Estambul y el Bósforo, navegando entre dos continentes
por el 9 Abr, 2014 • . Actualizado 28 May, 2019 • 48 comentariosAl cuarto día de mi estancia en Estambul sentí la necesidad de poner algo de distancia entre esta inmensa metrópoli y yo. Demasiados minutos contemplando absorta la belleza de sus mezquitas sentada en decenas de alfombras, demasiadas sensaciones acumuladas, demasiados kilómetros caminados. Me encontraba cansada, agotada por una ciudad que no da ni un respiro a los sentidos, y decidí acudir a la llamada del Bósforo, ese estrecho que conecta el Mar de Mármara con el Mar Negro y que geográficamente separa la parte europea y asiática de Estambul.
Así fue como me embarqué en un ferry de las líneas marítimas turcas que me llevó a navegar por una de las vías más transitadas del mundo y a descubrir el paisaje urbano de Estambul desde la mejor perspectiva posible, el mar. Tenía muchas ganas de que llegara este momento. Era uno de mi sueños antes de partir. Solo pronunciar su nombre en voz alta me producía un escalofrío. El Bósforo…
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Crucero por el Bósforo en Estambul
Tal vez hayas leído que lo mejor es acudir al muelle de Eminönü con tiempo suficiente para conseguir un buen sitio en cubierta. No vale la pena, al menos en temporada baja. Sólo lograrás llevarte un puñado de empujones y enfadarte por la mala educación de aquellos que se enfrentan a una cola como si no hubiese mañana. Además, apenas empieza la travesía, la mayoría de pasajeros se levantan para intentar captar la postal más hermosa de Estambul y estalla una frenética lucha de smartphones, tablets, cámaras de video y teleobjetivos enormes que buscan el mejor encuadre. Son pocos los que, como yo, se olvidan de la tecnología por unos minutos para tratar de conservar cada instante en la mejor de las tarjetas, la memoria.
Las primeras imágenes que recibo no son nuevas para mí. El Palacio Topkapi, Santa Sofía, la Mezquita Nueva, Solimán, el Puente y la Torre Gálata, la Torre de Leandro, el Palacio de Dolmabahçe, Ortaköy… La mañana no acompaña de momento y el cielo amenaza lluvia. No importa. Si algo he descubierto en estos días es que a Estambul le sienta bien cualquier meteorología y que no desmerece en absoluto bajo un techo encapotado y gris.
A medida que avanza el crucero, las emociones cambian como el paisaje. Ya no me siento como quien se reencuentra con una viaje amiga sino como una exploradora inquieta que quiere alcanzar nuevas latitudes al ritmo que marcan las aguas del Mármara. Así veo pasar sobre mi cabeza el colosal Puente Atatürk, más conocido como Puente del Bósforo, que se abrió al tráfico en 1973 coincidiendo con el 50 aniversario de la instauración de la República de Turquía. 600.000 personas lo recorren a diario y otras tantas observan hipnotizadas su juego de luces al caer el día.
Hora y media de navegación da para mucho aunque el tiempo pase volando. Mi consejo: cruza de babor a estribor y recorre el ferry de cabo a rabo, siéntate en los bancos corridos que hay en los laterales y tómate un çay apoyado en la barandilla. Tal vez sea, como fue para mí, tu momento mágico: sentir el calor del té rojizo en tus manos mientras la brisa marina golpea tu cara y ves desfilar a tu paso los minaretes de las mezquitas, las casas palaciegas del siglo XIX que flanquean las orillas (yalis), la Fortaleza Rumeli defendiendo su estratégica posición, el Puente de Fatih Sultan Mehmet, los barrios de Istinye, Yeniköy y Tarabya… Quién sabe, quizás también des un respingo al oír a una turista gritar ¡delfines, delfines!
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Rumeli Kavaği es el último muelle de la costa europea en el que atraca el barco. Algunos viajeros se apean aquí pero el grueso del pasaje espera a que cruce hasta la orilla de enfrente. De repente, se hace el silencio. Tenemos ante nosotros la primera imagen del último tramo del Bósforo y vuelvo a sentir un escalofrío. Apenas 8 kilómetros me separan del Mar Negro, una mancha de agua que se pierde en el horizonte como lo hace un enorme buque en ese momento. Por un instante, pienso que me gustaría formar parte de la tripulación del Aal Dalian y ver qué hay más adelante. ¿Adónde se dirigirá? ¿Bulgaria, Georgia, Rumanía, Ucrania?
Durante el giro, me fijo en las ruinas de un castillo, una antigua fortaleza bizantina que, junto al Castillo de Imros de Rumeli Kavaği, controlaba el paso del estrecho y la salida del Mar Negro al Mediterráneo. Se alza en la cima de Anadolu Kavaği, una pequeña localidad en la que finaliza el trayecto de ida del crucero y que vive por y para los turistas. Solo hay que ver la cantidad de restaurantes que hay a lo largo de la costa y el fervor con el que nos saludan los camareros, agitando enérgicamente sus brazos a modo de reclamo, a medida que nos acercamos al muelle.
Mi objetivo en Anadolu Kavaği estaba definido de antemano: quería subir a la Fortaleza de Yoros para comprobar si las vistas que desde allí se divisan eran tan fantásticas como prometían. Muchos subieron por la carretera pero nosotros optamos por iniciar el ascenso por una de las calles principales del pueblo. Fue un acierto. Es una ruta mucho más bonita porque te adentras por solitarias calles, que a priori parecen deshabitadas si no fuera por la ropa tendida que cuelga en algunos balcones, y más adelante atraviesas un precioso cementerio. Eso sí, las pendientes a salvar son mayúsculas así que paciencia.
Antes de llegar al castillo, hay que subir por una interminable hilera de escaleras que pasan por varios restaurantes en los que algunos se detienen para hacer un alto en el camino. La recompensa final se intuye cerca.
Y es que una vez entras en la fortaleza, entre los escasos restos que quedan en pie, aparece el más soberbio de los escenarios: al sur, los últimos coletazos del estrecho del Bósforo, y hacia el norte, Karadeniz, el Mar Negro. Y de nuevo estalla la batalla tecnológica y el intercambio de cámaras entre los presentes para captar el «estuve allí». Este enclave histórico que te hacían estudiar en E.G.B. lo merece. Perder la mirada allí donde el Mar de Mármara se funde con el Mar Negro es uno de los grandes regalos de Estambul. Un hito viajero de los que dejan huella.
Me hubiera pasado allí las horas muertas pero el reloj apremiaba. La hora de regresar al muelle se acercaba y emprendimos la bajada, esta vez por la carretera que discurre a lo largo de un enorme cuartel de la marina turca que vigila con celo el estratégico paso del Bósforo. Aún así, tuvimos tiempo para comer en uno de los muchos restaurantes que copan la parte baja del pueblo bajo un sol radiante que por fin se dignó a aparecer. Nota para navegantes: si quieres acompañar la comida con cerveza, debes saber que solo te la servirán en los locales que están en primera línea de mar.
Con el segundo aviso de la sirena, tocó abandonar la mesa, apurar los últimos minutos en Anadolu Kavaği y regresar al barco. Quedaba por delante volver a recorrer los 30 km. del estrecho y descubrir nuevos rincones de esta encrucijada en la que confluyen mares, continentes y culturas. Kanlica, donde elaboran un yogur exquisito que pude catar a bordo, la Academia Militar Kuleli, la Fortaleza de Anatolia, el Palacio de Beylerbeyi… Más retazos del Bósforo. Uno de los culpables de que regresara a Madrid perdidamente enamorada de Estambul. La pareja perfecta de una ciudad que no se entiende sin él.
Datos prácticos para realizar un crucero por el Bósforo
El crucero que realicé es el Full Bosphorus Cruise operado por la compañía Şehir Hatları y cuya duración total, incluyendo la escala en Anadolu Kavaği, es de 6 horas. Esta empresa pública también realiza una travesía más corta de aproximadamente dos horas de navegación.
Muelle de salida:
Bogäz İskelesi – Bosphorus Cruises Pier. Puerto de Eminönü.
Duración del crucero:
90 minutos por trayecto.
Paradas del crucero por el Bósforo:
Eminönü, Beşiktaş, Kanlika, Sariyer, Rumeli Kavaği y Anadolu Kavaği.
Precio del crucero:
25 TL ida y vuelta (unos 8€ aprox.)
Más información y horarios:
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