Agosto: cerrado por vacaciones, abierto para mí
por el 4 Ago, 2016 • . Actualizado 4 Ago, 2016 • 34 comentariosJusto ahora, hace un año, me encontraba en una de las ciudades más seductoras que se han cruzado en mi camino hasta la fecha: la dulce y serena Kioto, la antigua capital imperial, aquella que custodia el alma del país del sol naciente. La cálida resaca emocional que dejó en mí aún sigue viva y recordar los días que pasé descubriendo la quintaesencia de la belleza nipona aún me roba una sonrisa.
Y lo hace a miles de kilómetros, en un pequeño pueblo de Teruel ubicado en la Comarca de Gúdar-Javalambre, la más meridional de Aragón. Tierra de apreciadas trufas negras, de jamón con Denominación de Origen que no necesita mayor presentación, de cielos libres de contaminación lumínica en los que casi es posible tocar las estrellas con las manos, de gentes nobles que saben apreciar y conservar la belleza natural de sus sierras.
Lo hace en La Puebla de Valverde, un municipio que no llega a los 600 habitantes y que durante el verano duplica su población con la llegada de los veraneantes. Gentes que como yo no conciben un lugar mejor para perderse y encontrarse, descansar, y dibujar, día a día, uno de los viajes más especiales que puede hacer cualquier persona: el regreso a los orígenes. Gentes que, como yo, saben valorar lo que significa tener pueblo.
Aquí, en estas calles de aires serranos que me vieron crecer verano tras verano, que enmarcaron primeros amores y vivencias que me acompañarán hasta la vejez, es donde germinó la persona que soy hoy en día. Donde encuentro mi refugio y me reencuentro con mis raíces, donde disfruto del presente junto a los míos. Mayores que aún recuerdan los estragos de la Guerra Civil y en cuyos rostros la historia cobra vida; amigos de siempre, de verdad, de los que te preguntan ¿cómo estás? y se paran a escuchar con interés tu respuesta; sus hijos, que me permiten ejercer de tía postiza y malcriarlos cuanto puedo, y mis padres, a los que no veo tanto como quisiera aunque trato de salvar la distancia Madrid-Barcelona a la menor ocasión.
Un viaje deliciosamente slow, sin despertador, sin prisas ni calendario. Donde las tranquilas mañanas dan paso a tardes cuajadas de conversaciones eternas y risas bañadas con cervezas. Un viaje que anhelo revivir y recrear cada agosto porque me da todo lo que necesito, acercándome bastante a aquello que llamamos felicidad.
Un viaje, pintado de lugares comunes, que se transforma en la más placentera de las escalas. Un merecido stopover que necesito tanto como respirar. Para cargar las baterías más importantes, aquellas que no necesitan enchufes, para pararme y desear volver a arrancar, para paladear los grandes momentos que me han regalado el invierno y la primavera. Ver una aurora boreal en la Laponia Noruega, regresar a Finlandia, descubrir el Territorio de la Sidra y la gran fiesta del txotx en Guipúzcoa, recorrer la provincia de Sevilla y la de Cuenca, regresar a casa para volver a enamorarme de mi añorada Costa Brava…
Para volver a sentir el tacto de un libro en mis manos, para tropezar con nuevos destinos y tentaciones a través de mis blogs de cabecera, para seguir trasteando con mi Nikon, para volver a visionar mis joyas del cine en silencio, con la única banda sonora del tañido de las campanas. Para olvidarme de las analíticas y sus compinches, para desconectar lo que me permita mi profesión, para saborear el valor de esas pequeñas cosas que a la postre son las más grandes.
De aquí estas líneas que no tienen nada de despedida. Solo es un hasta pronto, un punto y seguido que seguirá hilvanando historias viajeras muy pronto. Porque, como bien sabes, no sé hacer otra cosa que viajar y contarlo. Seguirás aquí a mi vuelta, ¿verdad?
¡Feliz verano!