Durante mi reciente viaje a Euskadi he descubierto preciosos rincones sometidos a la fuerza del Cantábrico, playas que van y vienen al ritmo que marca la marea, pueblos que huelen y saben a mar, enclaves históricos que han conseguido emocionarme y hasta un pinar mágico que me hablaba a cada paso. Este último es el protagonista de este artículo: el Bosque de Oma, la obra maestra de Agustín Ibarrola.

Azul verdoso dentro y fuera de las figuras. Bosque de Oma

Desde siempre he sentido atracción por este artista vasco, nacido en Basauri en 1930. Más que por su trabajo, por la persona que se esconde bajo su inseparable txapela. Un hombre comprometido con la realidad que le ha tocado vivir y cuya obra es el reflejo de su ideología política. En los años 60, su denuncia de la situación del proletariado y su militancia comunista le llevó a la cárcel en varias ocasiones, pero eso no hizo ni que dejara de pintar ni que abandonara su compromiso con los trabajadores y su lucha contra las injusticias. La situación social, el arte sin ataduras, la cultura colectiva… Su filosofía de vida queda reflejada en el Bosque de Oma, un canto a la libertad que empezó a teñir de color y vida en 1982.

El año pasado en Llanes (Asturias), pude contemplar sus Cubos de la Memoria, una colorida manifestación de arte público, forjada sobre los bloques de hormigón de la escollera del puerto, que funde elementos esenciales de la trayectoria de Ibarrola con el pasado histórico y cultural de esta villa. Estando en Vizcaya, ¿cómo no iba a perderme por su bosque pintado?

Además, tuve la suerte de visitarlo tras la finalización de la primera fase de recuperación de este bosque con vocación de pinacoteca, un organismo vivo que, gracias a la labor de la Diputación Foral de Vizcaya y a la Universidad del País Vasco, ha recobrado sus tonalidades originales.

Naturaleza y arte en el corazón de Urdaibai

El Bosque de Oma está situado dentro de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, un excepcional enclave donde confluye la que probablemente sea la mayor diversidad paisajística y ecológica de Euskadi. Prueba de ello son sus acantilados y playas, sus marismas y los bosques y ríos que conforman su interior.

Es aquí, en la comarca de Busturialdea, al noreste del municipio de Kortezubi, donde se encuentra el escenario que Ibarrola escogió para plasmar su personal diálogo con la naturaleza. ¿Sus herramientas? Un puñado de brochas, un sinfín de botes de pintura, una escalera que él mismo fabricó con las ramas de los árboles y, lo más importante, una inagotable imaginación que, como el propio el arte, no conoce fronteras.

El bosque de Oma. Vizcaya

El resultado es un claro ejemplo de lo que se conoce como land art, una corriente creativa surgida a finales de 1970 que huye de los museos para trasladar el arte a la naturaleza, utilizando el mismo paisaje como un gran lienzo al alcance de todos. Así, con los pinos de este bosque como marco y materia prima, Ibarrola creó un sorprendente universo de formas y colores que se materializa en 47 figuras que nos invitan a un sugestivo juego visual, a una experiencia sensorial única en un espacio clave de la cultura vasca.

Se hace camino al andar

El punto de partida de la ruta que conduce al Bosque de Oma se encuentra en las inmediaciones del restaurante Lezika, en el barrio de Basondo. Desde allí parte una senda de casi 3 km que discurre entre pinos y eucaliptos. Supuestamente, se tarda en llegar unos 45 minutos pero eso dependerá de tu forma física ya que hay que acometer subidas bastante empinadas. ¿Mi consejo? Tómate tu tiempo, disfruta del paisaje y detente a escuchar el canto de los parajillos que revolotean la zona: carboneros, petirrojos, pinzones…

Entrada al recorrido que da acceso al Bosque de Oma

Inicio del recorrido. Bosque de Oma

Primeros metros de la pista forestal. Bosque de Oma

Colores, formas y sensaciones

Poco antes de llegar, una señal nos indica que debemos desviarnos a la izquierda para descender por un sendero que en 250 metros nos dejará frente a la primera figura del Bosque de Oma: un beso de bienvenida.

Acceso al Bosque de Oma

Sendero que baja hasta el Bosque de Oma

Invitación al beso. Bosque de Oma

Desde aquí, tú decides cómo empezar a descubrirlo. Puedes darte un paseo sin rumbo para tener una visión global del conjunto o bien seguir desde el primer momento las flechas amarillas que encontrarás en el suelo. Ellas te indicarán el punto de vista exacto para descifrar qué imagen se esconde entre los que, a priori, parecen trazos sin orden ni concierto.

Y es que aquí reside la magia de este bosque que muchos llaman encantado. Ibarrola logró transformar una de tantas plantaciones de pino destinadas a convertirse en pasta de papel en un escenario tridimensional que cambia en función de la perspectiva que adoptes. De este modo, como si de magia se tratase, las figuras geométricas, humanas y animales aparecen y desparecen a medida que caminas consiguiendo que cada visitante obtenga una visión diferente de este conjunto pictórico.

Hay más niños de los que parece. Bosque de Oma

El rayo atrapado, el rayo roto. Bosque de Oma

El arcoíris de Naiel. Bosque de Oma

Todo ello plasmado sobre la oscura corteza de los Monterrey, una variedad de pino que suele alcanzar los 30 metros de altura y que te hace sentir minúscula a sus pies. Lo comprobarás cuando recorras los senderos de este rincón que se esconde en el interior de Vizcaya. Allí donde no llega el ruido ni el rugir de los motores, solo el tranquilo susurro del bosque.

Aquí llega mi segundo consejo: olvídate del reloj, llena tus pulmones de aire puro y acepta el reto que nos propone Ibarrola. Sumérgete sin prisa en sus veredas, aviva tus sentidos y juega a las adivinanzas entre hectáreas de pinos y laderas irregulares. Busca tus propias figuras, reinterpreta las originales y recrea tu particular fantasía.

Paseantes que se trasladan sin andar. Bosque de Oma

Ojos del pasado y del presente. Bosque de Oma

Te esperan el arcoíris de Naiel, los ojos del pasado y del presente -homenaje a los hombres que nos dejaron sus pinturas rupestres en la cercana cueva de Santimamiñe, el rayo atrapado, los paseantes que se trasladan sin andar… Figuras que dan forma a un espacio en el que se difumina la frontera entre naturaleza y arte a través de ilusiones ópticas y trucos que aprovechan las curvas y contracurvas de los árboles.

Curva, contra curva, concavidad, convexidad, plano. Bosque de Oma

Los motoristas. Bosque de Oma

Así es el sueño de Ibarrola. Un bosque de coloridos tótems que nos hablan del pasado y el presente, un pedacito del paisaje de Euskadi, una explosión de libertad e imaginación.

Información práctica y consejos para visitar el Bosque de Oma

¿Cómo llegar? Desde Gernika-Lumo hay que tomar la circunvalación, dirección Lekeitio, por la BI 638 hasta la rotonda de Barrutia, para después continuar por la BI 2238. Tras pasar el barrio de Idokiliz, se debe coger el desvío a la derecha por la BI 4244 que conduce hasta el fin de la carretera, en el aparcamiento del restaurante Lezika.

Principio y fin de este itinerario: Restaurante Lezika (Kortezubi). Otra opción es realizar la vuelta por la pista forestal que llega a la carretera vecinal de Oma.

Distancia total a recorrer: 7,4 kilómetros. Desnivel máximo: 204 metros.

Accesibilidad: El camino no está adaptado para sillas de ruedas ni carros de bebé.

Viajeras en ruta. Bosque de Oma

Vistas recomendadas en los alrededores: La Cueva de Santimamiñe, que alberga una magnífica muestra de arte rupestre que se puede conocer a través de una visita virtual, Gernika-Lumo, y las espectaculares playas de Laga y Laida.

Algunos consejos: Como el trayecto es largo, evita las horas centrales del día para no pasar calor. No olvides llevar una botella de agua, calzado cómodo y el mapa del recorrido. Puedes descargarlo desde la página de la Diputación Foral de Vizcaya que incluye además una audioguía en formato mp3 para el móvil. Si tras la caminata se te ha abierto el apetito, no dudes en dejarte caer por el restaurante Lezika para reponer fuerzas con unas buenas alubias con sus sacramentos y un delicioso chicharro (menú del día 10€).