Próximo destino: Estambul
por el 21 Mar, 2014 • . Actualizado 21 Mar, 2014 • 18 comentariosTic-tac, tic-tac… Las cuenta atrás ha comenzado. El lunes cogeré un avión que me llevará a Estambul, una ciudad que siempre he querido conocer y que por fin voy a poder incluir en mi currículum viajero. Siete días. Mil y una experiencias por vivir.
En un principio pensé extender nuestros pasos a la Capadocia para experimentar en primera persona qué se siente ante esa tierra horadada de la Anatolia Central que las erupciones volcánicas han ido modelando. Sobrevolar en globo sus chimeneas de hadas al amanecer estaba en mis planes iniciales, pero, a medida que iba investigando sobre la que fue capital de tres imperios, repasando guías, atesorando consejos de aquí y de allá, y tomando buena nota de lo publicado en la blogosfera viajera, cambié de opinión y decidí que Estambul sería la dueña y señora de mi vida durante una semana. No creo haberme equivocado. A Estambul le sobran motivos para eso y más, e intuyo que no es una ciudad a la que le sienten bien las prisas.
La opción más económica que hemos encontrado para volar a Estambul ha sido con la low cost Pegasus Airlines. En clase essentials y con asiento asignado -se paga aparte-, el total de los vuelos para dos personas ha salido por 281.47€ . El precio inicial era más pero, por un guiño del azar, formalizamos la reserva el 14 de febrero y antes de pagar nos sorprendió una casilla que rezaba Valentine’s Day Discount. ¿Resultado? Por el segundo pasajero solo nos cobraron la mitad del billete. Buen augurio. Una curiosidad más: resulta que vamos en el vuelo inaugural de la ruta Madrid-Estambul/Sabiha Gokcen. Así que… ¡fingers crossed!
Después de darle muchas vueltas al mapa de esta gran metrópoli turca, opté por centrar la búsqueda de alojamiento en la zona de Sultanahmet ya que concentra buena parte de los atractivos de la ciudad y, por lo visto, está muy bien comunicada. A muchos les puede resultar tedioso ir saltando de web en web en busca del hotel soñado pero yo reconozco que esta fase de preparación del viaje me encanta. Puedo pasarme horas y horas ubicándolos en Google Maps, fisgoneando habitaciones y comparando precios. Tras la criba, me decanté por el Hotel Adamar. Céntrico, con wi-fi gratis, a priori bonito, con un restaurante panorámico que promete unas vistas increíbles del skyline de Estambul y con buenas críticas de otros viajeros. Lo que no ha resultado tan bonito es la factura. Evidentemente, encontré otras opciones más económicas pero darse un pequeño capricho de vez en cuando siempre viene bien. Estar alojado en un hotel de estas características a 100 metros de Santa Sofía y a 150 de la Mezquita Azul tiene un precio.
Una maleta cargada de deseos
Con el paso de los años, los kilómetros recorridos y, sobre todo, por la experiencia acumulada, aprendes a viajar más ligero de equipaje. Los «por si» cada vez son menos e importan menos y el espacio inmaterial que queda libre en tu equipaje mental pasa a ser ocupado por el variopinto abanico de expectativas que tienes sobre un destino antes de poner un pie en el aeropuerto.
Por eso, antes de partir he elaborado una lista de deseos que engloban los diferentes tipos de viajera que hay en mí. La «mariprisas» que pretende verlo todo a la de ya, y la que es capaz de olvidarse del reloj frente a un monumento, una puesta de sol o viendo la vida pasar sentada en una terraza. La cultureta siempre dispuesta a conocer otras realidades. La gastroturista que quiere probarlo todo. La que trata de de pasar desaperciba mimetizándose con el entorno. La aprendiz de fotógrafa que busca siempre el mejor encuadre. La viajera social que no cambia un museo por una charla con las gentes del lugar. La que siempre trae algún souvenir a la vuelta…. Y la que traza itinerarios y listados como éste que nunca acaban como fueron diseñados.
En cualquier caso, en este primer contacto con Estambul desearía:
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Contemplar esa luz tan especial que dicen que hay en el interior de Santa Sofía.
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Subir a la Torre Gálata, la centinela de Estambul.
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Deambular por los laberínticos pasillos y galerías del Gran Bazar para comprobar el estado de salud de mi técnica de regateo y tachar a golpe de liras los encargos que inevitablemente han ido cayendo desde que dije que iba a Estambul.
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Acercarme a la suntuosa forma de vida de los sultanes del Imperio Otomano visitando el Palacio de Topkapi.
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Poner rumbo al puerto de Eminönü, embarcarme en un ferri y navegar hasta Üsküdar. Callejear por uno de los barrios más antiguos de la parte asiática y contemplar la puesta de sol a orillas del Bósforo.
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Detener el tiempo escuchando la llamada del muecín.
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Dedicar una mañana a recorrer Beyoğlu y la Istiklal Caddesi, o lo que es lo mismo, el epicentro del Estambul moderno. Localizar el Balik Pazari y comer en un meyhane (taberna típica turca).
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Embriagarme con los colores, olores y sabores del Bazar de las Especias.
- Jugar con la hora azul de Estambul.
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Hacer un crucero por el Bósforo, bajar en Anadolou Kavaği y subir al castillo para contemplar la unión entre el Mar de Mármara y el Mar Negro.
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Conocer el mercado popular de Eminönü y observar a los pescadores del Puente de Gálata.
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Subir en el teleférico y llegar hasta el mirador del café Pierre Loti para descubrir por qué este escritor francés se quedó prendado de Estambul.
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Pasear por Eyüp y Ortaköy.
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Entrar a toda mezquita que se cruce en mi camino: Sultanahmed Camii, la pequeña Santa Sofía, Süleymaniye Camii, Yeni Camii, Eyüp Sultan, Faith, Beyazit Camii, Rüstem Paşa Camii…
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Dejar que todo fluya. Perderme, encontrarme y volverme a perder.
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Acercarme hasta la iglesia de San Salvador de Chora y ver sus mosaicos de época bizantina.
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Usar el puñado de palabras y expresiones de cortesía que he aprendido en turco.
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Desgastar literalmente los 3 mapas de la ciudad que llevo en la maleta.
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Beber té, fumar en narguile, comer mazorcas de maíz en un puesto callejero, probar las patatas rellenas, los kebabs, los bocadillos de pescado, los baklavas…
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¿Ir a un hamam? Aunque muchos opinan que estar en Estambul y no ir a un hamam es como ir a París y no subir a la Torre Eiffel, creo que esa opción no es para mí. No lo descarto totalmente pero, como suelo tener la tensión por los suelos, un baño turco puede provocarme una lipotimia memorable.
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¿Ver danzar a los derviches? Si se tercia, ¿por qué no?
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Y, sobre todo, volver cada noche al hotel rematadamente agotada, con los pies echando humo y la retina llena de imágenes que me recuerden, como diría Terenci Moix salvando las distancias, que no fue un sueño.
Estos son algunos de los hilos con los que pretendo tejer mi diálogo con Estambul. Espero que las vivencias y sentimientos que me regale esta ciudad se traduzcan en una conversación íntima que no acabe en un adiós sino en un hasta la vista. Se aceptan sugerencias.
Nota: Durante este viaje, voy a tratar de liberarme de la dictadura de las redes sociales e incluso olvidar que existe un aparatejo llamado móvil. Si el cuerpo aguanta, tal vez al volver al hotel vaya mandando alguna postal virtual pero no prometo nada. Es Estambul y es mi momento. Ya habrá tiempo cuando regrese para contarte todo lo vivido.
¡Nos vemos a la vuelta!