hoy me pongo en el papel de una guionista para aceptar la propuesta de Visit La Palma: diseñar mi ruta palmera soñada a través de los sonidos que emergen de esta isla. Un original mapa sonoro creado para despertar sensaciones, para invitaros a subir a un avión y lanzarnos a descubrir por qué esta tierra rodeada de mar recibe el sobrenombre de la Isla Bonita. Para esbozarla debo transformar sus piezas de audio en verbo y, como buena amante del séptimo arte, escribir el argumento de la película que desearía protagonizar en La Palma. Todo un reto, lo sé, pero al fin y al cabo… ¿qué es el cine sino viajar? Descubrir nuevos horizontes, nuevos paisajes y paisanajes, pequeñas y grandes historias que suman y no restan, que derriban fronteras y nos hacen más humanos. Concurso #EscuchaLaPalma. Mi ruta palmera soñada

Escena 1. En busca del mar

Como buena barcelonesa varada en Madrid desde ya hace unos años, mi primer impulso es ir en busca del mar y las playas. Conecta el audio, cierra los ojos e imagina este plano secuencia. ¿Me ves? Estoy en una playa prácticamente desierta, virgen y rodeada de impresionantes acantilados. Es abril y me acerco a la orilla para ver cómo el Atlántico besa con fuerza la costa, doy un paseo descalza jugando con las olas y las cálidas temperaturas me invitan a darme un chapuzón en sus aguas.

Escena 2. Verde que te quiero verde

¿Escuchas mis pasos? Recorro el sendero que me conduce hasta el corazón del Parque Nacional de La Caldera de Taburiente. Su dificultad media-alta es asumible y el esfuerzo para llegar al Barranco de las Angustias tiene su recompensa: flora y fauna exclusivas de la isla, roques, miradores y el agua, su bien más preciado, que se cruza a mi paso en forma de riachuelos y cascadas de colores. Me siento abrumada entre tanta biodiversidad. Lleno mis pulmones de aire puro, lo necesitaré cuando regrese al frío, gris y contaminado asfalto madrileño.

Escena 3. Tomándole el pulso a la capital

Tras rodar algunos de los paisajes más reconocibles de la isla, pongo rumbo a Santa Cruz de la Palma. Me cuelo por sus rendijas en uno de sus mercados. Frutas de temporada, mojos, quesos y vinos con denominación de origen son deliciosos planos recurso que despiertan mi apetito, así que acabo charlando con un grupo de palmeros en el bar de la esquina. Debería seguir mi ruta por la capital y perderme por su casco histórico pero lo dejaré para más tarde. Adoro el slow travel y mis papas arrugadas siguen muy calientes.

Escena 4. El sur también existe

Antes de que anochezca me voy al sur en busca de un atardecer junto al mar. Dicen que la Punta de Fuencaliente es una preciosidad y suelo fiarme de las gentes del lugar. Me han hablado de dos faros, de unas salinas, de arena negra y rocas de origen volcánico. De un paisaje que difícilmente se olvida y que mi cámara ansía captar.

Escena 5. El cielo palmero, ¿tan espectacular como dicen? 

No he hallado o no he sabido encontrar un paisaje sonoro que haga referencia al cielo de La Palma, uno de los mejores del planeta para ver las estrellas. Estoy acostumbrada a casi tocarlas con las manos en mi pequeño refugio turolense de la comarca Gúdar-Javalambre y me gustaría, y mucho, contemplar el increíble tapiz de cuerpos celestes que intuyo allí me espera. En sus miradores astronómicos naturales, desde una casa rural o, puestos a soñar, en el mismísimo Observatorio del Roque de Los Muchachos.

Tras estas cinco escenas, apago los focos, desconecto la cámara y guardo la claqueta. Llega el fin de mi Palma en 35 mm. y, tal vez, el inicio de una nueva aventura. Me encantaría que mi ensoñación se tornara realidad en breve para llenar estos huecos con experiencias, momentos y fotografías que me permitan, como siempre, mostrarte el mundo a través de esta ventana. Si no es así, no importa. Es un reto que acepté y el hecho de haberlo cumplido me llena. Y sí, consiguió su objetivo: despertar mi interés por descubrir La Palma más allá de sus paisajes sonoros.

Marruecos: primeras impresiones de un país fascinante

Marruecos: primeras impresiones de un país fascinante

«Yo he estado once veces». «Yo nueve». «Yo cinco». Ahora lo entiendo. Antes de emprender viaje me sorprendía que tanta gente repitiera un mismo destino siendo nuestro mundo tan inabarcable  como es. Tras siete días recorriendo Marruecos, tomándole el pulso a esta franja norteafricana, hallé la respuesta: este país engancha y mucho. El Alto Altas, las dunas del Sáhara, los pueblos bereberes, sus impresionantes gargantas, la enérgica, y por qué no decirlo, apabullante Marrakech… Marruecos. Tan vecino en el espacio como alejado de nuestra cultura occidental. Tan sorprendente, tan fascinante y a la vez tan cercano.

Resumir en un puñado de líneas todos las experiencias y sensaciones vividas en suelo marroquí con Sara se me antoja una cumbre difícil de coronar, una carrera de fondo con mil paradas a cual más interesante. Aún así, tiro de tamiz, enciendo una lámpara, y dejo que sus destellos me ayuden a filtrar lo más esencial, aquello que realmente me dejó huella. Marruecos en siete instantes.

Lámpara del Hotel Royal Mansour. Marrakech

Marruecos: dormir en el desierto

Llegar a nuestro campamento de jaimas, ubicado en medio de la nada a lomos de un dromedario, mientras el sol se iba despidiendo tiñendo las dunas de la más increíble paleta de amarillos, ocres y rosas que puedas imaginar, fue algo inenarrable.

Erg Chebbi. Marruecos

Literalmente teníamos el desierto para nosotras solas sin que nada, salvo las inevitables fotos, rompieran la magia. Adoro ser periodista/blogger de viajes pero te aseguro que en ese breve pero intenso trayecto hubiera dado lo que no tengo por olvidar mi profesión y que mi mente y mis manos no se apartasen ni un momento del asidero de mi montura.

Un posado en toda regla. Marruecos

Luego llegó la cena, los cantos bereberes alrededor de una fogata, las risas con Anna -una catalana que se convirtió en hermana del desierto-, el confort de los edredones que cubrían nuestra cama y el amanecer. Esta vez sí hice lo correcto. Como nos despertamos tarde, salí corriendo. En pijama y sin cámara. Hacía mucho frío pero la sangre al galope por mis venas me permitió entrar en calor y disfrutar como una niña pequeña del apabullante espectáculo de ver nacer un nuevo día con los pies enterrados en la arena.

Amanece en el desierto. Marruecos

Marruecos: las espectaculares gargantas del Todra

El todopoderoso Atlas, Ouarzazate, la hermosa kasbah de Ait Ben Haddou, Skoura, el Valle de las Rosas, el Dades… Cada uno de los rincones del sur que conocí durante los tres días de ruta me pareció más potente que el anterior pero, puestos a escoger uno, mi alma viajera se queda con las gargantas del Todra. Una falla de 300 metros de profundidad, situada a 15 km. de Tineghir, que se abre para formar un desfiladero de apenas 10 metros de ancho. Sentirte aprisionada entre las rocas y elevar la mirada para ver cómo este capricho de la naturaleza recorta el cielo a la vera de las aguas del río es una experiencia fascinante que te hace sentir más pequeña que un grano de arena. Puedes tratar de buscar mil enfoques pero ninguna imagen hará honor a su grandeza, a su salvaje presencia.

Gargantas del Todra. Marruecos

Paseando por las gargantas del Todra. Marruecos

No viajes a Marruecos sin seguro de viajes

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Marruecos: de Merzouga a Marrakech

El último día de nuestro itinerario deshicimos los 580 km. que separan Merzouga de Marrakech. Durante esas largas horas en 4×4, aproveché mi posición de copiloto para ponerme en la piel de una discreta espectadora. Me encanta relacionarme con la gente de los lugares que visito sí pero, a veces, me gusta tomar cierta distancia para observar la realidad tal como es. Auténtica, sin artificios, sin que la presencia de una cámara cercana viole su esencia.

En ruta por Marruecos

Pastor bereber. Marruecos

Tazarine. Marruecos

Volar en globo en Marrakech

Madrugar tiene sus ventajas y una de ellas es que te permite subir en globo para contemplar  las zonas rurales que rodean Marrakech a vista de pájaro. Lo cierto es que las vistas no son tan espectaculares como las que se pueden divisar en otros escenarios pero sólo por ver los primeros rayos de sol incidir sobre las cumbres nevadas del Atlas mereció la pena.

Vuelo en globo. Marrakech. Marruecos

Certificado de vuelo con la empresa Ciel d'Afrique. Marrakech. Marruecos

El papel de la mujer en Marruecos

Eso sí fue un auténtico lujo. Durante unas horas recorrimos los imprescindibles de Marrakech en compañía de Fátima, una experta guía local que sufrió estoicamente la batería de preguntas que le lanzamos a casa paso. Por supuesto que nos interesaba visitar el palacio de la Bahia y escuchar sus narraciones sobre favoritas y concubinas, admirar la arquitectura arabigoandaluza de la madraza Ali Ben Youssef, recorrer el mellah o descubrir curiosidades como que la bola más pequeña que corona el minarete de la mezquita de la Koutoubia fue forjada en oro con las joyas de la mujer del rey Yaqub Al-Mansur, como penitencia por haber roto el ayuno del Ramadán por un antojo. Cosas del embarazo…

Madraza Ali Ben Youssef. Marruecos

Pero lo que más nos atraía era saber cómo era el día a día de los marrakechíes, en especial, el papel de la mujer. Su ejemplo no pudo ser más revelador. Fátima tiene cinco hermanas y cada una expresa su respeto por el Islam a su manera. Una viste a la moda occidental, otras ocultan su cuerpo a medias o por completo, y ella confiesa que sólo cubre su cabeza con el hiyab (velo) cuando llueve para que no se le alborote la melena. A la hora de comer se reúnen en torno a la mesa familiar y todas son tratadas por igual a pesar de que sus convicciones no comulguen al cien por cien. También insiste en que la práctica de culto está garantizada por la Constitución, que las mujeres pueden ejercer la custodia de sus hijos y que la lucha contra la discriminación laboral continúa su curso.

La medina de Marrakech

Tras conocer a Javier Bardem, al pequeño Nicolás y que me guiñaran un ojo acompañado de un «vuerve luego mi arma» en la plaza Yamaa el-Fna, callejeamos sin rumbo por la laberíntica medina. A medida que nos alejábamos de los zocos más cercanos, cesaron las insistentes llamadas de atención de los vendedores y nos volvimos invisibles a los ojos de aquellos que se cruzaban en nuestro camino. Las tiendas iban echando el cierre, el incesante ir y venir de carros y motos se mitigaba por momentos -al final decidí que fueran ellos los que me esquivaran-, ni un solo turista  y una tenue lluvia mojando las calles… Y allí estábamos este par de dos, disfrutando de una ciudad que se nos antojaba solo para nosotras.

Rematamos el día en la terraza del Café Glacier que, junto al puente de Gálata de Estambul, ya se ha convertido en uno de mis rincones favoritos del planeta. Acudimos en busca de refugio en una noche cerrada marcada por la mezcolanza de sonidos que emanaban de El-Fna, el vibrante corazón de Marrakech. Y sí, nos tuvieron que echar aunque yo me hubiera quedado allí plantada hasta el amanecer.

Plaza Yamaa el-Fna desde el Café Glacier de Marrakech. Marruecos

La gastronomía de Marruecos

Marruecos sabe a tajines, cuscuses, brochetas y keftas, a zumo de naranja y a té de menta. Huele a cardamomo, a ras el hanout, a cilantro, canela, curry, cúrcuma y nuez moscada, y su tacto engloba la delicadeza del aceite puro de Argán, la fortaleza del adobe de sus mil hasbahs, la rugosidad de sus originales formaciones geológicas y la suavidad de la arena del desierto. Imagino que también olerá a mar en Essaouira y en resto de la costa atlántica y mediterránea pero eso tendré que descubrirlo en un próximo viaje.

Tajine de pollo. Marruecos

Elaboración del aceite de Argán. Marruecos

Puesto de especias. Marrakech

CONSEJO VIAJERO → Experimenta Marruecos a través de sus exóticos sabores con este tour gastronómico en español por Marrakech. Los platos incluidos en el tour se pueden cambiar por opciones vegetarianas.

Y hasta aquí este viaje por Marruecos que espero cumpla su objetivo: animarte a descubrir este fascinante país.

Las mejores excursiones y actividades que puedes hacer en Marrakech

Si no quieres complicarte, aquí tienes las mejores excursiones y actividades que puedes hacer acompañado de un guía que habla español. Toma nota:

Tour privado en español por Marrakech: descubre todos los secretos de la Medina de Marrakech.

Paseo en globo por el norte de Marrakech: Olvida el ajetreo de sus calles y sobrevuela una de las ciudades más importantes de Marruecos en globo aerostático. Es impresionante.
Circuito de 5 días desde Marrakech a Fez: las montañas del Atlas, el Valle del Dades, las dunas de Merzouga… Descubre los tesoros del interior de Marruecos con este circuito que finaliza en la preciosa ciudad de Fez.

Excursión de 3 días al desierto de Merzouga: disfruta de los contrastes de Marruecos adentrándote en Erg Chebbi, la parte más espectacular del desierto del Sáhara

Excursión de 2 días al desierto de Zagora: dormir en una haima, ver el atardecer en el desierto y visitar antiguas kasbahs son algunos de los atractivos de esta escapada al desierto de Zagora.

Excursión a las Cascadas de Ouzoud: una jornada inolvidable en la que podrás conocer las cataratas más altas del norte de África.

Tour en quad por el palmeral de Marrakech: pistas sin asfaltar, aldeas tradicionales, paisajes pintorescos y emoción asegurada.

Más información para viajar a Marruecos

Viajar a Marrakech: guía completa y los mejores consejos para preparar tu escapada
Qué ver y hacer en Marrakech: 10 planes imprescindibles que no puedes perderte
Dormir en una jaima en el desierto de Marruecos: una experiencia inolvidable
El jardín Majorelle y la Menara: Marrakech en verde
Hotel Royal Mansour

Resumen viajero y personal del 2014

Resumen viajero y personal del 2014

Como ya va siendo tradición, en estas fechas en las que al 2014 le queda apenas un suspiro, me gusta echar la vista atrás y recordar todo lo que han dado de sí estos doce meses. La verdad es que el balance no puede ser más positivo ya que ha sido un buen año que me ha regalado vivencias únicas e instantes mágicos que ya forman parte de mí. Si he decidido recopilarlos una vez más, es porque llega un momento en la vida de todo trotamundos en el que las fechas se confunden entre aeropuertos, reservas, escapadas y cientos de fotografías acumuladas en el disco duro. Un maravilloso puzzle de colores, sabores, olores y sonidos que espero encajar a continuación y que seguro me encantará releer cuando pinte canas. El año empezó con un ritual que ya he perdido la cuenta de cuántas veces se ha producido: la asistencia a FITUR, la Feria Internacional de Turismo más importante de nuestro país. Allí conocí lo mucho que tienen que ofrecer países como Noruega, Guatemala, Eslovenia o Uruguay que han pasado a engrosar mi interminable lista de destinos pendientes. Y es que no me canso de repetirlo: sigo pensado que el mundo es demasiado grande para una sola vida.

Fitur 2014

¿Lo mejor de esta feria? Reencontrarme con otros blogueros de viajes y periodistas del sector, y desvirtualizar a los que aún no tenía el gusto de conocer en persona. Puede sonar a topicazo pero no lo es ya que, en mi caso, algunos de ellos ya son más que simples conocidos. En febrero me desplacé a mi querida Teruel para sumergirme en un viaje en el tiempo que me llevó al siglo XIII donde pude revivir la historia de sus famosos amantes gracias a una recreación histórica impecable en la que participa con orgullo toda la población. El casco histórico de esta encantadora ciudad, que conserva su trazado medieval y cuyo conjunto mudéjar ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, fue un año más el mejor de los escenarios para celebrar Las Bodas de Isabel.

Viaducto de Teruel. Bodas de Isabel Pétalos de rosa para los Amantes. Bodas de Isabel. Teruel Sin duda, el articulo que escribí a la vuelta ha sido uno de los que más satisfacciones me ha reportado a nivel profesional y, sobre todo, personal. Y no me refiero al premio de fotografía que me otorgó la Sociedad Fotográfica Turolense ni al alcance que tuvo fuera y dentro de la Red. No hablo de cifras. Hablo de sentimientos, de los comentarios que me hicieron llegar los propios turolenses. El mejor regalo que una juntaletras puede recibir.

Estambul. No sé que más puedo añadir a todo lo que ya he dicho sobre la que fue capital de tres imperios. Me conquistó como pocas ciudades han conseguido hacerlo. Tanto que desearía estar escribiendo estas líneas desde allí. La primera vez que escuchas el canto del muecín llamando a la oración, esa luz tan especial que reina en Santa Sofía, surcar las aguas del Bósforo e ir al encuentro del Mar Negro, contemplar el atardecer desde Üsküdar con un té entre las manos, dejar correr los minutos viendo la vida pasar en el Puente de Gálata, atravesar el Cuerno de Oro… Ya lo comenté en su día, aún sigo perpleja y abrumada al recordar tanta belleza. Sé que una parte de mi corazón se coló por sus rendijas y sé que tarde o temprano volveré a retomar el diálogo con esta ciudad que me caló tan hondo.

Estambul Interior de Santa Sofía. Estambul Üsküdar. Estambul A finales de abril, subí a un tren rumbo a Girona. Siempre es un placer volver a Catalunya y más si es para ver cómo esta ciudad embellece su rico patrimonio con la celebración de Girona Temps de Flors. Un festival en el que se preparan casi 200 proyectos florales en diferentes espacios de la capital como las callejuelas del Call -una de las juderías mejor conservadas de toda Europa-, los baños árabes, la Catedral o el río Onyar.

Río Onyar, Girona Girona Temps de Flors Un mes más tarde asistí a mi primer Travel Bloggers Meeting, un encuentro internacional de blogueros de viaje que este año se celebró en Gijón. Charlas viajeras, talleres prácticos, debates sobre la situación del sector… Jornadas maratonianas que acababan como no podía ser de otra manera, entre risas, anécdotas y cervezas. Además del aprendizaje que me traje en la maleta, este viaje me permitió conocer dos joyas asturianas: la propia Gijón, tan marinera y auténtica como la imaginaba, y Oviedo, una ciudad que combina con acierto su pasado señorial y su estatus de capital del Principado de Asturias.

Gijón Paseo de San Lorenzo. Gijón Catedral de Oviedo Santa María del Naranco. Oviedo En julio por fin pude quitarme una espinita viajera: recorrer la costa vasca de principio a fin. Pasaia, Hondarribia, Zarautz, Mutriku, Lekeitio, Mundaka, las playas de Laga y Laida… Preciosos rincones sometidos a la fuerza del Cantábrico y pueblos que huelen y saben a mar que descubrí tras recalar dos días San Sebastián, la gran dama del norte. Todos los piropos se quedan cortos al hablar de la capital guipuzcoana, una ciudad que exploré con los cinco sentidos. El suave tacto de la arena que cubre sus playas, el sabor de sus increíbles pintxos, el murmullo del mar, el olor que envuelve su pequeño puerto, las maravillosas vistas desde el Monte Urgull…

San Sebastián Lekeitio Pasai Donibane Aprovechando esta escapada a Euskadi, visité la villa de Gernika y me perdí durante horas en el Bosque de Oma, el escenario que Ibarrola escogió para plasmar su personal diálogo con la naturaleza.

Bosque de Oma En septiembre, antes del esperadísimo viaje a Irlanda, me di un respiro en toda regla en el Complejo Enoturístico Finca La Estacada, un lugar perfecto para olvidarte de la rutina, desconectar entre viñedos y dejarte mimar. Está situado en Tarancón (Cuenca) y su oferta incluye un hotel, un restaurante con los mejores platos de la cocina castellano-manchega, un coqueto spa y, cómo no, la visita a su bodega donde elaboran caldos cuya relación calidad/precio es innegable. ¿Mi favorito? Finca La Estacada Varietales. La visita al Parque Arqueológico de Segóbriga remató un fin de semana que cumplió con creces su objetivo: regresé a Madrid absolutamente relajada y con ganas de volver.

Junior suite. Finca La Estacada Masaje balinés con uva tinta Parque Arqueológico de Segóbriga Irlanda. Otro de esos rincones del planeta que crean adicción. Adicción a sus paisajes, a su modo de vida, al carácter de sus gentes, a sus ciudades donde el viajero siempre es bien recibido. Allí descubrí que Dublín es mucho más que sus famosos pubs, que Belfast es una ciudad que ha sufrido mucho pero que ha sabido reinventarse gracias a la cultura y el arte, y que la costa irlandesa cuenta con maravillas naturales como los acantilados de Moher o la Calzada del Gigante que simplemente te dejan sin habla.

Dublín Pub The Cobblestone. Dublín Acantilados de Moher Mural en Falls Road. Belfast La Calzada del Gigante En noviembre, gracias a Minube, tuve ocasión de asistir al XXX aniversario de Don Juan en Alcalá, la representación teatral al aire libre más multitudinaria de España. Además fue una ocasión muy especial ya que, con motivo de su trigésima puesta en escena, este espectáculo, catalogado de Interés Turístico Regional, recuperó su formato itinerante convirtiendo el caso histórico de Alcalá de Henares en un teatro a cielo abierto al servicio de los versos de Zorrilla.

XXX aniversario Don Juan en Alcalá Don Juan en Alcalá Mi año viajero ha acabado con una grata sorpresa: la #GranCanariaExperience. Un blogtrip que me llevó a un paraíso en forma de isla que bien se podría definir como un continente en miniatura. En Gran Canaria aprendí a cocinar sus famosas papas arrugadas y el mojo picón, me inicié en el mundo del submarinismo, navegué por su litoral, recorrí bajo la luna el encantador barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria, descubrí los preciosos parajes naturales de su interior y me quedé prendada de las dunas de Maspalomas.

Maspalomas. Gran Canaria Buceando frente a la playa de Amadores. Gran Canaria Paisaje del interior de la isla. Gran Canaria

Bagaje acumulado en estos doce meses

¿Qué más he hecho además de viajar y contar mis experiencias en este blog? Aparte de seguir buscándome las habichuelas como periodista freelance, básicamente aprender. De los demás y de mí misma. Siento que he madurado como viajera, que mi objetivo no es tanto alcanzar nuevos horizontes sino vivir nuevas experiencias, que cada vez me gusta más invertir mi tiempo conociendo a la población local de los lugares que visito, que me importan más las historias que los paisajes, y me reafirmo en algo que siempre he pensado: puedes encontrar tu momento mágico a miles de kilómetros o a la vuelta de la esquina. Solo tienes que abrir tu mente, despertar tus sentidos y disfrutar de lo que acontece a tu alrededor.

Dicho esto, solo me queda agradecer tu compañía, esa que me ha hecho crecer como persona y como bloguera de viajes, y desearte con todo mi cariño un magnífico 2015.

Visitar los acantilados de Moher, la Irlanda más salvaje y fascinante te está esperando

Visitar los acantilados de Moher, la Irlanda más salvaje y fascinante te está esperando

Visitar los acantilados de Moher es descubrir una de las joyas naturales que pueblan la ruta costera del Atlántico. Su imagen siempre aparece en todas las guías y folletos de Irlanda y su descubrimiento es uno de los más deseados. De hecho, son muchos los que afirman que este viaje en carretera, que bordea cada curva del litoral oeste de la isla, es uno de los más espectaculares del mundo, y a tenor de lo que yo vi, solo una pequeña parte, no dudo que sea así.

Visitar los Acantilados de Moher. Irlanda

Me hubiera gustado recorrer este itinerario de principio a fin, desde Cork a Donegal, para conocer sus más de 2000 km de playas, sus bahías, sus aldeas de pescadores y, en el mejor de los casos, avistar ballenas y delfines. Quizá en un futuro pueda hacerlo, pero en mi primera incursión en tierras irlandesas tuve que conformarme con una pequeña pincelada de este litoral situada en el Condado de Clare.

Rumbo a los acantilados de Moher

Mi escapada empezó dejando atrás los suburbios de Dublín para adentrarnos en los condados de Kildare y Limerick entre pequeñas poblaciones, extensos campos con más tonalidades de verde de las que puedas imaginar, restos celtas, fortalezas como el Bunratty Castle e importantes centros de surf y de golf como Lahinch.

Cómo llegar a los acantilados de Moher desde Dublín

Los acantilados de Moher se encuentran en la costa oeste de Irlanda cerca del pueblo de Liscannor (Condado de Clare). Coordenadas GPS Latitud: 52.9714578 Longitud: -9.4247540. Si te animas a visitarlos en coche, aquí tienes algunas referencias para hacerte una idea de cuánto tiempo necesitarás para llegar:

Desde Galway → 1,5 h.
Desde Ennis → 40 minutos.
Desde Limerick → 1,5 h.
Desde Dublín → 3 h.

Si prefieres el tren, debes saber que las principales ciudades de Irlanda -Dublín, Galway, Cork y Belfast- están conectadas por ferrocarril. Otra opción es llegar desde Ennis y luego coger un autobús. Visita Irish Rail para más información.

En cualquier caso, si no quieres complicarte la vida con los traslados, puedes contratar una excursión de un día desde Dublín. En esta que te recomiendo podrás conocer el paisaje kárstico del Parque Nacional The Burren, Galway -una de mis ciudades favoritas- y, cómo no, visitar los acantilados de Moher. Además, este tour se realiza exclusivamente en español y las críticas de los viajeros que lo han hecho son muy buenas.

¿Qué tiempo va a hacer? – ¿Qué ropa llevar para visitar los acantilados de Moher?

El clima en la costa oeste de Irlanda es absolutamente cambiante por lo que conviene ir preparado. Para visitar los acantilados lo suyo es vestirse en plan cebolla sin olvidar algo de abrigo, un impermeable y un buen calzado. Y si luce el sol, pues a disfrutarlo al máximo.

Visitar los acantilados de Moher

Al llegar a los acantilados de Moher el día no podía ser más desapacible. El cielo parecía que iba a desplomarse en cualquier momento, lloviznaba y hacía muchísimo viento. Un viento helador que en ningún caso invitaba a pasear al borde de estos colosales vigías del Atlántico. Pensé en refugiarme en el centro de visitantes y entrar en calor tomando un café pero las ganas de contemplar aquello que tantas veces había soñado conocer hizo que mis pasos, desatendiendo a la razón, se encaminaran hacia ellos. Quería cumplir mi objetivo: visitar los acantilados de Moher.

Centro de visitantes y zona de aparcamiento. Acantilados de Moher

Los acantilados de Moher esculpidos en madera

De camino a la plataforma principal. Acantilados de Moher

Cuando alcancé la plataforma principal, me encontré con uno de los paisajes más sorprendentes que han visto mis ojos e impactado mis sentidos. Hasta donde se perdía la vista, una cadena de imponentes acantilados presidía el horizonte, resistiendo impasible las sacudidas de un océano que los golpeaba con fuerza.

Visitar los acantilados de Moher

Tal vez mis impresiones hubiesen sido diferentes si el sol hubiese lucido ese día, pero el manto gris que los cubría, el olor a tierra y a hierba mojada, y el frío que calaba mis huesos los hacían aún más sobrecogedores. No sé cuánto tiempo pasé apoyada en uno de los muros que delimitan el recorrido. Sin habla, tiritando e increíblemente apabullada por este rincón irlandés esculpido por la naturaleza hace más de 320 millones de años, que toma su nombre de las ruinas de una fortaleza llamada en gaélico antiguo «Mothar».

Tras superar el impacto inicial que supone ver por primera vez los acantilados, encaré la rampa urbanizada que conduce a la Torre de O’Brien, no sin antes detenerme a escuchar los delicados sonidos que un músico callejero ya entrado años arrancaba de su acordeón.

Pese al frio, la musica no cesa en los Acantilados de Moher

Subiendo hacia la Torre de O'Brien. Acantilados de Moher

Curiosamente, esta atalaya fue construida en 1835 para desempeñar la misma función que cumple hoy en día, un mirador panorámico que ya disfrutaban los cientos de visitantes que a principios del siglo XIX recibían los acantilados. Su constructor fue Cornelius O ‘Brien, un terrateniente de noble linaje que creía en la fuerza del turismo como potenciador de la economía local. No se equivocaba pues hoy en día la visita a los acantilados de Moher atrae hasta un millón de viajeros cada año.

Torre de O'Brien. Acantilados de Moher

Esta torre está situada muy cerca del punto más alto de los acantilados, a 214 metros sobre el nivel del mar, y, según dicen, en días despejados las vistas pueden alcanzar hasta cinco condados. Las islas Aran, la bahía de Galway, las montañas de los Twelve Pins en Connemara,  el faro de Loop Head…

Desestimada la opción de subir al mirador porque la bruma cubría buena parte del horizonte, continué mi paseo hacia el norte. Es realmente complicado tratar de describir tanta belleza. A un lado, vastos prados en los que las vacas pastan plácidamente ajenas al trasiego de turistas. Al otro, el fin del mundo con sus titánicas paredes verticales que se enfrentan al Atlántico.

Verdes prados frente al Atlantico. Que ver en los Acantilados de Moher Verdes prados frente al Atlantico. Acantilados de Moher

A partir de aquí, el camino se estrecha y un rótulo avisa que no conviene seguir. Aunque ya no hay muros de protección, algunos se lanzan a sobrepasar esta barrera para hallar mejores encuadres y hacerse el selfie de turno al borde de los acantilados. Una auténtica locura y más con la tierra resbaladiza y el tremendo viento que apenas permitía caminar con tranquilidad.

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Deshaciendo el camino, rumbo a la plataforma sur, me fijé en la cantidad de carteles que hay de una organización llamada Samaritans que ofrece una línea de ayuda para evitar los suicidios que en más de una ocasión se han producido en los acantilados. De hecho, hay un pequeño monumento dedicado a los que perdieron la vida en esta franja del litoral irlandés.

Monumento en memoria de los que murieron en los acantilados de Moher

The Burren Way. Acantilados de Moher

Los senderos que recorren los acantilados de Moher

Una vez allí intenté localizar la colonia de frailecillos (puffins) que anidan en Goat Island. No pudo ser porque por lo visto, estas aves, conocidas como los payasos de los océanos, llegan del Atlántico en abril y regresan a finales de julio. Tal vez tú tengas más suerte cuando los visites y puedas disfrutar de la variada fauna que hay en estos acantilados. Y es que este espacio es una zona de protección especial que acoge la mayor colonia de aves marinas de Irlanda. Una veintena de especies a las que hay que sumar los delfines, focas y ballenas jorobadas que en ocasiones se pueden ver en mar abierto.

Vistas desde la plataforma sur. Acantilados de Moher

Un capricho de la naturaleza

¿Otra curiosidad de los acantilados de Moher? En determinadas épocas del año, se dan las condiciones necesarias para originar gigantescas olas que alcanzan los doce metros de altura. Una de ellas es la Aileen’s Wave. Los expertos aseguran que además de ser una de las más grandes de Europa es lo más parecido a lo que se conoce como la ola perfecta. Todas las estrellas mundiales del surf se han citado aquí alguna vez para cabalgarla.

Pásate por el Centro de Visitantes de los acantilados

Mi visita a los acantilados concluyó en el Centro de Visitantes, una enorme cueva abovedada que se mimetiza con el entorno para que el impacto de la huella del hombre sea solo una anécdota en este increíble escenario. En su interior acoge exposiciones fotográficas, áreas interactivas con muchísima información de la zona y una pequeña sala de proyecciones. Te sugiero que no te vayas sin ver el documental Ledge Experience. Sentirás que vuelas a lo largo de las cornisas y promontorios de los acantilados para acabar descubriendo el mundo marino que se oculta bajo las aguas del Atlántico. Aunque el centro cuenta con su propia tienda de souvenirs, si quieres llevarte un recuerdo más auténtico, puedes visitar las tiendas que encontrarás justo al lado. La mayoría ofrecen originales productos artesanales.

Vista exterior del centro de visitantes. Acantilados de Moher

Centro de visitantes

Mientras curioseaba en una de ellas, oí el sonido del claxon de mi autocar. Tocaba abandonar este entorno bendecido por la naturaleza y continuar camino hacia el Parque Nacional Burren para finalizar la jornada brindando con cerveza al son de la música celta en la encantadora ciudad de Galway.

Películas que se rodaron en los acantilados de Moher

Con tal despliegue de naturaleza, es normal que el mundo del cine haya puesto sus ojos en los acantilados de Moher. Como me comentó Katherine Webster, directora del centro de visitantes, lo que los hace únicos es lo escarpados que son y la brutal belleza de sus ocho fotogénicos promontorios que se alejan en la distancia. Un escenario real de casi 13 km de longitud que en la gran pantalla luce en todo su esplendor.

Detalle de los acantilados de Moher

De hecho, los acantilados son tan especiales que forman parte del Geoparque Global de la UNESCO Burren and Cliffs of Moher y por eso su grandeza está presente en películas como La princesa prometida, El hombre de Mackintosh o Harry Potter y el Misterio del Príncipe. Eso sí, ninguna pantalla es capaz de captar lo que se siente cuando te plantas cara a cara frente a ellos. Y es que no me cansaré nunca de repetirlo: visitar los acantilados de Moher es algo que todo viajero debería hacer sí o sí al menos una vez en la vida.

Consejos e información práctica para visitar los acantilados de Moher

Horarios de apertura:

Los acantilados de Moher están abiertos todo el año excepto los días 24, 25 y 26 de diciembre.

Enero y febrero → 9-17h
Marzo y abril → 8-19h
De mayo a agosto →  8-21h
Septiembre y octubre → 8-19h
Noviembre y diciembre → 9-17h

El mejor momento para visitar los acantilados:

Ten en cuenta que la afluencia de visitantes aumenta entre las 11 y las 16h. Si tu agenda te lo permite, intenta ir entre semana y por la tarde ya que la luz del sol -que se esconde en el oeste- es preciosa.

Si el día de tu visita hace mucho viento, ten en cuenta las señales de advertencia que se muestran en la entrada al parque. Estado amarillo: precaución adicional. Estado naranja: condiciones climáticas demasiado peligrosas, conviene refugiarse en el Centro de Visitantes y esperar a que amaine. Estado rojo: los acantilados se cierran al público.

Precio de la entradas:

Adultos:

Visita matutina de 9 a 10:59h → 4€
Visita tarde de 11 a 15:59h → 8€
Visita nocturna de 16 a 17, 19 o 21h (dependiendo de la estación) → 4€

Menores de 16 años → Gratis

Más información: Turismo de Irlanda (Ruta costera del Atlántico). Cliffs of Moher

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La Calzada del Gigante. Nice to meet you, Finn McCool

La Calzada del Gigante. Nice to meet you, Finn McCool

La Calzada del Gigante. Nice to meet you, Finn McCool

Visitar la Calzada del Gigante es un sueño para muchos viajeros. A continuación, te relato mi experiencia en uno de los paisajes más sugerentes e impresionantes del país, el único rincón de Irlanda del Norte declarado Patrimonio de la Humanidad.

Belfast (Irlanda del Norte). Hotel Park Inn. Siete de la mañana. Estoy harta de dar vueltas en la cama y de mirar la hora en el móvil de forma compulsiva. Decido levantarme. Corro la cortina y ahí está de nuevo el mismo horizonte plomizo de ayer acompañado de algo de lluvia. No importa. Ya he comprobado que en Irlanda el cielo cambia de color en cualquier momento, cuando menos lo esperas. Confirmo mi reserva: excursión a la Calzada del Gigante. Las mariposas revolotean ansiosas en mi estómago y aún faltan dos horas para que el autocar parta rumbo al Condado de Antrim.

Cuando llego al punto de encuentro, veo en las caras de mis compañeros de viaje, en su mayoría alemanes y japoneses, un reflejo de la mía. Se diría que están cansados y somnolientos si no fuera por la ilusión que irradian sus ojos, el preludio de que algo grande está por llegar.

Sin darme cuenta, Belfast va quedando atrás y la carretera empieza a fundirse con el mar atravesando encantadores pueblos costeros salpicados de restos medievales como Larne, Ballygalley, Glenarm, Cushendall, Ballycastle… No me extraña que la ruta costera de la Calzada esté considerada como una de las cinco mejores excursiones en coche del mundo. Es una maravilla y cualquier adjetivo se queda corto ante tanta belleza. Cada curva es una sorpresa en un paisaje cambiante que va del verde de los valles glaciares (los glens de Antrim) al azul del mar de Irlanda con Escocia de fondo.

Ruta costera de la Calzada del Gigante

Los glens de Antrim

Paisaje del Condado de Antrim

El camino continúa y, tras una parada en el puente colgante de Carrick-a-Rede, el autobús se detiene en el aparcamiento del Centro de Visitantes. El guía nos explica que hay cuatro rutas para recorrer la Calzada clasificadas por colores según su dificultad. Como el cielo parece que se vaya a desplomar en cualquier momento, decido apostar por el camino azul, una pista asfaltada que en menos de un kilómetro lleva hasta el corazón de esta joya que la naturaleza decidió regalar a Irlanda.

Inicio de la ruta azul. Calzada del Gigante

Visitar la Calzada del Gigante – Giant’s Causeway

Pongo en marcha la audioguía y me sorprendo al escuchar quién responde al otro lado. Es el mismísimo gigante Finn McCool a quien la leyenda atribuye el origen de la Calzada. No podría ser de otro modo en un rincón tan lleno de magia.

Finn me cuenta que en la vecina orilla de Escocia había otro gigante llamado Benandonner que siempre desafiaba su fuerza y su poder. Un buen día, harto de tantos insultos, empezó a lanzar al mar las enormes piedras de su costa hasta formar un camino que le permitiera cruzar al otro lado y ver con quién se estaba midiendo. Para su sorpresa, al acercarse vio que su rival era mucho más grande que él así que corrió a refugiarse en su casa consciente de que Benandonner no tardaría en aparecer. Necesitaba urdir una treta para confundirlo y su mujer, Oonagh, halló la solución: vestirle de bebé y meterlo en la cuna de uno de sus hijos. Cuando su enemigo llegó, Oonagh le presentó a su «hijito» y al verlo el escocés pensó que si el bebé tenía ese tamaño, el padre debía de ser enorme. Su reacción fue la que esperaban: huyó despavorido destrozando y hundiendo a su paso la Calzada para que Finn no pueda seguirle.

Descendiendo a la bahía de Portnaboe. Calzada del Gigante

Tras conocer los avatares de Finn con el gigante escocés, detengo la locución para centrarme en el paisaje que me rodea. A medida que mis pasos avanzan bordeando la bahía de Portnaboe, empiezo a sentir la fuerza del salvaje Atlántico Norte. Hace frío, el viento golpea mi cara y las olas baten con fuerza contra las rocas de los acantilados.

La brecha del viento. Calzada del Gigante

CONSEJO VIAJERO → Si tu nivel de inglés no es muy alto y no quieres complicarte, te recomiendo que contrates esta excursión de un día en español. Está muy bien valorada por los viajeros que ya la han realizado y, además de visitar la Calzada del Gigante, conocerás la ruta costera de Antrim, y Belfast, la atractiva capital de Irlanda del Norte.

Contemplando la fuerza del océano. Calzada del Gigante

En uno de ellos veo a Humphrey, el camello de Finn, más adelante a su abuela coronado una cima, su órgano… Mientras el cielo juega conmigo regalándome algún minuto de sol, me muevo entre la ciencia y la fantasía por el que sin duda es uno de los rincones más sobrecogedores que han visto mis ojos.

Humphrey, el camello del gigante Finn McCool. Calzada del Gigante

Panorámica de Port Ganny. Calzada del Gigante

Port Ganny. Calzada del Gigante

La Calzada del Gigante

Esta sensación de estar en un lugar que no parece de este mundo se magnifica cuando llego al epicentro de la Calzada. Una maravilla geológica formada por más de 40.000 columnas de basalto que surgió hace 60 millones de años como resultado de una intensa actividad geológica y volcánica. Un capricho nacido tras el enfriamiento de los sucesivos flujos de lava que me deja sin habla, perpleja ante estas formas hexagonales que se deslizan hacia el océano como si fueran peldaños que desaparecen en el horizonte. Pura magia.

Llegando a la Calzada del Gigante

Ruta azul. Calzada del Gigante

Calzada del Gigante. Irlanda del Norte

Vista de la Calzada del Gigante

Dicen los expertos que el mejor momento de la Calzada son las últimas dos horas de sol, sobre todo en primavera y otoño, cuando llega de lado y tiñe las columnas de un precioso color dorado. Veo a muchos con trípode tratando de convertir el fuerte oleaje en una fina capa de seda que cubre y descubre las piedras a su antojo. ¿Lo intento? No. Ya se han tomado miles de fotos espectaculares de la Calzada. Prefiero aprovechar el tiempo captando su belleza en mi retina. He venido en busca de sensaciones, no de fotos para enmarcar. Es más, ni siquiera trato de hallar un encuadre solitario. Prefiero que aparezca gente en mis fotografías. Viajeros que, como yo, han recorrido miles de kilómetros para contemplar este prodigio de la naturaleza que nos habla del pasado más ancestral de la Tierra.

Todo el mundo quiere su foto. Calzada del Gigante

Tras el gran impacto inicial que supone enfrentarme a la Calzada, el subidón de adrenalina se atenúa y empiezo a ser consciente de que verdaderamente estoy allí. Que son mis pies los que están posados en esta tierra de gigantes. Es entonces cuando decido interactuar con ella. Contemplo las columnas de cerca, las subo y bajo cien veces, meto mi mano en las pequeñas pozas que la erosión ha formado sobre algunas de ellas… Me siento como una niña con zapatos nuevos que se divierte retratando a otros turistas, intercambiando sonrisas y frases de cortesía en diferentes idiomas. Y es que este lugar fue creado para hacer feliz a quien lo visite. Tan claro como suena.

Columnas de basalto. Calzada del Gigante

La intensa actividad volcánica originó la Calzada del Gigante

Los más románticos, como yo, sentirán la presencia de Finn a cada paso. El resto probablemente piense que al único gigante que hay que temer es al Atlántico, ese bravo océano que envía olas que rompen con furia sobre las piedras.

Aviso de fuerte oleaje. Calzada del Gigante

Entrada al órgano. Calzada del Gigante <

El órgano de Finn. Calzada del Gigante

Miro el reloj. Falta una hora para que termine la excusión y emprendo con tristeza el camino de vuelta. De nuevo por la costa. Quiero seguir sintiendo cerca el océano, el frío en mi rostro, el viento que te impide avanzar. Así llego al centro de visitantes donde entro en calor recorriendo sus espacios expositivos y viendo un audiovisual protagonizado por Finn. Compro un imán para mi nevera viajera y me dirijo al punto de encuentro. Antes de subir al autocar, me doy la vuelta y me despido de este lugar que me ha calado tan hondo con un it has been a pleasure, Finn McCool.

Detalle de Port Ganny. Calzada del Gigante

Paisaje de la Calzada del Gigante

Exposición en el centro de visitantes. Calzada del Gigante

Información práctica para visitar La Calzada del Gigante

Ubicación: 40 Causeway Road, BT57 8SU Bushmills (Condado de Antrim).

Cómo llegar a La Calzada del Gigante

Por carretera: La Calzada del Gigante está situada a 3 km de Bushmills. Desde Belfast se tarda en llegar una hora y media aproximadamente, y desde Dublín, algo menos de 4 horas. Si lo prefieres, puedes contratar, como hice yo, una excursión organizada desde Belfast o desde Dublín. Hay muchas agencias online que ofertan este tour.

Tren: Hay un servicio regular desde Belfast o Londonderry a Coleraine. Desde allí puedes coger el autobús Ulsterbus Service 172.

Consulta la web de National Trust para conocer el resto de opciones para llegar a la Calzada.

Centro de visitantes. Calzada del Gigante

Precio de las entradas de la Calzada del Gigante (compra online)

  • Adultos: 11 libras.
  • Menores de 5 años: Gratis
  • Niños: 5.50 libras.
  • Familias (2 adultos y hasta 3 niños menores 17 años): 25.50 libras

Estas tarifas incluyen la entrada al Centro de Visitantes, un tour guiado en inglés o audioguía, un folleto informativo y el aparcamiento. Puedes comprar tus entradas en la web de la Calzada del Gigante.

Para bajar a la Calzada hay un autocar lanzadera que parte del centro de visitantes. Tiene un coste adicional de 1 libra.

Autobus lanzadera

Horarios para visitar la Calzada del Gigante:

  • Marzo, abril, mayo y octubre → 9 -18h
  • Junio, julio, agosto, septiembre →  9 – 19h
  • Enero, febrero, noviembre y diciembre → 9 – 17h
  • 24, 25 y 26 diciembre → Cerrado
  • La última admisión al Centro de visitantes es una hora antes del cierre.

¿Qué ropa llevar?

El clima de la costa norte suele cambiar constantemente así que conviene ir preparado. Lleva algo de abrigo y un impermeable para protegerte del fuerte viento y la lluvia, y calzado adecuado para caminar sobre las columnas sin peligro de resbalar.

No viajes sin seguro a Irlanda del Norte

Tu tranquilidad es lo primero, así que, aunque viajes dentro de Europa, no olvides contratar un buen seguro de viajes que te ayudará a resolver cualquier incidente que puedas tener durante tus vacaciones. No lo dudes, haz como yo y contrata un seguro de viajes con Chapka. Además, si lo contratas a través de mi web, obtendrás un 7% de descuento usando el código OBJETIVOVIAJAR. No lo dudes, contrata aquí tu seguro de viajes y disfruta de una aventura asegurada.

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Postales de Pasaia: Pasai Donibane, San Pedro, Victor Hugo y un chicharro en la bocana

Postales de Pasaia: Pasai Donibane, San Pedro, Victor Hugo y un chicharro en la bocana

El suave abrazo de la brisa del Cantábrico, esa paleta de verdes que solo se da en las montañas del norte, túneles, pasadizos y calles en los que el sol apenas logra colarse, piedras que evocan un tiempo no tan lejano, el legado de Victor Hugo, el tiempo y la mirada detenidos en su bahía, el afrutado sabor de un txacolí en mis labios, paz… Un soplo de buena vida. Estos son los recuerdos que guardo de Pasaia, un retazo de la costa guipuzcoana que si logró encandilar al genio del romanticismo francés, imagina lo que hizo conmigo.

Vista de Pasai Donibane con la Basílica del Santo Cristo de Bonanza a la izquierda. Pasaia

A diferencia de Victor Hugo yo no me topé con Pasaia por casualidad. Fui a buscarla una soleada mañana de junio cuando mis sentidos todavía estaban embotados por la magia de su vecina más ilustre, Donostia. Llegué tarde a la cita, a la hora de comer, y dejé por el camino Pasai Antxo y Trintxerpe, los dos distritos que junto a Pasai Donibane y Pasai San Pedro conforman el municipio de Pasaia.

Qué ver en Pasaia

Pasadas las dos de la tarde, el casco histórico de Pasai Donibane parecía reservado para mí. Solitario, silencioso, encantador. Apenas me encontré con un puñado de pasaitarras mientras recorría la Donibane Kalea o, como la llamaba el autor de Los Miserables, «la calle única, esa que siempre te lleva a donde quieras ir».

Realmente es así. Esta adoquinada y angosta vía, encajada a presión entre el mar y la ladera del monte, atraviesa el corazón de este pueblo vertebrando con acierto una hermosa combinación de arquitectura popular, religiosa y señorial. Fachadas de sillería, entramados de ladrillo, aleros de piedra tallada, subidas, bajadas… Y arcos que sostienen las casas-puente y que permitieron, allá por el siglo XVIII, que esta calle siguiera su curso sin tener que remontar las escaleras que conducen hasta la ermita de Santa Ana desde donde, por cierto, se divisa una impresionante panorámica que domina toda la bahía.

Donibane Kalea. Pasai Donibane. Pasaia

Pasai Donibane fue durante varios siglos un barrio de Hondarribia. Pasaia

Pasadizos del casco histórico de Pasai Donibane. Pasaia

Una calle que solo se permite respirar cuando desemboca en la marinera y pintoresca Plaza de Santiago. Un espacio rectangular, flanqueado por una larga fila de casas estrechas y altas -entre ellas la antigua Casa Consistorial- que se diría están empotradas en el monte y cuyos balcones corridos miran al mar.

Plaza de Santiago. Pasai Donibane. Pasaia

Pasaitarra en la Plaza de Santiago. Pasai Donibane. Pasaia

Me fijé en todos estos detalles más tarde. A esa hora se imponía hacer un alto en el camino y localizar un buen local para contentar a un paladar que en solo tres días se había rendido por completo a los placeres de la gastronomía vasca. Así pues, puse en práctica un recurso que nunca falla: preguntar a los del terreno. ¿Pescado a la parrilla? «Sigue esta misma calle hasta el final y llegarás al Alabortza. No tiene pérdida.»

No me dieron más datos y tampoco los pedí. Poco a poco fui dejando atrás las últimas casas. El Arco y la Basílica del Santo Cristo de la Bonanza, donde antaño las tripulaciones ofrecían misas para obtener el favor del santo y propiciar una venturosa navegación, las ruinas del Castillo de Santa Isabel, construido en 1621 para proteger el puerto de Pasaia… Tras sobrepasar el último pasadizo, el entorno cambió. Había llegado al Paseo de Bonanza, más conocido como Paseo de Puntas, una preciosa senda que discurre paralela al mar hasta alcanzar la bocana del puerto. La calma, el Cantábrico a mis pies y una vez más el verdor del norte. Pero, ¿y el restaurante?

Callejeando por Pasai Donibane. Pasaia

Paseo de Puntas. Pasai Donibane. Pasaia

Paseo de Puntas. Al fondo, Albaola, la Factoría Marítima Vasca. Pasaia

El restaurante, al que se llega tras una suave caminata de unos 15 minutos desde la Plaza de Santiago, no era tal. Era una sencilla kantina, con un par de mesas corridas de madera y una terracita con vistas de escándalo. Chicharro a la brasa, sardinas y el mejor aliado: una botella de txacolí de Getaria. Para qué más. Una deliciosa comida, preparada con buena mano y enmarcada allí donde la bahía se hace mar, en un maravilloso antojo de la Comarca de Oarsoaldea que durante un buen rato fue solo mío. Uno de esos lujos que el azar cruza en tu camino y que se instalan por méritos propios en tu memoria.

Kantina Alabortza. Pasai Donibane. Pasaia

Terraza de la Kantina Alabortza. Pasai Donibane. Pasaia

Preparando el chicharro. Kantina Alabortza. Pasai Donibane. Pasaia

Chicharro, sardinas y txacolí de Getaria en la Kantina Alabortza. Pasai Donibane. Pasaia

Aunque me costó horrores despedirme de la Kantina Alabortza, mi camino debía continuar y tocaba deshacer lo andando. Quería recorrer las dependencias de la casa donde se alojó Víctor Hugo durante su estancia en Pasaia. En una de las paredes pude leer: «Cuando dormitamos a la orilla del mar, todo mece y acaricia el oído, el ruido del viento sobre las olas, el ruido de las olas sobre las rocas. Oímos, a través de nuestros sueños, los lejanos cantos de los marinos». Y es que desde las balconadas de cualquiera de sus tres plantas se ve la bahía que inspiró los textos y grabados que este escritor galo ideó en el verano de 1843.

Casa de Victor Hugo. Pasai Donibane. Pasaia

Busto y habitación de Victor Hugo. Pasai Donibane. Pasaia

Estaba de viaje por la zona occidental de los Pirineos, paseando por el monte Ulia y llegó, sin apenas darse cuenta, hasta San Pedro. En aquellos días, las bateleras eran las que se encargaban de transportar a los viajeros en sus botes a remo de una orilla a otra de la bahía, un oficio característico de Pasaia que tiene su homenaje en forma de escultura de metal frente al Palacio Villaviciosa. Tomó una de estas embarcaciones, llegó a Pasai Donibane y el resto es una historia de vivencias y escritos que podemos conocer a través de la exposición «Víctor Hugo, viaje a la memoria”. Su idilio con Pasaia quedó reflejo en su obra en numerosas ocasiones. De todas las palabras que vertió en su honor, me que quedo con éstas: «un pequeño edén resplandeciente…, más célebre si estuviera en Italia».

Palacio Villaviciosa. Pasai Donibane. Pasaia

Homenaje a las bateleras. Pasai Donibane. Pasaia

Tras visitar la casa museo de Victor Hugo, que alberga además la Oficina de Turismo, descubrí otros rincones de su singular caso urbano como la iglesia parroquial de San Juan Bautista, el palacio Arizabalo -actual ayuntamiento-, la Casa Miranda y el Humilladero de la Piedad, frente al que se halla el embarcadero que nos permite salvar ese estrecho brazo de mar que se empeña en separar a los pasaitarras.

Una casa y una barca. Pasai Donibane. Pasaia

Iglesia Parroquial de San Juan Bautista. Pasai Donibane. Pasaia

Casa Miranda. Pasai Donibane. Pasaia

Hoy en día ya no hay bateleras pero sí una lancha motora que une por mar Pasai Donibane con Pasai San Pedro en un par de minutos (0,70€). También se puede acceder por carretera vía Lezo, Pasai Antxo y Trintxerpe, pero si tienes alma marinera, acabarás surcando las aguas de esta ensenada que alberga el puerto comercial más importante de Guipúzcoa.

Travesía a Pasai San Pedro. Pasaia

Pasai Donibane desde Pasai San Pedro. A la derecha, ermita de Santa Ana

Ya en la orilla sanjuandarra, en el que durante varios siglos fue un barrio más de Donostia, salió a mi encuentro otro bonito casco viejo. Un interesante conjunto arquitectónico, con viviendas que hablan del esplendor de otros siglos, como la casa natal del ilustre almirante Blas de Lezo -el héroe que humilló a la armada inglesa en 1741- o la casa de los Ferrer. La cofradía de pescadores, el muelle y la flota pesquera me envolvieron en el ambiente marinero de este pueblo que cuenta con un atunero tradicional reconvertido en buque escuela. Es el Mater, un barco clásico del Cantábrico que, tras su periplo pesquero, se ha reconvertido en un museo flotante sobre la pesca artesanal. Su gestión correo a cargo de Itsas Gela, una asociación sin ánimo de lucro que desde 2001 desarrolla programas de difusión, conservación e investigación del patrimonio marítimo en Pasaia y que además realiza visitas guiadas a la bahía por mar y por tierra.

Barco Museo Mater. Pasai San Pedro. Pasaia

Casco histórico de Pasai San Pedro. Pasaia

Callejeando por Pasai San Pedro. Pasaia

Si se quiere continuar navegando por la historia, se pueden visitar las instalaciones de Albaola, La Factoría Marítima Vasca (Ondartxo Ibilbidea, 1). Aunque la construcción de embarcaciones históricas es su labor principal, también realizan actividades para dar a conocer el pasado marítimo de Euskadi como clases de navegación, representaciones teatrales, experiencias lúdicas para los más pequeños o talleres de modelismo. Una última recomendación: no dejes San Pedro sin acercarte a conocer un faro con ínfulas de castillo, el faro de la Plata. Muchos peregrinos del Camino de Santiago se desvían de su ruta para no perderse las vistas desde la cima del acantilado sobre el que se alza. Otros viajeros, como hiciera en su día Victor Hugo, toman el sendero GR-121 que conduce a Donostia.

…………………………………………………………..

Cierro los ojos y soy capaz de volver ahora mismo a este paisaje esculpido a golpe de mar y. abrigado por los montes Jaizkibel y Ulia. Su sosegado ambiente, el paseo por sus callejuelas, la fugaz travesía por la bahía, sus casas palaciegas… Si he conseguido recrear solo una pequeña parte de lo bien que me sentí en este rincón guipuzcoano, objetivo cumplido.

Más información: Oficina de Turismo. Casa Victor Hugo. Donibane Kalea, 63. Pasai Donibane.